En la aturdida Venezuela, asediada por falsedades, gaznápiros y alcornoques, la línea entre lo real y lo ficticio se vuelve difusa, y la verdad, se erige como un faro en la tempestad, brújula que guía hacia la comprensión y toma de decisiones acertadas. La narrativa oficialista distorsiona para encajar agendas políticas y la propaganda deshonesta se difunde furibunda. En este panorama de crapulosos y mondregotes, defender la verdad es una tarea titánica, un desafío que exige valor, probidad y adeudo inquebrantable con la justicia.

La sinceridad es un bien escaso. Redes sociales, medios de comunicación y, en muchos casos, las interacciones cotidianas están plagadas de filtros, ediciones y máscaras que distorsionan la naturaleza de la realidad. Lo que implica confrontar, sin maquillajes ni falsas apariencias, en un acto de pureza que fortalece las relaciones humanas e impulsa el progreso social e individual.

La verdad, en su esencia, es la base de la confianza, piedra angular de la libertad y democracia. Es el principio del diálogo genuino, intercambio de ideas y búsqueda de soluciones conjuntas a los problemas que aquejan a la ciudadanía. Sin embargo, en Venezuela ha sido erradicada, la certidumbre erosionada y la desconfianza convertida en moneda corriente, obstaculizando avances y profundizando la crisis.

Tapujos y pretextos han penetrado la vida venezolana. Referencias inexistentes, arengas de odio y alocuciones de antipatía, propaganda embustera y difusión gubernamental, inundan el espacio público, confundiendo y sembrando discordia. La avalancha de desinformación es como un virus pernicioso que se propaga, con impacto devastador en la mente colectiva, generando apatía y desesperanza. El antídoto, la transparencia. La sinceridad es integridad. Implica coraje para enfrentarla, incluso cuando es incómoda o dolorosa.

Panorama desolador, pero con voces que se rehúsan a ser silenciadas, comunicadores sociales, periodistas, activistas y ciudadanos de a pie comprometidos en la luchan por defenderla, a pesar de los riesgos y amenazas. Su labor incansable es luz de esperanza que ilumina el camino hacia un futuro donde la verdad prevalezca y la justicia florezca. Es inaceptable el silencio mientras es atacada, violada y ultrajada. ¿Qué podemos hacer para defenderla? La respuesta es simple, pero no fácil: no ser pelafustán y convertirnos en sus guardianes.

Recuperar el valor de la verdad en Venezuela es tarea enorme y requiere del esfuerzo conjunto. Fomentar la cultura crítica que permita discernir entre lo veraz y lo falso, robusteciendo la educación para el desarrollo del pensamiento independiente.

Asimismo, es indispensable crear espacios legítimos en los que diversos repertorios puedan ser escuchados y la búsqueda de la verdad sea un ejercicio ciudadano. Academias, organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación independientes, tienen un papel fundamental que jugar en la construcción de una nueva narrativa para Venezuela, basada en la nitidez y rendición de cuentas.

La sinceridad es un acto de rebeldía, compromiso con la empatía, de amor propio y ciudadano, rompiendo con la fachada de la perfección fabricada, recordando la belleza de lo imperfecto, auténtico y humano. Cada quien tiene su historia, dolor y luchas. Sincerar la realidad no es una tarea fácil y menos para zangandungos. Requiere arrojo para desafiar embustes, reconocer vulnerabilidades y errores, abandonar los antifaces utilizados como protección del juicio ajeno; es en esa fragilidad que se encuentra la fortaleza de la verdadera humanidad, y, en consecuencia, libera del peso de la inautenticidad, permitiendo la vida con integridad y congruencia. Conecta con la esencia más profunda de lo que somos más allá de las caretas. Y al hacerlo, abre las puertas a una vida plena, auténtica y significativa.

El camino hacia una Venezuela donde la verdad brille con fuerza, no será fácil, pero vale la pena recorrerlo, porque conduce a la sociedad ideal, donde las voces sean escuchadas y la dignidad humana el valor supremo. En este viaje, la verdad será la brújula, guiando hacia un futuro radiante que los venezolanos merecemos.

Defender la verdad no es para cagalindes, es un deber moral, es la base de la libertad, confianza, justicia y democracia. Sin ella, la sociedad se desmorona, dando paso al caos, violencia, opresión y anarquía. En un mundo desbordado de falsas apariencias, la claridad emerge como anhelo, hacia la verdad y autenticidad. Es hora de sincerar la realidad, abrazarla, para encontrar independencia y sentido de la existencia.

@ArmandoMartini


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