La dirigencia opositora se ha caracterizado siempre por la búsqueda y lanzamiento de una solución final que resolverá todos los problemas. El remedio mágico a todos los males. Solo en los últimos años se acumulan en esa cuenta: la salida, la consulta, el mantra, el concierto de Cúcuta, el 30A, el TIAR, la segunda consulta y la CPI, esta última, por cierto, vendida como una salida de fuerza “que será el resultado de una condena en esta instancia”. Todas se han presentado como salidas finales, estratégicas a la crisis económica, política y social que atraviesa Venezuela. Todas estas han generado falsas expectativas sobre la simpleza de la solución y lo express de las mismas. Y es que si algo tiene en común este comportamiento recurrente de la dirigencia es la ausencia del pensamiento sistémico, de una comprensión desde los procesos políticos y sociales que se deben desarrollar en Venezuela para alcanzar una salida estructural a la crisis.

En Venezuela hacían años que se venían acumulando demandas sociales, pobreza y rencores. La promesa de la cuarta república de una sociedad democrática, justa y próspera naufragó en la corrupción, el despotismo y la injusticia. Todo esto creó un clima enorme de resentimiento social contra la clase dirigente venezolana. De allí vino Chávez y el llamado chavismo. Un movimiento que planteaba cambios estructurales, pero militando en el resentimiento, azuzándolo, incrementándolo a niveles pocas veces conocido en Venezuela.

Este resentimiento, correspondido y retroalimentado por una temprana oposición muy reaccionaria en narrativa y accionar político, polarizó el país sin tintes medios. Los que trataron de advertir de esto, quedaron atrapados en un fuego cruzado y fueron desechados. Lo cierto es que toda la sociedad, tanto de un lado como del otro, se volvió intolerante al adversario. Al contrario, se le percibió como al enemigo que se debía exterminar. Compañeros de trabajo, vecinos, familias y hasta parejas se fracturaron por la polarización política. Sencillamente estábamos “del lado correcto de la historia” y el otro era la barbarie, la muerte, la traición. Fácilmente redujimos los derechos de ciudadanía a los que se parecían a mí porque pensaban como yo. La diferencia es que uno de los dos grupos controlaba el Estado para imponerle esta expulsión ciudadana al otro sector, mientras el otro no pudo cumplir este deseo, salvo quizás por el brevísimo período de Pedro Carmona Estanga, y por supuesto, en el mundo ficticio de Twitterzuela.

La polarización ha puesto a las bajas pasiones a dirigir la política de lado y lado. Por supuesto, el desastre a que ha llegado el país es esencialmente de quienes gobiernan, pero la lógica que dirige a la nación es lo que subyace en la crisis: Se debe sacrificar todo, incluyendo al país y la vida de los ciudadanos para mantenernos/tomar el poder. Y así, en vez de tributar a destrancar la crisis para solucionarla, ambos extremos pugnan por la rendición del otro, a costa de lo que sea. Torturas, robo, sanciones, golpes, represión, suspensión de derechos, cárceles sin fórmula jurídica, mentiras, entre otros, son parte de las líneas rojas que han cruzado ambos extremos al grito de “No volverán” o “Ni un paso atrás”.

El asunto es que todo esto, durante años, desarrolló procesos de autocratización de la sociedad venezolana, de fractura en dos Venezuelas, por lo que solo procesos políticos, sociales y, sobre todo, culturales, permitirán sacar a Venezuela de la crisis. Por más que el gobierno diga que venció a la oposición, que consiga inversiones en ciertos rubros, el odio está allí, la división continúa, los presos políticos permanecen presos, millones de familias siguen fracturadas y la intolerancia sigue dirigiendo la política. ¿Cómo reconstruimos un país si un enorme porcentaje de la nación se opone a la otra parte?

La reconstrucción de Venezuela no solo necesita de un cambio político y de la reinstitucionalización del Estado venezolano, necesita de una profunda transformación cultural. La autocratización de la sociedad, la búsqueda de salidas fáciles y de caudillos que “nos salven”, así como de una cultura populista endémica, no se resolverán solo con un cambio de gobierno. Todas las dirigencias de todos los colores, han demostrado un cortísimo planteamiento sobre las tareas históricas en la reconstrucción de Venezuela, sin mencionar las serias desviaciones éticas en el ejercicio de la política y del poder. Esto nos obliga a entender la resolución de la crisis venezolana, más que como remedios mágicos que cambian de nombre, como procesos que debemos desencadenar y encauzar.

Los partidos podían fallar, las instituciones podían fallar, incluso la FAN podía desviarse, pues al final están constituidos por seres humanos tentados por el poder y posibilidad del manejo de una enorme renta petrolera. Pero lo que no podía fallar era la sociedad como un todo. La sociedad debió haber sido la contención de las desviaciones autocráticas, del populismo, de la desinstitucionalización, pero, en cambio, la sociedad apoyó entusiastamente lo que vendían los políticos: el exterminio del adversario, el vale todo, el todo o nada. Si queremos superar esta crisis, pero, sobre todo, si queremos que esto no vuelva a ocurrir nunca más, solo la conciencia política, social e histórica del pueblo lo puede alcanzar.

Por esta razón, lo que debemos hacer es iniciar el proceso de reconstrucción de la organización social, fomentar el debate en la ciudadanía para fortalecerla. Que las demandas, las luchas y los diálogos múltiples incrementen la conciencia colectiva sobre la naturaleza de nuestra crisis y que sea este poderoso movimiento de conciencia lo que reduzca la cultura autocrática.

Los líderes nacionales que comprendan esto, se deben poner al frente de dicho proceso, facilitarlo, encauzarlo en un poderoso movimiento de demandas sociales que una a la nación. Es en esta construcción de la agenda social de luchas en donde los liderazgos se legitimarán. Es de aquí de donde saldrán los futuros candidatos del Pueblo.

Iniciar el proceso al revés, escogiendo un líder entre un pequeño grupo de partidos, con un altísimo nivel de aislamiento, solo será un certamen de popularidad de redes sociales entre quienes manejen más plata y todo aislado de las grandes demandas del pueblo. Además, demuestra la insistencia en apostar a salidas mágicas en vez de apostar a desencadenar procesos.

En lugar de perder recursos, tiempo y unidad (porque una interna en estas circunstancias divide) en un proceso que no representará nada para la sociedad venezolana, úsese toda esta energía para construir organizaciones, para fortalecer las existentes, para fomentar un diálogo social en el pueblo adentro, con base en sus problemas concretos. Si lo hacemos bien, con la gente, las candidaturas serán producto del consenso, como deben ser en todo proceso de reconstrucción nacional.

En todo caso, de tener que realizarse unas internas porque resulta imposible la construcción de un consenso, esto debe hacerse después de un proceso de reconstrucción del tejido social, lo que nos va a llevar todo el 2022 y buena parte de 2023. El o la candidata debe ser solo la cara de un proceso imparable de redemocratización de la sociedad. Importará menos este líder y más las organizaciones y agenda que empujan este proceso y que serán base y control del futuro gobierno.


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