Culminan las carnestolendas que ha recuperado el régimen, recordando que cerramos el siglo anterior reducidas a una sencilla festividad escolar. En días semejantes, por 1992, los propulsores del golpe supieron que había calado profundamente en el imaginario popular al exhibirse los niños que imitaron a los felones paracaidistas con la particular vestimenta.

Los histriones que antes denunciaban el poder de las máscaras y las máscaras del poder callan vergonzosamente. El Estado, o lo que queda de él, se ha convertido en una gigantesca maquinaria de falsificación de la realidad que, padecida amargamente, por supuesto, es indomable.

Cual oasis hacia el oeste de la gran ciudad que ahora lo llaman centro (solo) histórico, las escaleras de El Calvario, concurridas e iluminadas, se dicen copia de la nocturnidad de Las Mercedes que solo pocos celebran, nadando en una extravagancia de privilegiados bajo perpetua sospecha, o en el disfraz del tal Superbigote que varios consejos comunales distribuyeron en Caracas. En uno y otro lugar, similar a varias calles de una excepcional Catia limpia y alumbrada, parece que no hay riesgo alguno de asalto a mano armada o desarmada, y ni siquiera el hábil empujón del carterista, compartido un plato exquisito o la  pequeña bolsa de cotufa de viejas y gratas prestancias.

Los terraplanistas del socialismo del siglo XXI tampoco logran esconder esa realidad de los especialistas que, al fin y al cabo, cuentan con la teoría y las herramientas para hundir el bisturí en la triste experiencia que nos embarga, señalando causas y consecuencias. Aquellos se ven obligados a esconder todas las cifras habidas y por haber, desde el Banco Central hasta el Instituto Nacional de Estadísticas, pasando por los cuerpos policiales, para evitar cualquier indicio o pista, asomando la punta del hilo de nuestras calamidades que los economistas, sanitaristas o criminólogos puedan halar para desmontar esta inmensa falacia que jura explicarnos.

Así como los que creen a pie juntillas que la Tierra es plana, no logran desmentir el discurso –al menos– matemático que dice lo contrario, los burócratas del régimen no pueden con los economistas que, a modo de ilustración, pueden probar (y deben hacerlo) que el mundo gira y, más temprano que tarde, será inevitable superar a un régimen que nos coloca en un peligro existencial. De modo que, en defensa de la realidad, suponemos que un conjunto de probados economistas de trayectoria, solo cumplieron con una formal solicitud para que Maduro Moros autorice la publicación de los números, faltándoles mucho que hacer todavía.

@LuisBarraganJ

 


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