El niño que comienza a desarrollarse y crecer en el vientre de la madre es un asomo casi invisible que entre miles como él allí quedó anclado acaso en un instante de placer ansioso más que de un segundo de espíritu enaltecido. ¡Es el poder de la semilla! De manera recóndita y secreta hace germinar la vida que crece en silencio, lenta y apaciblemente como crecen los árboles, la flor en el tallo, los resplandores de alegría que embellecen tu rostro o la tristeza que te aflige cada vez que recuerdas el infortunio que arrancó lágrimas de tus ojos. Hay un viaje a la semilla cuando la nostalgia nos impulsa a  mirar hacia el pasado y volvemos a vernos pero disminuidos y distantes y a veces nos cuesta reconocernos y lloro porque siento que el pasado y el futuro que me acecha se encaraman uno sobre el otro como si fuesen semillas que van a germinar seres ignorados y misteriosos: es un llanto de angustia y de incierta espera porque es forzoso esperar que nazcan y se desarrollen y eso requiere tiempo y ese tiempo inquieta al espíritu y para su propio sosiego el espíritu se abriga y se protege en la memoria.

¡Es así como actúa el viaje a la semilla! Sin embargo, buscar al país venezolano que germinó de la semilla que plantaron sus libertadores equivale a buscarme a mí mismo con algún rasgo de modernidad, pero enfrentando enormes obstáculos y dificultades.

El pintor Joan Miró recordaba que Matisse decía que al hacer un retrato no miraba al modelo: lo aprendía de memoria y allí lo miraba. De manera que viajar hacia el pasado buscando nuestra semilla significa que deberíamos aprender de memoria lo que germinó de ella, pero me obligo a reconocer que nada de lo que hemos hecho o haremos a partir de hoy garantiza seguridad ni confianza porque todo está sujeto a continua mudanza, advertía aquel iluso y enardecido enemigo de los molinos de viento.

Me duele ver a mi país sin mirarlo, aprendido de memoria, como veía Matisse a sus modelos, pero envejecido y transformado en un ser de lástima, reducido a escombros y atrapado por un enjambre de manos envilecidas por las drogas. Pero, no obstante, algo me anima y me enaltece: ¡la certeza de que habré cumplido a satisfacción mi viaje a la semilla cuando vuelva a verlo como siempre ha sido, ágil y hermoso y amado y respetado por todos nosotros.


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