régimen de Maduro

Ya han pasado cinco meses desde que el periodista Roland Carreño fue encarcelado sin ninguna justificación. El régimen lo acusa de terrorismo y conspiración, lo mismo que han imputado a muchos otros profesionales de los medios en las últimas nefastas dos décadas

Pero, además del caso tan notorio de Carreño, por el que todas las organizaciones nacionales e internacionales piden la excarcelación, durante los meses de pandemia se han sucedido pequeños golpes contra la libertad de expresión que a veces pasan por debajo de la mesa.

De vez en cuando se publica que alguna emisora de radio ha sido cerrada o algún tuitero detenido y como son tantas las tragedias que los venezolanos viven diariamente, eso no tiene resonancia en muchos.

Pero resulta que cada vez la censura se hace más fuerte y el hecho de que no llame la atención puede producir un efecto de normalización que en nada ayuda. Se trata de otro derecho humano que el régimen cercena a diario. Las libertades de expresión, de información y de prensa son vitales para cualquier sociedad, es lo que las hace realmente democráticas y por eso desde el comandante muerto hasta sus herederos han dedicado muchos recursos para acabar con ellas.

Esta vez le tocó a la emisora 88.1 de Aragua por un extraño subterfugio sobre su concesión, aunque se supone que se había alargado por 11 años. Pero el Instituto Prensa y Sociedad, que gallardamente lleva la cuenta, asegura que en 2020 hubo 374 reportes de incidencias que acumularon 636 violaciones a las garantías informativas en el país.

El año pasado se cerraron 18 emisoras de radio, sin contar con el terror que sienten los ciudadanos que quieren opinar o informar sobre lo que viven, ni qué decir de los médicos o las enfermeras que quieren alertar sobre el desastre causado por el covid. La censura es una pandemia muy fuerte que Venezuela lleva más de 20 años padeciendo y para la que parece no haber vacuna.

Los pocos medios electrónicos que aún se mantienen en pie de lucha deben lidiar diariamente con “imprevistos” técnicos que les hacen perder conexión. Ya casi no circulan periódicos impresos y si lo hacen se nota a leguas que los titulares pasan por una trituradora de noticias. Eso que no se ve, pero que se palpa porque afecta al ciudadano es la consecuencia de una violación sistemática de la libertad de expresión.

Si la población no está informada, no puede quejarse, no puede reclamar ni exigir. Ha funcionado muy bien en Cuba y lo aplican los aprendices en esta tierra firme. Pero los periodistas y los pocos medios que quedan no desmayan y valientemente siguen dando la batalla.


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