En el 1940 Hitler avanzaba sobre Europa, pareciendo invencible. Pero Winston Churchill tenía en su mente un único plan: “La victoria”. Fue entonces cuando dijo con mucha convicción: “Defenderemos nuestra isla cueste lo que cueste. Lucharemos en las playas en las pistas de aterrizaje, nunca nos rendiremos”. El último caballero, el león, como lo habían apodado sus compatriotas, estaba al frente para derrotar a Hitler. “Para esto me he preparado toda mi vida”, escribió en sus memorias.

A pesar de ser un mago de la palabra y un orador consagrado en el parlamento, recibía ataques constantemente. La parlamentaria Nancy Astor le dijo: “Si yo fuera su esposa le echaría veneno en su té”; a lo cual Winston Churchill replicó: “Si yo fuera su esposo me lo tomaría”. Pero esta chispa de humor e inteligencia para evadir ataques no le bastaría para enfrentarse con la derrota y sentirse como un leproso en el seno de su partido. Claro, esto ni lo detendría para denunciar en sus artículos y en el parlamento a Hitler, criticando la ilusión del pacifismo en el pacto de Múnich; al respecto, poco después se demostraba que el viejo bulldog de 65 años tenía razón, con la llegada del Führer a Praga.

En su exquisito libro de más de mil páginas The Second World War, cuenta Churchill que, en una de sus muchas conversaciones con Roosevelt, este le dijo que estaba pidiendo públicamente sugerencias sobre cómo debería llamarse esta guerra y de inmediato respondió: “La guerra innecesaria”. Y es que tal vez nunca hubo una más fácil de detener, que la que acababa de arruinar lo quedaba del mundo de la lucha anterior, añadió. Para Churchill la guerra era un absurdo; pero a su vez despertaba una pasión, a la que se enfrentaba sin miedo, con un tabaco en su mano izquierda.

Y además de un ejército valiente, tenía un arma más poderosa, que venía ejercitando en sus artículos y en el parlamento, es decir, su palabra. Así, luego de varios días de declararse la guerra, Winston Churchill pronunciaría aquellas palabras que hasta el día de hoy hacen que cualquier británico, al escucharlas, se le ponga la piel de gallina: “Diré hasta la cámara lo mismo que le he dicho a los que se han unido a este gobierno; no tengo nada más que ofrecer sino salvo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.

Luego del gran bombardeo que hace Hitler a Londres, pensando conquistar la isla en cuestión de días, Winston Churchill no se encierra en su despacho, sino que más bien sale a la calle, con su gente, con su pueblo, con la frente en alto, caminando entre los escombros con su sombrero y su bastón y su cigarro en la boca, animando a los bomberos, y al alcalde de la ciudad y pensando en la defensiva.

Cuando los japoneses atacan a Estados Unidos, Winston Churchill viaja a Washington para hablar en el Congreso, en el que sería el discurso más importante de su vida, superándose a sí mismo. Luego de una larga reunión con el presidente Roosevelt, al viejo bulldog le daría un infarto; pero esto no detendría su ritmo de trabajo, ya que lo mantuvo en secreto. Siguió durmiendo cuatro horas, fumando y bebiendo whiskey a su manera y no descansó hasta el 8 de mayo de 1945, cuando Alemania se rindió y acabó la guerra.

¿Realmente hacía falta otro artículo sobre Winston Churchill? Me planteé esta pregunta varias veces antes de comenzar a escribirlo. Hay muchos libros, ensayos y artículos sobre Churchill; sobre este hombre que fue: soldado, ministro, parlamentario, escritor, periodista, pintor, esposo y padre; ganó el premio Nobel de Literatura y fue nombrado Lord por la reina. El 24 de enero de 1965 murió el viejo león. Este león que iba a cambiar la vida de toda Inglaterra y del mundo.

A pesar de que hoy en día manifestantes anticapitalistas y grupos de Black Lives Matter rocían de pintura su estatua en Londres, escribiendo con letras negras “Churchill era un racista”, el culto a Winston Churchill crece de generación a generación, recordando lo que hizo, lo que fue y lo que es para el Reino unido y para el mundo.

Por esto yo creo que sí hace falta seguir escribiendo sobre el último caballero. Porque parece que alguna gente olvida, no recuerda; las jóvenes generaciones tal vez no conocen el tamaño de su gesta. Tendrían que vivir otra vez esos años oscuros, para que lo comprendan. Pero ojalá que esto nunca vuelva a ocurrir en la tierra.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!