El origen evolutivo de los virus aún es incierto, según investigaciones científicas. Pero el virus político socialista y por ende comunista en nuestro país ha evolucionado drásticamente desde hace 20 años.

Cuando uno ve y escucha en la televisión los mensajes subliminales acerca de las bondades (¿) de la llamada revolución del siglo XXI, socialista y mal llamada “bolivariana”,  en la que a siete años de la desaparición física de su mentor sigue siendo objeto de veneración en el Cuartel de la Montaña, a cuya memoria diariamente se le rinde culto desde el amanecer hasta cuando caen las sombras sobre la popular y otrora emblemática parroquia del 23 de Enero, se llega a la conclusión de que este régimen tiene un gabinete de sombra, pues detrás de bastidores mueve los hilos del poder.

Y no solo tiene un gabinete de sombra, sino que trabaja bajo la sombra.

¿Por qué bajo la sombra?, se preguntarán ustedes. Pues bien, porque tiene sumido al país en el más oscuro momento de la historia de su vida republicana, que pasa de los 200 años, que ya es mucho decir. Luego, porque desde hace más de nueve años el país viene padeciendo de continuos apagones, de los cuales culpa a la “extrema derecha” de sabotear las plantas de energía eléctrica, las que por cierto confió su vigilancia a las Fuerzas Armadas desde entonces, en manifiesta contradicción, con las declaraciones que a diario ofrecen voceros del oficialismo, sin dejar por fuera la exaltación a la memoria de su fallecido líder máximo y comandante supremo, quien en vida secuestró los poderes: CNE, TSJ, Fiscalía General de la República, Banco Central de Venezuela, Pdvsa y Contraloría General de la República, entre otros.

Es una situación realmente oscura, que ocurre solamente con gobiernos divorciados de la realidad política, social y cultural, y que en medio de tantos males como los que nos aquejan, su gabinete ministerial está constituido por un cuerpo denso de asesores, que rodean desde el presidente y vicepresidente de la república hasta el último de sus ministros, abultando la cúpula del poder que detentan, lo cual pone en evidencia la poca capacidad que tienen de tomar sus propias decisiones. Por eso no es de extrañar, que de 13 ministerios que habían en el último año de la democracia, ahora sobrepasan de 40.

Uno suele escuchar  a sus voceros –por ejemplo– hablar de la calidad de vida de los venezolanos, del gasto en la ejecución de un presupuesto y demás temas que desde hace más de 21 años tienen sometido al pueblo venezolano, en el más oscuro y triste episodio de su vida. Se trata ni más ni menos de que este régimen socialista, marxista y mal llamado revolucionario, disimula su ineficiencia trasplantando irracional e inútilmente a nuestro medio a las cortes europeas del Renacimiento, en las que los reyes semejaban títeres en manos de numerosos cortesanos, muchos de ellos en procura de lucro personal, lo que equivale a convertir  este propósito en una artera forma de corrupción.

Todos los venezolanos ansiamos un gobierno con una estructura institucional que permita lograr, a corto, mediano o largo plazo, el bienestar colectivo, aquello que sociológica y políticamente se define como “el bien común”. Anhelamos un gobierno que cumpla a cabalidad sus funciones, objetivos y metas, así como sus políticas estrategias y tácticas por aplicar. En síntesis, un verdadero gobierno que no sirva únicamente para atraer simpatías, sino para demostrar la responsabilidad, compromiso y tarea fundamental que brinde una mayor seguridad jurídica, política, económica y social, y por último, que sus decisiones favorezcan a todos los sectores del país, sin improvisaciones, sobresaltos y contradicciones y lo más importante, sin exclusión alguna.

No hay día que el pueblo venezolano no despierte con la revelación de las más inverosímiles situaciones a las que nos tiene acostumbrado este régimen, ni se acueste sin conocimiento de otro. Todos los días, este columnista inquiere en su memoria, bajo la rigurosa y torturante interrogación: ¿por qué? ¿por qué? Y es que la capacidad de asombro se queda corta cuando buscamos respuesta a tanto desafuero, desgobierno, mediocridad y burla, que perpetran desde Nicolás Maduro hasta los más áulicos cortesanos, que sin falso rubor aplauden el histrionismo del dueño del circo.

Para estos hombres y mujeres enquistados en el poder, que no padecen la crisis económica que asola a la mayoría de la población, inmersa en la más desgarradora situación que pudiese haberse imaginado, no pasa de ser sino una coyuntura propia del cambio que requiere la mal llamada revolución bolivariana. Poco o nada les importa el país.

Esta respuesta refleja la incapacidad de quienes nos gobiernan (¿), además de que ellos saben lo que hacen, es parte del plan. No quepa duda de que El príncipe de Maquiavelo ha sido almohada de los “líderes” de la susodicha revolución, pues literalmente siguen el precepto: “Si un príncipe se quiere mantener en el poder ha de aprender a no ser bueno”; es decir, hay que ser malo. Desgraciadamente entienden malo como ineficiente, ignorando que malo en el dogma político es ser eficiente, o sea, bueno en la praxis.

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