Maria Amneris Yanes Oropeza

¿Cuánto amor puede albergar una madre? ¡Imposible respuesta a una pregunta para la cual no se han podido crear formas de medición ¡de infinitas dimensiones!

Este pasado jueves 10 de junio, sin que fuera posible mi presencia física en Caracas, fueron sepultados los restos mortales de mi madre. Quiero dejar testimonio, para las generaciones presentes y futuras, del inconmensurable sentimiento de agradecimiento a Dios, nuestro señor, por haberme bendecido al designarme el último pasajero en el vientre de nuestra poetisa: Maria Amneris Yanes Oropeza (02-01-1926 / 08-06-2021).

Amneris, como la llamaban en la cotidianidad sus hermanas y hermanos, fue de las mayores hijas de un hogar que se inició en el pasado siglo, aún en la era gomecista, en nuestra muy caraqueñisima parroquia La Pastora. De Gloria a San Fernando, creció en el seno de lo que se convertiría en una nutrida, deliciosamente bulliciosa y alegre familia de quince hermanas y hermanos. Mamá fue siempre una gran consentida y a la vez una gran consentidora. Amó a raudales a sus padres, Angel Román e Inés, así como a todos sus hermanas y hermanos. Amó la música y la poesía que emanaban de la guitarra del abuelo; y el cafecito madrugador que la abuela preparaba cuando apenas asomaba amaneciente la tenue luz del día, con los anunciantes cantos de los gallos.

Desde muy temprano, sin dividirse ni alejarse de su raíz familiar originaria, decidió sumarse a la formación de una nueva rama: nuestra familia González del Castillo Yanes. Al lado de papá cultivó la poesía, la solidaridad hacia quienes los necesitaban y el profundo amor a cada uno de sus hijos, que se fueron sumando para resultar en un empate final entre cuatro niñas y cuatro varones.

Amneris fue una mujer´valiente, cálida, pragmática y rebelde. Fue alegre, sincera y decidida. Fue una apasionada de la vida y de su libertad para vivirla; al igual como lo fue papá. Un día recuerdo que, ante esas preguntas que hacemos los adolescentes sobre cómo se había enamorado de papá, me respondió risueña algo así: ¡Desde que conocí a tu papá ha sido conmigo un enamorado permanente!

Mamá sufrió, sin dudas, el más grande dolor que le haya ocurrido en toda su vida, con la muy temprana muerte en el año 1967 de su primer pasajero, nuestro mayor hermano Néstor; al que apodábamos “Nestico”. Joven dirigente, cuyo inolvidable sepelio ocurrió entre cantos del Himno Nacional y el de aquella Acción Democrática de entonces: «Adelante a luchar milicianos…».  Sin embargo, por su insondable fe, coraje, y con las reservas de inagotables energías para amar que poseía a los que aún continuábamos con ella, siguió adelante enfrentando las sombras y soledades de sus llantos ocultos. Pudieron ambos, nuestro padre y madre, y aún por separado, ir reconstruyendo para sus hijos que les acompañábamos en este mundo, el tejido inmaterial que nos unía, nos une, y nos unirá por siempre, para ponernos de pie y continuar andando el camino de valores y principios de dignidad de la vida y de la libertad, inseparables, que nos legaron ellos, junto a las generaciones de nuestros mayores, que por dichos valores lucharon y conquistaron en su tiempo.

Amneris supo vencer sus propios grandes y pequeños retos. Desde aprender con edad avanzada a manejar vehículos, hasta hacer poesía, aprender otro idioma, hacer yoga, conocer nuevas experiencias laborales y de relacionamiento humano. Adoptó con su amor, cual hada madrina, a otras niñas, a otros niños, bendiciéndoles con su ternura. Ellas y ellos la recordarán también por siempre. El centro de su atención fue compartir con quienes les rodeaban sus maneras sinceras y directas de amistad, con sus muchas virtudes de hermana, madre, amiga y ciudadana, frente a las diferentes fallas humanas que todos presentamos.

¡Hoy te decimos Madre un hasta luego! Por lo que amamos, como tú nos enseñaste debe ser el amor: valiente, decidido, desprendido y tenaz, tuyo será por siempre nuestro amor e inexorablemente indestructible!

«A mis hijos»

Son mis joyas verdaderas,

auténticas y preciosas.

Me las regaló el señor

en las mañanas hermosas,

 

Son mis hijos mis tesoros,

mis caudales, mi fortuna,

me los regalo el señor

en una noche de luna.

 

Ellos son la gran herencia

que en esta tierra poseo,

son ellos los hijos míos

que ni yo misma lo creo.

 

Nueve meses, muchas lunas,

los acuné en mis entrañas,

como la tierra y el fruto

como la vara y la caña.

 

Gracias te doy mi señor

que me escogiste a mi

para guardar tus tesoros

en las vida que les di.

 

Maria Amneris Yanes Oropeza

 

[email protected]

@gonzlaezdelcas

 

 

 


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