La imagen es conocida: una empresa con décadas en el mercado ha sido manejada por los miembros de una familia. Durante buena parte del siglo XX el negocio dio buenos dividendos. Venezuela resultó ser una tierra fértil. Buenos márgenes, planes de crecimiento, y un entorno que contaba con una estabilidad institucional aceptable dentro del contexto latinoamericano, si bien no era ajena a ese mote despectivo y controversial que hoy la academia mira con desdén: tercermundismo.

Llegó el siglo XXI y con él el chavismo. Y todos sabemos lo que eso implicó en distintas materias. Empresas expropiadas, confiscaciones, irrespetos a la propiedad y al Estado de Derecho, ataques al empresario por ortodoxia y una destrucción sin precedentes de la economía. Ello trajo consigo no sólo el cierre de cientos de empresas, sino también una migración sin precedentes en la historia venezolana.

Dentro de esta migración están personas que forman parte de las generaciones de relevo que, teóricamente, están llamadas a tomar la batuta en las empresas familiares que están todavía en Venezuela. Porque, este es un hecho real: a pesar de toda la crisis y devastación, todavía quedan empresas familiares en el país. Y todavía siguen siendo manejadas en muchos casos por los mismos vínculos de consanguinidad que le dieron origen hace varias décadas.

Algunas de estas empresas familiares enfrentan un desafío importante. ¿Cómo hacer que los herederos vuelvan caras a Venezuela y tomen las riendas del negocio? ¿Cómo hacer para que esos hijos o nietos hoy radicados en Madrid, Miami, Nueva York o Querétaro decidan dejar sus trabajos en la banca de inversión o de alta gerencia en una empresa top tier mundial o emblemas del Fortune 500 para regresar al terruño y sostener el timón del patrimonio familiar?

Hay empresarios que tienen muy claro que sus generaciones de relevo no volverán. Los incentivos no ayudan. Otros, de forma más pedagógica, intentan involucrar a las generaciones herederas como quien no quiere la cosa invitándolos a alguna reunión de junta directiva, a vincularse ligeramente en los procesos, a sentir algo de filiación y cercanía con esa empresa que tanto le dio a la familia.

¿Cuál es el camino correcto? A nuestro entender, no existe una respuesta que funja de verdad absoluta. Aquellos que hayan decidido quemar sus velas y venir solo a Venezuela para visitar a los abuelos, pero no para hacerse cargo del negocio familiar, están en su perfecto derecho de hacerlo, y es probable que afuera tengan una calidad de vida e incentivos de cara al futuro que difícilmente podrán encontrarse en la Venezuela actual. De esa cabuya hay un largo hilo que cortar.

En lo personal, sin embargo, me atrae más la segunda postura. El levantar y administrar un negocio en un país como Venezuela pudiera definirse como un deporte de alto riesgo empresarial. Y si bien son innumerables los desafíos, porque lo son, al menos en mi condición de consultor y empresario eso me mantiene vivo y le da un significado a las cosas que hago. De allí que ayudar a incorporar a nuevas generaciones a la operativa de una empresa que lleve años en el mercado es algo que disfrute bastante y que en cierto modo refleja parte de mi filosofía: devolverle a las empresas lo que las empresas me han dado.

Es un argumento evidentemente emocional. Pero no son pocas las decisiones que uno toma más con el corazón que con la cabeza fría. Y si hay algo que me ha enseñado el mundo empresarial es que no siempre, no siempre, el valor presente neto de un proyecto puede condicionar la toma de decisiones. Existen otros drivers y motivadores.

Mi sugerencia para aquellos empresarios dueños de empresas familiares que desean que sus generaciones de relevo se hagan cargo de la organización es que, ante todo, sean empáticos con sus descendientes.

Al mismo tiempo, aprovechar para recordar que muchos de esos patrimonios familiares y la calidad de vida alcanzada se crearon gracias a esas empresas que hoy están en un entorno complejo y flagelante que puede llegar a ser Venezuela. Pero la realidad es que muy probablemente, sin la existencia de esas empresas y de ese país -que en muchos aspectos está desdibujado, no existe- las generaciones subsecuentes tendrían una forma de vida muy inferior a la que disfrutan hoy. Y ello abarca desde la educación, la vivienda, los viajes, las experiencias disfrutada. Si bien cada individuo es libre de buscar su mejor porvenir en las circunstancias que tenga a la mano, nunca está de más un poco de reflexión y agradecimiento, reconocer de dónde venimos y ver si ello nos sirve para replantearnos a dónde vamos.


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