Lo evidente para un “muchacho” de mi edad es que la tecnología ha cambiado no solo el mundo en general, sino la manera en que nos comunicamos, en particular. En mi infancia había que coordinar una cita por el ya viejo teléfono de disco numerado y estar atento a la hora y el lugar, si se trataba de una llamada de larga distancia. Larga distancia que ya no existe, pues la llevamos en nuestra mano, en nuestro celular. Lo mismo sucede con las videollamadas que, en esos lejanos años de mi infancia, solo existían en el reloj de Dick Tracy, el del sombrero detectivesco.

Primero fue el telégrafo, luego el walkie-talkie, el trunking y el beeper, después llegó el teléfono inalámbrico y finalmente (aunque reconozco que me faltan datos), para finales de este 2022, las redes sociales se han convertido en las reinas de la intercomunicación personal. Facebook, Twitter, WhatsApp, Telegram, Instagram, LinkedIn, Twich, Be Real y cientos de breves procesos de información instantánea y real que están dejando una marejada de jóvenes analfabetas funcionales, mediocres y sin sentido crítico, digo, aunque muy enterados de todo lo que sucede en el mundo, en su mundo. Nuevos ritmos, nuevas modas, decrecimiento en el interés sexual aparejado con porno vintage, mascotas en vez de hijos. Todo lo anterior con un Messi engrandecido, aunque firme en sus “románticas” creencias y un Qatar con serias dudas sobre la honestidad en su competencia para ser la sede del Mundial de Fútbol. Y resulta que Ronaldo es un antisemita y que un millonario ruso murió de un ataque cardíaco mientras se lanzaba de un quinto piso en un hotel de la India.

Narro todo lo anterior para presentar el mapa de la realidad actual, signada por la crisis climática, como que el ciclón invernal azota a Estados Unidos, el deterioro de muchas monedas locales y la superproducción de cocaína en Colombia, algo que tiene entre los palos a las autoridades venezolanas, eficientes intermediarias de ese comercio y a los norteamericanos, principales consumidores del estupefaciente. Nihil novum sub sole.

Es decir, no mucho ha servido el avance tecnológico si aún tenemos antisemitismo, drogas, clima, corrupción y muchas otras “perversiones” humanas que nos han caracterizado desde épocas remotas. A pesar de la tecnología y de las afortunadas coincidencias físicas que plantea S. Hawking, seguimos siendo humanos, tan humanos, tan homo sapiens, como el vecino no importa en cuál entorno nos encontremos.

La rueda, el fuego, el cine, y toda una cadena de artilugios ingenieriles y etcéteras, han hecho de este un mundo más acelerado, interconectado e hiperinformado. No importa. Únicamente la creencia en un Dios sobrenatural, rector de rectores, es lo que ha guiado a esta humanidad, como un pastor que lleva a su manada por el camino ¿del castigo? o de la redención.

Desde la escasa altura de mis siete décadas, no puedo dejar pasar este fin de año sin repensar la dinámica social que nos ha puesto en la antigualla talibán y en la realidad de Ucrania-Rusia, mientras Colombia lidera la amenaza bélica aérea regional y Venezuela usufructúa los beneficios propagandísticos del Superbigotes. Así terminamos el 2022 y nos abrimos a un 23 ojalá con mejores perspectivas, si el Becerro de Oro no nos envenena.


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