Comienzan a aparecer informes que revelan algunos avances en la tarea de desmenuzar el Plan País y de aterrizarlo en programas cada vez más concretos, bien fundamentados y realistas. Estimula saber cuánta gente y cuántas instituciones participan en este esfuerzo.

Una primera constatación de la lectura de estos informes es la dimensión de los problemas. Los datos aportados para el Plan Social revelan, para no señalar sino un ejemplo, la brecha gigantesca entre el nivel de los ingresos de una familia media venezolana y el nivel mínimo necesario de egresos para su subsistencia. Saber que el ingreso, en términos de promedio, cubre apenas la quinta parte de las necesidades muestra dramáticamente el grado de empobrecimiento de la clase media venezolana, la más golpeada por este sistema fallido, también la que ha sostenido con más entrega la resistencia y la más diezmada por esa diáspora, preparada y emprendedora, que se esfuerza por recomponer sus vidas fuera del país.

La depresión de la clase media venezolana como resultado de la implantación de un régimen incapaz en lo económico, autoritario en el ejercicio del poder, con pretensiones revolucionarias y prácticas atentatorias contra la libertad y los derechos humanos confirma lo que es ya una constante: para todos los gobiernos autoritarios o absolutistas la clase media representa una amenaza.

La explicación hay que buscarla en lo que esa clase media es. Más allá de las discusiones de los sociólogos sobre su naturaleza y características es útil definirla por lo que la hace fuerte. Por principio, es una clase con aspiraciones, que cree en su trabajo y en la superación, que tiene conciencia de sus derechos y de sus obligaciones, que confía en las instituciones pero es capaz de reclamar su acción, que aspira a una vida con calidad, que no está dispuesta a ser olvidada ni utilizada. Es una clase social con conciencia de la necesidad de su participación para la creación de riqueza y para el mantenimiento de las instituciones. Defiende el bienestar en un clima de libertades. Y defiende su dignidad. Una clase media así no es bien vista por quienes aspiran al control social, fomentan la dependencia y reclaman sumisión.

En Venezuela, todos los grandes cambios vivieron en hombros de la clase media. Así viene sucediendo en el mundo, donde la clase media ha tomado mayor conciencia de su poder político y de su capacidad de influencia. Es, por ejemplo, el caso de las recientes manifestaciones en Hong Kong contra un proyecto de ley, ya suspendido, que habría permitido la extradición de las personas a China para ser juzgadas en tribunales controlados por el Partido Comunista. El reclamo inicial derivó en un reclamo más generalizado de los derechos ciudadanos y de más democracia.

Coincide con una nueva postura de la clase media a nivel mundial que no limita sus reclamos a una mejor calidad de vida sino que empieza a mostrar un posicionamiento cada vez más claro a favor de las libertades y los derechos humanos y en contra de temas como la corrupción, el deterioro medioambiental y la contaminación. Coincide también con el crecimiento de una nueva clase media china que, según muchos pronósticos, en quince años constituirá la mayor clase media mundial, y que se caracterizaría por mejores condiciones de vida, una vivienda estable, acceso a la sanidad y a la educación, seguridad laboral y una alta capacidad de consumo. Aunque esta clase media no es aun un motor de democratización, sino en general conservadora y dependiente del partido-Estado, cabría pensar, como han destacado algunos autores, que empieza a haber un cambio en su cultura política.

En Venezuela, la clase media está llamada a erigirse como un motor del desarrollo económico y social del país, propiciador de los cambios fundamentales y de las reformas estructurales que requiere la nación. Es la fuerza para construir. La recuperación del país solo será posible con la activa participación de una clase media trabajadora, emprendedora, consciente de sus obligaciones y defensora de sus derechos.

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