En aquel tiempo yo era más proclive

a la imaginación y cuando las chicas

del colegio pasaban frente a mí con

sus alegres faldas al aire mi cabeza

se alborotaba y dentro de mi ser se

formaban festivas ebriedades y alocadas

vehemencias de febriles impetuosidades

adolescentes.

Es cierto, no lo niego, era un dandy

bucólico que bebía irresponsablemente

toda la noche hasta el amanecer

licores extraños macerados por los

shamanes de la comarca acuática

y me daba a nadar lento y displicente

en las aguas de la marea fluvial

boca arriba de cara a la naranja

celeste.

Y entonces me abandonaba aguas abajo

a la intemperie y bogaba junto con los

manatíes y las toninas

y los cardúmenes de morocotos pasaban

junto a mí ignorándome como si fuera

uno de ellos.

En verdad el tiempo no era para mí

un problema filosófico, pues yo me

olvidaba de todo, incluso de mí mismo

y el río me aventaba lejos de la corriente

hasta la mar Océano que dicen es el morir

cuando bogaba con mi cabeza turbia

y amanecida me dicen quienes me

observaban

que lejos de mí en medio del río

surcaban las aguas grandes barcos de

banderas extranjeras que flameaban

con la fuerza violenta de la brisa fluvial

y las banderas se desprendían  de los mástiles

y caían al agua muy cerca de mí convertidas en

Jirones  de tela con sus logos y dibujos incomprensibles

Yo no comprendía nada porque no había que comprender.

También yo era un extraño en aguas extrañas y vivía

feliz en mi extrañamiento, no sabía entonces que era

un extranjero y que padecía la enfermedad del padecimiento

de ser tan solo un enajenado de mi

nunca advertía que era un escindido de mis yoes

fragmentados y no me reconocía en mi indigencia

ontológica porque era tan solo un desapegado absoluto

y lo que me importaba era únicamente nadar y nadar

en la inmensa nada del ancho vientre fluvial y olvidarme.

De todo a la deriva…


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