En el 2024, el año con mayor número de elecciones presidenciales en el mundo, Venezuela no será la excepción. Será uno de los 70 países (49% de la población mundial) que tendrán la oportunidad de elegir, es decir, de examinar a los aspirantes para la más alta posición política y administrativa del país, de evaluar su personalidad, su oferta de gobierno, sus planes, y de escoger el que, a juicio de la mayoría, representa la alternativa más confiable y más prometedora.

Se trata de un acto de selección en el que pesa tanto la personalidad de los candidatos como su ajuste con la visión que la sociedad tiene sobre su propia realidad, sus problemas y oportunidades, su presente y su futuro. En este año, se trata, además, de tomar partido frente a los cambios y urgencias de cada país, atendiendo simultáneamente las tendencias mundiales respecto de la democracia, de las libertades, de la economía. Esta nueva megaronda de elecciones será, de hecho, a juicio de los expertos, “una prueba de fuego para las instituciones establecidas, condicionadas por la creciente desigualdad social en las sociedades occidentales, el nacimiento de nuevas potencias geopolíticas que ofrecen alternativas a los valores democráticos establecidos y el peligro de la desinformación en las nuevas generaciones”.

Limitando el juicio a los candidatos, los electores se van encontrar frente a varios modelos, dos de los cuales pueden definirse por la diferencia entre vocación de poder y vocación de logro. En más de uno se hará evidente la preponderancia de su posición personalista y autoritaria, de ambición del poder por el poder, de su apelación a la condición de ungido, de la opción por la arbitrariedad, del desprecio por las leyes y los controles, de la apelación al voluntarismo más allá de la racionalidad. En otros podrá observarse la vocación de logro, es decir, una voluntad ambiciosa pero realista, expresada en programas y equipos de trabajo, concretada en propuestas y metas, orientada a resultados para la población, sometida al juicio del ciudadano, abierta a la consulta y a la participación.

La democracia ganará, sin duda, con elegidos creíbles, honestos, con autoridad moral, bien preparados, apoyados en equipos de trabajo eficientes, con metas claras y compartidas, atentos al juicio de la ciudadanía, con voluntad de rendición de cuentas, ocupados en los temas y necesidades de la comunidad. Ganará con la verdad, con la apelación al esfuerzo y a la responsabilidad. Por el contrario, la democracia perderá con personalistas, arbitrarios, demagogos, irreflexivos frente a las consecuencias de su acciones o decisiones, dependientes de su círculo de amigos o socios, más interesados en mantener el poder que en ponerlo al servicio de la sociedad.

Como en todas las elecciones, también en ésta cabe la posibilidad de equivocarse, individual o colectivamente. La experiencia histórica ha negado más de una vez esa afirmación falsamente esperanzadora según la cual el pueblo nunca se equivoca. La importancia de elegir y el riesgo de equivocarse son más que buenas razones para aguzar el juicio sobre las manifestaciones de intención de los candidatos y anticiparse a las conductas esperables. Las expectativas de los electores no siempre son las mismas, y menos en un mundo convulsionado, marcado por la presencia de nuevas fuerzas y tendencias. Hoy prevalece la preferencia por un liderazgo fuerte, ajustado a la ley, pragmático, con objetivos, al servicio de la comunidad.

Entendidas como uno de los fundamentos de las democracias modernas, las elecciones son también la ocasión y la oportunidad para examinarlas, ajustarlas y fortalecerlas. Para el secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral “es muy probable que esta ola electoral hará aún más visible la tendencia al deterioro en la calidad de la democracia, incluso en democracias muy consolidadas”. La tendencia contraria, la de reforzar la democracia, cuenta con las elecciones como instrumento para optar entre un liderazgo viciado por la vocación de poder y otro, muy diferente, signado por la vocación de logro.

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