Probablemente los nombres de Publilius Syrus, Ryūnosuke Akutagawa y Mike Krzyzewski poco o nada le digan a quien nos favorezca con su lectura. No así, supongo, los de William Butler Yeats y Alejandro Dumas. Aparecen aquí los 5 por el azar de una búsqueda rápida en Internet de frases alusivas a la unidad, procedimiento no muy riguroso, pero sumamente práctico en virtud de la celeridad del acontecer nacional. Hecha la aclaratoria correspondiente, pasamos a las presentaciones. Publilius Syrus o Publio Siro fue un escritor latino del siglo I a. C., celebrado por su colección de sentencias (Sententiæ). A ellas pertenece esta: «Donde existe unidad, siempre existe victoria».  Nacido en Tokio, Ryūnosuke Akutagawa (1892-1927) cultivó el cuento y el haikú, y es el autor de Rashōmon, narración espléndidamente cinematografiada por Akira Kurosawa en 1950; a su pluma debemos este aforismo: «Individualmente, somos una gota de agua. Juntos somos un océano». Galardonado en 1923 con el premio Nobel de Literatura, W. B. Yeats (1865-1939) fue un bardo y dramaturgo irlandés admirado y respetado por los amantes de la poesía y el teatro, tanto como lo es entre los aficionados a las novelas de capa y espada el francés Alejandro Dumas. Aquel asentó: «El talento percibe diferencias, la genialidad, unidad»; este inventó el archiconocido lema de combate de los cuatro mosqueteros, no tres: «Todos para uno y uno para todos».

Las máximas y pensamientos recogidos en el ya largo preámbulo pretenden llamar la atención de la oposición al ilegítimo régimen formal y funcionalmente a cargo de Maduro; una oposición fragmentada, cuya dirigencia antepone ambiciones personales y proyectos grupales a los intereses nacionales —llamarla liderazgo sería sobrestimarla: un dirigente es un burócrata, una pieza de la maquinaria partidista; el líder es alguien capaz de poner en movimiento sus engranajes—. La concertación de las fuerzas adversas al modo de dominación bolivariano, no nos cansaremos de insistir en ello, es condición sine qua non para lograr el anhelado cambio en la conducción de la República. Acaso las opiniones listadas solo tengan valor alegórico; mas, si gente tan talentosa y dispar cavila y concuerda en la superioridad del todo sobre las partes, no es el de la unión tema a despacharse con un despectivo ¡vainas de poetas y filósofos!

Hago mención aparte del hombre de apellido impronunciable incluido en el quinteto mencionado al comienzo de la crónica, el entrenador de la selección nacional de baloncesto de Estados Unidos, Mike Krzyzewski, ganador, entre 2006 y 2016, de tres oros olímpicos, dos campeonatos mundiales y el Torneo de las Américas, en honor a su sencilla y contundente visión de conjunto: «Un equipo de básquetbol es como tener cinco dedos en tu mano. Si puedes unir los cinco, entonces tienes un puño. Así se debe jugar». La metáfora es fácil de leer; empero, dado lo visto y oído durante el pasado fin de semana, difícil de entender e instrumentar. Si algo quedó claro durante el turbulento weekend con las estrellas del desencuentro fue la discordia y pugnacidad reinantes entre quienes quieren imponer sus puntos de vista sin someterlos a discusión, por una parte; y, por la otra, los que ensayan armar un rompecabezas sin reparar en las piezas faltantes o sobrantes.

La reacción de las diversas facciones contrarias al zarcillo y sus gorilas —la mesita del oportunismo no puede ni debe tenerse en cuenta— respecto a los indultos de exhibición no tuvo la contundencia necesaria frente a una operación orientada a lavar la cara del mandón y simular una magnanimidad de la cual carece la usurpación. Los beneficiarios de su dispensa se sintieron, con sobrada razón, humillados y ofendidos. Así lo manifestaron, entre otras víctimas de la (in)justicia roja, Américo de Grazia y Juan Pablo Guanipa. El primero calificó de insulto el interesado perdón y dejó dicho: «Ni Maduro es presidente, ni yo soy delincuente. Si usted quiere contribuir a la paz de Venezuela indulte al país de la usurpación del poder, renuncie a la ocupación fáctica de la tragedia que ha sometido a nuestro pueblo y quizás así tengamos algo que agradecer». El segundo escribió en su cuenta de Twitter: «Maduro, un verdugo que ha destruido la institucionalidad, finge clemencia en su desesperación para salvar su farsa del 6D. Usted no tiene autoridad para perdonar a nadie. Pídale perdón a Dios por el daño que ha hecho y termine de irse largo pa’l carajo. ¡Venezuela va a ser libre!». Son apenas dos muestras de indignación. Esta, al margen del natural alborozo derivado de la liberación de presos políticos, debió dar pie a un pronunciamiento unitario en rechazo a la doblez e iniquidad del madurato, sin menoscabo del reconocimiento a los buenos oficios de intermediarios de buena fe. Si los hubo.  Por lo demás, y es de dominio público, no fue liberado ninguno de los militares detenidos, y ni Leopoldo López ni Henrique Capriles fueron absueltos de sus «pecados políticos». Permanecen confinados en las ergástulas nicochavistas más de 300 prisioneros de conciencia.

