En medio de tantas noticias en el ámbito económico, una de las nuevas -ya no tan novedosa- se relaciona con la caída del consumo. ¿Cómo explicar este fenómeno? Después de todo, en buena parte del 2022 estuvo acompañado de una serie de recuperaciones en el sector del consumo de distintas industrias. En términos simples, la gente comenzó a comprar de nuevo. No a los niveles de hace algunas décadas, pero sí de forma lo suficientemente significativa como para que algunos empresarios se atrevieran a tomar algo de riesgo y decidir expandir sus negocios en Venezuela.

Sin embargo, el primer trimestre del año 2023 ha dado señales contrarias a ese sentimiento de expansión. A falta de datos oficiales, se estima que, extraoficialmente, la caída del consumo en Venezuela oscila entre 17% y 20%. Visto en perspectiva, la gente está consumiendo casi un cuarto menos de lo que venía haciendo hace exactamente un año.

Ello ha dado pie a que sobresalgan, cuando menos, cinco tendencias en el desarrollo económico venezolano en el mencionado período de tiempo: (i) más descuentos para rotar inventario frío; (ii) menos apetito de deuda; (iii) reducción de nómina; (iv) énfasis en control de estructura de costos y presupuesto; y (v) incremento de informalidad en tesorería.

Como su nombre lo indica, estas son tendencias. No deben verse en términos absolutos ni inamovibles. De hecho, es probable que uno pueda encontrarse con negocios que no necesariamente cumplan con este patrón, o con alguno de sus elementos.

No existe una sola variable que permita explicar la desaceleración del consumo. Hay quienes incluso, de forma un tanto gobiernera, lo tildan como un fenómeno perfectamente “natural” dentro de nuestro estadio de cosas. Pensamos, sin embargo, que las circunstancias actuales de “natural” tienen poco, y es mucha la responsabilidad del gobierno en que la macroeconomía esté trayendo tantos problemas.

Mucho se ha escrito ya sobre las consecuencias que se derivan del tipo de cambio, la inflación, la balanza de pagos, la producción petrolera, el IGTF o la política fiscal. Sin embargo, no son tan profusos los análisis relacionados con el impacto que tiene la caída del consumo en el sector empresarial, en lo micro. ¿Qué pueden hacer las empresas para mitigar las circunstancias actuales? ¿Se debe simplemente apagar la luz y cruzar los dedos para que vengan mejores tiempos?

No es así. Lo que sí debe reconocerse es que una época de contracción obliga a las empresas a cambiar sus prioridades estratégicas. Es previsible que vengan tiempos de más austeridad, pero ello no implica necesariamente el fin del negocio. Sí, habrá que recoger las velas y hacer algunos ajustes. Pero cuanto mejor esté preparada una empresa, más probabilidades tendrá de sobrellevar un escenario recesivo.

Por paradójico que suene, tal vez este sea el mejor momento que puede tener un empresario para revisar la salud de su negocio. Es común que las personas descuiden sus organizaciones cuando todo “marcha bien”, y sólo cuando las circunstancias comienzan a volverse más complejas y difíciles es que reparan sobre los errores cometidos y las medidas que pudieran ejecutarse para enmendar sus defectos.

De allí que justamente hoy, cuando el cinturón aprieta y el panorama del país vuelve a recrudecer ante lo incierto, se hace oportuno regresar a lo básico para mejorar la gestión empresarial. Son tiempos en los que los empresarios deben cuidar su apetito de deuda, saber diferenciar entre el crecimiento y la búsqueda de rentabilidad, revisar estructuras de costos y, por qué no, volver a desempolvar los manuales de presupuesto que en su momento fueron vistos en los estudios universitarios. Las finanzas corporativas no serán una hierba mágica que cure todos los males de una empresa, pero en tiempos de crisis son la principal herramienta con la que cuenta un empresario para sacar adelante su negocio en un entorno dotado de altas cuotas de incertidumbre.


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