Las interrogantes y respuestas al asunto que nos ocupa hoy son necesarias. ¿Fueron tales las elecciones celebradas el pasado domingo 21 de noviembre de este singular año 2021?¿O más bien se trató de una noche de brujas? Nada de extraño tiene que un importante sector de la oposición, en el que necesariamente hay que incluir a los abstencionistas, considere que las dudas en cuestión no han sido más que el equivalente al modo cantinflero de hablar, el cual se caracteriza por la forma disparatada e incongruente de expresarse y que al final no dice nada por ininteligible.

Lo que realmente interesa es lo que al final ocurrió. Al momento de escribir este artículo la información que ya fue suministrada por el Consejo Nacional Electoral lleva a concluir que tanto la dictadura como la oposición recibieron lo suyo; en otras palabras, el número de votantes que apoyó a uno y otro grupo no justifica ningún tipo de celebración.

En efecto, en el caso de los “ganadores” (los que respaldan la autocracia actual) lo que cuenta es que perdieron la mitad del apoyo que antes tenían. Eso, amigos lectores, le rompe la crisma al más pintado de los “vencedores”. Y ello ocurre aunque en nuestra columna de la semana pasada hayamos reconocido, sin empacho, que de la dictadura saldremos a través del voto o por la vía de un golpe de Estado. En cuanto a los perdedores, aunque consiguieron una votación importante, la misma no fue suficiente para derrotar al chavismo-madurismo. El factor determinante en ese resultado fue el harakiri que se hizo el sector abstencionista de la oposición.

Lo que los venezolanos en general deben tener presente es que el papagayo está enredado para todos, sin excepción: la victoria de la dictadura es pírrica; por su lado los opositores que fuimos a votar no tuvimos el impacto que era menester para golpear y vencer al gobierno; y los abstencionistas no tienen el camino abierto y desbrozado. En pocas palabras, el enredo es mayúsculo y las probabilidades de una pronta solución a los males del país son distantes.

A pesar de los pesares, soy de los que creen que la lucha por el retorno a la democracia no debe ni puede pararse. Tenemos que insistir hasta ya no poder y cuando eso ocurra debemos estar dispuestos a entregar el testigo. La democracia siempre será, con todo y sus fallas, la mejor forma de gobierno. La historia política de la humanidad lo ha dejado claramente establecido. Entonces dicha referencia debe ser nuestra única guía y meta. Ello en definitiva implica no darnos jamás por vencidos, pero también supone aceptar la realidad.

Antes de concluir tenemos que hacer mención a una particular variante del embrollo. No tiene ningún sentido empezar a dudar o criticar por mampuesto los triunfos de candidatos de la oposición en razón de su edad y sus aspiraciones de ser candidatos a la presidencia de la República en una próxima gesta electoral. Para ser un buen presidente no es necesario ser joven. También una persona de avanzada edad tiene todo el derecho a aspirar al elevado cargo. No olvidemos que Ramón J. Velásquez tenía 77 años cuando sustituyó a Carlos Andrés Pérez, en junio de 1993. Rafael Caldera, por su parte, asumió su segundo mandato a los 78 años de edad. En definitiva, guste o no, el pueblo es quien elige.

Lo que ahora tenemos frente a nosotros es un nuevo juego y para la oposición eso es un nuevo camino que deberíamos transitar unidos.

@EddyReyesT


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