Entre la falsa indulgencia y el férreo control social, el dictamaduro marcha a paso de vencedores hacia un simulacro electoral, procurando legitimar un nuevo Poder Legislativo. Teniendo presente las advertencias de Padrino, la abstención activa y militante y no la inhibición sin más, podría ser punta de lanza de las tres corrientes principales de la disidencia, en ofensiva mancomunada dirigida a desmontar la farsa, dejando de lado asuntos nimios y debatibles —el entendimiento no descarta la discusión—. ¿Con qué se come eso?, preguntará el escéptico. Hay 4 palabras para responderle: con agitación y propaganda. La gran pregunta es: ¿pueden los defensores de la abstención movilizar suficientes activistas a fin de entorpecer e invalidar las votaciones del 6D? Y hay otras interrogantes.

¿Será posible revertir la trisección opositora? ¿Cómo conciliar intransigencias y porfías? No sabemos; sin embargo, sí podemos revisar someramente el perfil de las cabezas aparentes de radicales o maximalistas, de la convivencia emergente   y del interinato apoyado en el G-4. Y si dudamos acerca de la autenticidad de las jefaturas es porque tras ellas hay agazapadas eminencias grises y manos peludas interpretando sus propias partituras.

María Corina no es un plan B surrealista, como afirmó Elliott Abrams. Es más bien un si condicional o un verso esdrújulo; una reducción al absurdo o una figura retórica. Una antítesis entre peros y paréntesis, autoerigida en heraldo del Apocalypse of Saint Donald.  Convencida de la necesidad de derrocar el M(ad)uro a TRUMPetazos, cual derribaron los israelitas las murallas de Jericó a punta de shofarots, reclama, anclada en una añeja y quimérica consigna del Mayo Francés de 1968, ser realista y pedir lo imposible. Su Operación Paz y Estabilidad (OPE) postula una intervención extranjera. Ningún gobierno sensato estaría dispuesto a embarcarse en semejante aventura —«No se puede hacer por los venezolanos lo que ellos no son capaces de hacer por sí mismos», escribió en su columna del viernes el periodista uruguayo Danilo Arbilla—. Debe aterrizar la doña, repensar sus estrategias y no precipitarse con cartas manchadas de blanco. Lo expuesto no significa excluirla de una administración colegiada post Maduro.

Henrique Capriles anda en busca del liderazgo perdido y en un eterno sí, pero no. Después de un retiro espiritual en el santuario de Vallita, y leer el controvertido comunicado de la Conferencia Episcopal, tuvo una epifanía. Emergió entonces como artífice de una amnistía chucuta, mozartiano rondo alla turca ejecutado a dúo con Stalin González. Es una anfibología viviente y, en tanto tal, ha de acentuarse a objeto de desambiguarlo y comprender sus razones. Candidato presidencial en dos oportunidades, coqueteó con la gloria en las elecciones de 2013, mas no saboreó las mieles del poder —todavía le reprochan no haberse alzado para defender  su presunta victoria—. Buen torero de dos tercios, hace malabares con el capote y la muleta. Sus faenas serían memorables si, en la suerte suprema, acertara la estocada. ¿Cómo esperar un volapié de quien, a través de «una rendijita», aspira a colar sus gallos en la prenavideña merienda roja?   Ojalá no nos sorprenda con un desplante mayor el dos veces gobernador de Miranda y entonces la gata se suba a la batea. Ledezma y Velázquez vapulearon su decisión de cohabitar con la dictadura. Aun así, es pieza valiosa en el ajedrez del cambio… o de la continuidad.

Juan Guaidó no es un enigma ni una abstracción. Tampoco un libro abierto. Esbelto como una escultura de Giacomeiti, tiene un je ne sais pas quoi de El grito de Edvar Munch.  Aunque todavía goza de sus 15 minutos de fama, pasó de ser figura estelar de atropellado verbo a punching ball y pagapeos de la ultraoposición pura y dura. Es censurado por no haber puesto fin a la usurpación y no llevar a cabo, con el concurso del Parlamento legítimo, la designación del CNE. No lo hizo y se le acusa de complicidad, por omisión, de los comicios del disimulo en ciernes, a pesar de su llamado a desconocerlos. Su gestión internacional es digna de encomio, no así su desempeño interno. Errores de cálculo, optimismo extremo y amistades peligrosas conspiraron y conspiran en su contra. Y para colmo, la pandemia.

El interinato está pidiendo pista y corre el riesgo de reducirse a un simbólico gobierno en el exilio. En los próximos noventa días convendría aferrarse a la realpolitik, para usar el término acuñado por Bismarck, dejando de lado escrúpulos y melindres, pues, en las actuales circunstancias, la política doméstica aconseja pragmatismo y su ejercicio no puede seguir basándose en consideraciones ideológicas y valoraciones morales. Ya Maquiavelo recomendaba al príncipe utilizar el mal para hacer el bien. Si realmente estamos interesados en salir de Maduro y su banda de corruptos y corruptores es preciso pactar hasta con el diablo. Sin distancia ni categoría. Rómulo Betancourt y Miguel Otero Silva, por ejemplo, se juntaron con Urbina para combatir a Gómez. En la Junta Patriótica de 1957 convivieron adecos, copeyanos, urredistas y comunistas en torno a un objetivo específico: derrocar a Pérez Jiménez.  Guaidó, María Corina y Capriles podrían, ¿por qué no?, integrar un triunvirato de transición. Soñar no cuesta nada, aunque, «los sueños, sueños son». ¿No es así, Calderón?


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