Foto José Jordan (AFP/Getty Images)

Es exquisito. Un desorden tan perfecto que contrasta con los espectáculos del alto gobierno, en trío concertado, cuando daba informaciones diarias y encadenadas del progreso de la pandemia. Ahora es justamente lo contrario, no se sabe dónde están vacunando, si hay que presentar o no carnet de la patria, cita, horario, edades, enfermedades previas. Una ristra de casualidades que se resumen en buscar con suerte, llegar a las 5:00 am. Y esperar en una larga cola a que logres contaminarte de los vecinos.

El turismo

De buena parte de los países mediterráneos europeos nos llegan angustias y preocupaciones porque la peste, aún en curso, impida la afluencia de turistas de los que su economía depende en alta proporción.

El turismo es cosa antigua, pero es con el desarrollo de la cultura occidental, la industria y la educación que en la gente se despierta y posibilita viajar y conocer sitios de los que sabía por cuentos y literatura. Esa posibilidad de alguna manera es una extensión de la propia vida, de la intensidad de vivir. Una suerte de arte-espectáculo.

Al principio viajan y visitan unos pocos, pero con el tiempo crecen empresas y especializaciones que, prácticamente, obligan a viajar para conocer. Aventuras organizadas para sitios también organizados, a los cuales se va y se regresa con un sentido mayor de haber prolongado la resumida vida urbana.

A las maneras físicas del turismo se agregan, en calidad y crecimiento, las variantes digitales. Tanto para organizar viajes como para “ir”, con realidades virtuales a los sitios soñados o deseados.

La migración

La migración, que es inherente a lo humano, nos ha acompañado como necesidad y compulsión.

En Venezuela acompañó al petróleo. Una amplia literatura nos relata las maneras y vías por las cuales los campesinos, hasta entonces cafetaleros, cacaoteros o ganaderos, de sobrevidas escasas, se fueron hacia los campamentos de perforación, extracción y refinación. Pero también hacia las ciudades que, de muchas maneras, mostraban eso de ser “petrolero” en ropajes, sitios, espectáculos e instituciones de una democracia malparida. Los migrantes se aglomeraron en ciudades crecientes y detrás de caudillos, que comenzaron a llamarse “líderes” políticos, que armaron pastiches con militares ya petrolizados.

Llegamos a esta petrofilia, que no solo es incapaz de pelear contra guerrilleros vecinos de contrabando, sino de organizar un programa de vacunación.

En Centroamérica es un flujo de doble causa de huida del hambre y la violencia originaria y la esperanza de llegar al norte occidental, con trabajo y mala vida estable. Como ya ocurrió en Venezuela con el petróleo y con la dictadura.

En el Medio Oriente, en el Líbano, hay desgracias para todos los gustos: guerra civil con abonos políticos y religiosos y apoyos internacionales descarnados. Fuga desesperada y hambreada de esa guerra y éxodo hacia Occidente o sus versiones vecinas. Muchos años: millones de tragedias.

En África el panorama no consuela: guerras internas o internacionales obligan a migrar y moverse: de una región a otra, de un país a otro dejando grandes dificultades y hambre, para la salud, la educación y la producción.

El humano se realiza en movimiento. De lo que se llamó nómada hasta las migraciones y desarraigos, son maneras de vivir que conviene –y así lo hacen algunos historiadores optimistas– acumular los movimientos como logros y, colocados así, saber que cada vez somos mejores: menos muertes, menos guerras, menos destrucción, mayor variedad en el arte y el disfrute. Y que dentro de 50 años la población mundial se habrá estabilizado en unos 10.000 millones con vastos territorios para aldeas y disfrutes.

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