elecciones presidenciales
Foto AFP

Contra todo pronóstico, dado su historial caracterizado por sus continuos desaciertos, los diversos sectores de oposición designaron a Edmundo González Urrutia como candidato único en los próximos comicios presidenciales. El acuerdo es de enorme relevancia porque abre un poco más las puertas a la posibilidad de que las próximas votaciones den pie a un proceso de reconstrucción de este país agrietado, cuyas graves consecuencias han tratado de digerir sus habitantes, no importa el lado político en donde se encuentren ubicados.

El pacto mencionado representa un paso muy importante y necesario, pero no suficiente. Las elecciones presidenciales siguen salpicadas por la incertidumbre y una dosis comprensible de suspicacia, respecto a las condiciones en las que finalmente tendrán lugar. En efecto, los ciudadanos de a pie estamos a la espera de las barajitas que sacará un gobierno que, por boca de su candidato, Nicolás Maduro, advirtió, sin que mediara el más mínimo gesto de disimulo, que triunfaría “por las buenas o por las malas” o sea, entiende uno, al margen de los establecido en las normas, incluso las que indica la Constitución,

Prueba de ello es que, al momento de redactar este artículo, el ambiente se enrarece ante la posibilidad de que la tarjeta de la MUD pudiera ser borrada del tarjetón, debido a razones legales presentadas hace poco a la consideración del TSJ, mientras la Contraloría General de la República ha decidido nuevas inhabilitaciones. Por otra parte, el paisaje se nubla también por la propuesta de una ley que castiga el uso del “lenguaje fascista” y otra que instaura la cadena perpetua por diversos delitos, entre ellos el de “traición a la patria”. Se trata, así pues, de hechos que buscan desanimar a los electores, por decir lo mínimo.

No obstante, lo anterior, hay que permanecer en la cancha, driblando los obstáculos, sean los que sean. Hay que ser tercos en la pretensión colectiva de vivir en una sociedad montada sobre otros rieles, estructurada para que transcurra en condiciones que favorezcan la cohesión social y el bienestar de todos.

Cambios en la cartografía política

Dentro de este marco resulta fácil de entender que hay cambiar de raíz el formato de la política que hemos padecido en las últimas décadas. Esta no puede seguir siendo abordada desde la simplificación, desde la dicotomía que enfrenta a ellos (los malos) con nosotros (los buenos), desde la intimidación y el ofrecimiento de la salvación del pueblo mediante un socialismo a la venezolana que hoy en día sigue pareciendo una adivinanza, con visos de epopeya y que, por cierto, hace difícil de entender que parte del liderazgo opositor mantenga un mensaje anticomunista, que hoy en día no le dice casi nada a casi nadie.

En fin, la actual realidad venezolana no puede ser comprendida ni transformada a partir de la dicotomía simplista del chavismo vs el antichavismo, dado que tiene ahora divisiones menos claras y las rayas amarillas parecen menos útiles para trazar los nuevos espacios. Adicionalmente, el mundo es cada vez menos el que era hasta hace poco y, como es fácil suponer, la política ha cambiado, y hay que inventarse otra forma de entenderla. Lo que sigue considerándose como premisa es que el diálogo abierto es una propiedad esencial de la democracia y que ésta es inconcebible sin la confianza, pues supone vivir todos con todos, a partir de una relación de tolerancia mutua.

Los retos de la política en el siglo XXI

Diversos autores (Francis Fukuyama, Moisés Naím, Daniel Innerarity, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, entre otros) sostienen, desde diferentes perspectivas, la idea de que la democracia se está desgastando a lo largo y ancho del mundo. Su erosión tiene lugar en un planeta globalizado que gira en torno a otros ejes, muy distinto a los que privaron más o menos, hasta finales del siglo XX.

El siglo XXI precisa un nuevo modo de gobernar. El universo se ha vuelto más complejo, más interdependiente y se transforma a gran velocidad como consecuencia, sobre todo, aunque no exclusivamente, de los nuevos desarrollos tecnocientíficos. Como argumentan los autores mencionados arriba, tales cambios están afectando elementos centrales de nuestro sistema político. En efecto, indican que Internet, las redes sociales y la inteligencia artificial están obligando a repensar los parámetros de la gestión democrática y alterar el modo en que los humanos nos gobernamos a nosotros mismos.

En esa nueva situación es imprescindible, advierten, tener códigos que nos ayuden a descifrar la presente época a partir del nexo entre política y ética, asumiendo la democracia no sólo como un sistema político, sino también como un sistema de valores y sin olvidar que, como dijeron los griegos hace casi una eternidad, “la política es el arte de buscar bien común”.

No creo exagerar si escribo que da la impresión de que el país se encuentra plantado ante el futuro mirando hacia atrás. Quino, el padre de Mafalda, diría que, de este modo, “seguimos construyendo la destrucción del futuro”. Y estoy seguro de que la propia Mafalda se vería en la necesidad de recordarnos que el futuro queda hacia adelante.

En este sentido, pienso que sería bueno que, al depositar nuestro voto, lleváramos en la mente esta obvia aclaratoria de Mafalda, que, por cierto, se le pasó por alto a quienes nos han gobernado durante los últimos veinticinco años.


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