Por petición del fallecido médico, artista plástico y poeta Carlos Contramaestre ―con quien participé en la fundación del Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes, donde fui director asistente― estuve a cargo de la supervisión editorial del poemario El Viaje. (1)

Liscano fue hacedor de una poesía de fundamentación heroica»: -«A despecho de sus investigaciones folklóricas, su lírica no está invadida por la boga del criollismo venezolano. Producto, tal moda, de una bien dirigida campaña de envilecimiento intelectual por partede algunos autores. En ningún caso, no pretendo subestimar al Folklore Nacional: empero, lo confieso sin rencor, sí necesito darle el lugar que exacto merece en la «Literatura Universal». A mi juicio, mediante argumentos de obcecado criollismo, en nuestro país se hace mucha y fácil poesía». (02)

Juan, en cuyo Nuevo Mundo Orinoco (1959) ya anunciaba cierta influencia «gnóstica», pareció admitir, con su madura creación poética, que veneraba lo intuitivo. En un breve comentario sobre el citado libro, dije: -«[…] Liscano abre una ruta hacia la ejecución de una poesía paleontológica: donde el todo interior despierta al consciente […] El Ser, su develamiento y la sabia quietud del alma que representa evoca la antiquísima Secta de los Metafísicos. Lo ha confesado en algunas entrevistas».

Durante uno de nuestros frecuentes diálogos, me dijo que la literatura venezolana requería de una dosis de metafísica. Acertó y sus textos la abunda.

Según su autocrítica, El Viaje fue un texto «accidentado». Uno de sus confidentes y amigos, entre los cuales estuve, lo extravió. A partir de El Viaje, el intelectual divulgó un estilo indiscutiblemente suyo. La obra a la cual confía la misión de reflejarlo, reafirmó el rigor «óntico» ya consagrado en Nuevo Mundo Orinoco (1959). He aquí un fragmento de El Viaje:

-«[…] He viajado dentro del viaje hacia fuentes escondidas/ he sentido el horror del océano en tinieblas de fuegos nebulosos […]».

Una vez instalado en su espíritu/ego/conciencia, Juan Liscano dejó escapar una poesía que pareció dictado religiosa. Se sintió, sin embargo, solo. A voluntad, desterrado:

-«[…] Me he visto en un escudo de águila con las alas podadas/Soy Martín Pascual, Don Nadie, Juan de nauta/Juan de la noche/Juan sin apellido, el desterrado […].»

Es importante advertir en Liscano a un náufrago, hombre cuyo largo tránsito por la vida le deparó luces pero también decepciones:

-«[…] Hace tiempo vago sin la paz de un rumbo […]» -confesó.

Es ahí donde se gestó su estoicismo del intelectual que, en ese inexistente camino porque no es rumbo, sembró un canto metafísico. Su musicalidad irrumpió poética y la fluida escritura que la ejecuta propagó mensajes. Tuvo, en este punto, correspondencia con Rafael Cadenas. Rasgo que no fue producto de la influencia sino fortuita y leve semejanza. Porque Rafael se avocó al aforismo y Juan a los problemas del «ser consciente de la existencia de una Divinidad.

La existencia asume al  ente, aunque parezca absurdo, como el ente a ella: situación paradójica, sin duda, que hace posible lucubremos en redor del espíritu. El Hombre requiere de su intuición sensible, de sus facultades más profundas y desconocidas, para sobrevivir al cálculo. Nos gestan en el vientre de una tierra furiosa y morimos en su psiquis. Fue el recorrido ineludible de un poeta que alucinó «otra orilla». Ruta hacia la cual la extrema necesidad ontológica conduce a individuos sensibles.

Primero la angustia, luego la reflexión por sobre los actos, para culminar en la quietud. Juan yació ahí, en la paz de un tiempo que  (pese habitarlo) experimentó misterioso. Porque el tiempo no pertenece al ser humano como entidad física, sino a la conciencia ella. Las inferencias del escritor sostienen mis afirmaciones:

-«[…] Escribir es sacar a los muertos de sus tumbas/representar las interminables tramas del olvido del amor y del recuerdo/revolver la memoria en procura de fragmentos y restos de civilizaciones extintas […]».

El tiempo enigmático prorrumpe existencia fuera de los sentidos. Agota los campos verdes, las mujeres hermosas, envejece igual que nosotros. Deviene senil. Es, además, implacable consigo. Nos vigila, de una u otra forma, a quienes interpretamos la vida mediante la praxis escritural.

Liscano se enfocó en ello, y, con él, también yo:

-«[…] Recuerda que recordarás  al final asomado al borde del vacío/manoteando tú ya de vidrio y de circuitos […]»

NOTAS

(1) LISCANO, Juan: El Viaje. Edición del Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes, 1978.

(2) En el diario El Impulso, Barquisimeto, Venezuela, Noviembre de 1977.

@jurescritor

 


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