Todos los géneros tienen sus villanos. El cine de horror por supuesto va a la cabeza en general con monstruos cuya eficacia depende en gran medida de su antropomorfismo. Drácula, Frankenstein, los zombies asustan más en la medida en que partes de ellos se entremezclan con un lado opaco y cuando la mezcla de lo humano con lo Otro está bien combinada, el horror se produce. La historia también tiene sus villanos, no hace falta nombrarlos. Salvo mejor opinión a nadie se le había ocurrido insertarlos en el género del horror, al menos no en esta parte del planeta.

Pablo Larraín es un director chileno particularmente estimable. Ha hurgado en los años de plomo de su país con filmes que oblicuamente aluden al clima de horror (Tony Manero, Post mortem, ambas de 2008), narrado la crónica de la salida del infierno (No, 2012), se ha hundido en la maldad de torturadores y pedófilos (El club, 2015) y abordado el drama existencial y femenino con Gloria (2013). Menos afortunado ha sido con temas no chilenos (Jackie, 2016) en una obra prolífica y siempre interesante. Ahora le toca atacar de lleno al villano último de la historia reciente, Pinochet. Y fiel a su estilo, su acercamiento es oblicuo y original.

Pinochet es en la tesis de la película un vampiro cuyos orígenes se remontan a la Francia de la Revolución y que a través de sucesivas emergencias reaparece como milico golpista en el Chile del siglo XX. Es cierto que la imagen de Pinochet, brazos cruzados, mentón en alto, lentes negros y tono desafiante, sin contar con la capa que viste a menudo lo hace visualmente un villano, sin necesidad de enumerar sus tropelías. Esa tentación es la que sienta las bases de la película. Pinochet no es un ser humano, es la encarnación de potencias malignas que afloran cada tanto en la historia y que nunca perecen, se reciclan y permanecen agazapadas esperando la próxima oportunidad. Original, sin duda, pero poco más que eso.

Empecemos por una premisa. Dentro de la barbarie de los setenta en el Cono Sur podríamos establecer una categorización según la fuerza directriz de la dictadura del caso. En Uruguay fue la estupidez, en Argentina la necrofilia y en Chile la traición (Pinochet fue hasta ultimo momento un adulante de Allende). El problema es que, en el cine de horror los monstruos son monstruosos, pero no son traidores. Su fuerza está en la forma en que se muestran no en el estado larval en el cual se esconden. Postular a Pinochet como un monstruo no humano es una ocurrencia de ingenio, una boutade similar al comentario de Roberto Bolaño que decía que pertenecía a los expedientes secretos X. Pero Pinochet, y de ahí su horror y  el rechazo que genera su figura es, para desgracia del género un ser humano. Abyecto, traidor, cruel y depositario de epítetos que llenarían un diccionario, pero, tristemente humano e históricamente explicable. Hacerlo Conde y postularlo como una emergencia imaginaria es  por decir lo menos, un despropósito. Hundirlo en un melodrama abstracto en el cual entran desde una monja exorcista hasta Margaret Thatcher como su aliada vampírica produce poca risa. Tal vez pudiera muy lejanamente apelar a la premisa inicial, los vampiros nunca mueren, el mal autoritario siempre subyace (un poco a la manera del Uberfascismo del que hablaba Umberto Eco).

Todo esto es cierto pero un fenómeno tan terrible merece mucho más que la pomposidad y la lejanía que le dedica la película. Es cierto que la originalidad es una virtud , aunque no una virtud en sí, y que la imagen es impecablemente sombría y cuidada de principio a fin. Hay oficio sin duda pero la película es lenta, grandilocuente, y hace de Pinochet y su esposa dos ancianos perversos y decadentes pero muy poco más. Son malos porque son malos, un poco como esta gente que ahora es famosa porque es famosa. La traición, el desprecio por los más elementales derechos humanos, la crueldad como práctica política le quedan chicas al género de terror. Es un filme que confunde ingenio con inteligencia, el mal histórico con una película de matinée. Un desatino grave. Está en Netflix.

El Conde. Chile.2023. Director Pablo Larraín. Con Jaime Vadell, Gloria Munchmeyer, Alfredo Castro


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