Hace unos días caminaba solo por el Parque del Este, lugar de encuentro por muchos años con Elías Daniels, cuando me abordó una persona que en el momento no identifiqué y me dijo: “Como sé que usted era buen amigo del almirante, le quería comentar que falleció anoche en su apartamento aquí en Caracas”.

Mi reacción fue de impacto y los detalles me los brindó el buen samaritano que me abordó con amabilidad. También era  cercano a Elías.

El parque los lunes es bastante solitario, seguí mi camino no sin concentrar mis pensamientos en el buen amigo que se había marchado. Desde hacía tiempo me había hecho la promesa de visitarlo, sabía que por problemas de visión y salud poco se le veía públicamente. Lamenté mucho no pasar por su casa y compartir cuando era apropiado hacerlo. Hablamos por teléfono varias veces, su voz no era la misma. Ahora nos queda la despedida. Son tantas las cosas que nos absorben, que a veces dedicamos poco tiempo a familiares y amigos. Si se van repentinamente o emigran, el sinsabor es amargo.

Elías, toda vez figura pública, despertó pasiones en el tiempo. Escribí un tuit lamentando su fallecimiento y mucha gente reaccionó con reconocimiento y admiración. Otros usaron el expediente de hechos políticos para pasar factura en temas que pocos conocen y que no correspondían a como se han tratado de narrar. Especialmente a su papel el 4 de febrero del 1992 y a su visión del manejo del tema de Guyana.

A pesar de que hice una amistad con él ya en una época adulta, por allá en el año 2000, mientras coincidíamos en Relaciones Exteriores, no fueron pocas las horas que compartimos a lo largo de estos últimos años, largas conversaciones y reflexiones sobre el país y las relaciones internacionales. Fue un hombre a mi entender particularmente honesto y disciplinado. Muchas veces vi y escuché a oficiales de la Armada reconocerlo como un excelente oficial y por nuestra parte, como diplomáticos, siempre tuvimos aprecio por su trabajo serio y disciplinado como embajador en Lisboa y  desde la Unidad Guyana de nuestra Cancillería.

Fueron muchas las horas que le dedicó al estudio y preparar documentos sobre la disputa que pocas veces fueron asimilados en su justa dimensión. Recuerdo que una vez me pidió que lo ayudara a convencer al canciller de turno que le diera una audiencia. Lo tenía angustiado que quien dirigiera las relaciones exteriores no entendiera en su justa proporción lo que significaba para Venezuela la controversia por el Esequibo y la disputa entre Venezuela y Guyana. Se había cansado de pedir la cita. Al fin se logra y le ofrecieron 15 minutos. Duró 6 horas. Daniel con sus mapas a cuesta y su bagaje de conocimiento asombró al interlocutor, quien además reconoció que sin duda ese era un tema del mayor interés del Estado y que del que poco entendía.

Era un hombre además respetado por los propios guyaneses. En una oportunidad viajamos juntos a Georgetown y recuerdo la amabilidad y el respeto con que era tratado, a pesar de ser un hombre clave en el manejo del tema desde la Cancillería venezolana. Su postura era fundamentalmente intelectual, no es poco el legado escrito que deja. Siempre enviaba sus reflexiones a una larga lista de expertos y pedía opinión, críticas y reacción a la manera de abordar sus inquietudes intelectuales. Muchas veces conversábamos en grupo y él se quedaba pensando y me decía: “Le envió mis reflexiones escritas sobre el tema”. Una de ellas la abordó de la siguiente manera:

“Durante nuestro breve encuentro en el Parque del Este, hoy 17MAY2016, me pareció muy interesante que abordáramos la situación política de nuestra querida Venezuela.Usted, un hombre de conceptos éticos y morales adquiridos  en el hogar, y perfeccionados por un sistema educativo democrático y el desempeño profesional, insistía en que los líderes gubernamentales actuales debían actuar de manera racional. Yo, por el contrario, sostenía que a esos líderes no se les puede analizar desde una óptica racional, por cuanto ellos, por razones de supervivencia, tratan desesperadamente de sobrevivir, optando por métodos que no aceptan comparación en un mundo racional, por lo que nos es muy difícil esperar una acción racional compatible con nuestra manera de concebir las cosas, con un sentido ético y moral que despunta en la mundología actual.

Lo anterior me obligó a revisar conceptos previos, recordando que en ENERO2011 había reflexionado sobre El Desorden como Orden Político, cuando en situación similar a la de ahora hube de estudiar la Teoría del Caos, la cual le envío en attachment, esperando sus consideraciones al respecto. En síntesis, considero que la administración actual, ante la evidente pérdida de apoyo político, opta por la violencia, procurando que las personas con sistema de valores similares a los suyos se engrinchen en una actitud irracional”.

No fueron pocas  reacciones similares del almirante a  discusiones sobre distintos temas. Le gustaba conversar, discutir y siempre con  respeto y vocación de reconocer cuando estaba equivocado. Sus famosas reflexiones que escribía y circulaba son acervo importante que debería de compilarse como testimonio de evaluaciones válidas y acertadas que, de haber sido digeridas debidamente, le hubiesen evitado a la República tantos desaciertos en materia internacional.

Los alegatos sobre su actuación el 4 de febrero no lo incomodaban. “Hice lo que me correspondió con honestidad y disciplina”, nos decía. No manejo ni el odio ni la avaricia por el dinero. Siempre lo exteriorizaba, que para un muchacho que vio el mar la primera vez que llegó a Escuela Naval y terminó su carrera como vicealmirante no podía haber mayor gloria. Aciertos y desaciertos, sí, pero no usó el Fisco  ni sus cargos para su provecho personal. Lo recuerdo en su viejo Chevrolet que le asignaron cuando ascendió al almirantazgo. A veces llegaba a Fuerte Tiuna y dudaban de su rango. Era su perol azul.

Varias veces me invitó al Rotary de la Zona Colonial, un buen espacio para afirmar el aprecio y respeto que se le tenía. A quienes le reclamaban su silencio público  ante situaciones relacionadas con el seguimiento de la situación con Guyana les recordaba que era un funcionario de Estado al que no le correspondía fija posición públicamente, pero sí advertía por escrito a las autoridades las consecuencias de actuaciones indebidas y omisiones que le podrían costar  caro a la nación.

En fin, se fue un amigo que así como deja muchos afectos, dejará reclamos pendientes en su vida profesional. A sus hijos mi solidaridad. Lamentaba que optaran algunos por la emigración, pero era la realidad de los nuevos tiempos. Ojalá que en la Armada y en la Cancillería lo reconozcan en su justa dimensión. Muchos de sus amigos vamos a extrañar su amabilidad y su honestidad.


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