Y se estrenó finalmente la segunda parte de Duna. La novela de Frank Herbert, un geólogo de profesión encandilado por la arena del desierto había tenido dos encuentros fallidos con el cine. En 1984, una versión incomprensible firmada por David Lynch y en el 2000 una miniserie de tres capítulos que pasó sin pena ni gloria. Los traspiés eran previsibles, la novela de 1965 es un apasionante volumen de 685 páginas que sigue varias líneas narrativas. En el año 10165 el planeta Arrakis es un desierto inhóspito poblado por los Fremen. Su valor estratégico es crucial porque produce la sustancia que permite los viajes espaciales. El emperador ha dispuesto que la casa colonizadora, los pérfidos Harkonnen, sea reemplazada por los bellos y bienintencionados Atreides. Por si fuera poco  las sacerdotisas BeneGeserit siguen desde dentro esta lucha usando sus poderes adivinatorios. Y los Fremen esperan un mesias…

Es comprensible el fracaso de la primera versión. La saga, que se prolongaría en cuatro libros más es difícil de concentrar en una sola película. El intento de Villeneuve logra un primer éxito respecto a su antecesora al dedicarle dos largometrajes. El primero hace tres años, describía el reemplazo de la casa dominante y la llegada de los Atreides a Arrakis, la presentación de los personajes, el protagonismo del paisaje agresivo del planeta y la primera batalla entre los rivales. Esta segunda parte ahonda en lo que hace a la novela de Herbert un delicioso devora páginas: la lucha interna por el poder y el ambivalente rol del Emperador. Conviene recordar que la novela es de 1965 y su popularidad en la década siguiente se debió a la equiparación inevitable de la sustancia con las crisis del petróleo.

Hay otro elemento clave en la versión de Villeneuve y es el uso de la luz y el obvio progreso de la técnica visual en estos cuarenta años. Por su propia naturaleza Duna reclama lo operático, la exageración de las formas, la contundencia de los volúmenes arquitectónicos rivalizando con los tonos de amarillo  y la austeridad del hábitat de los fremen. La película pulsa estos dos contrastes hasta el paroxismo de las batallas, todas ellas impecablemente narradas. Pero más importante que este ritmo , que hace desaparecer las dos horas cuarenta y siete minutos de duración, es la inteligencia con la cual se despliega la clave del drama. Es una lucha de poderes que se da a varios niveles, desde la superestructura imperial a los enfrentamientos intestinos dentro de cada una de las casas que se disputan el poder, los habitantes invadidos y humillados de Arrakis y el enigmático papel de las sacerdotisas Bene Geserit, silenciosas custodias de estas luchas en las que a fin de cuentas nunca toman partido. El segundo tanto a favor es lograr que un universo tan complejo y tan personal, con sus ambivalencias y dobleces propias de toda lucha de poder eclosione con tanta pureza en una imaginería visual como pocas veces se han visto en el cine. Por supuesto que mucho de esto tiene que ver con la prodigiosa capacidad de generar imágenes del mundo digital contemporáneo. No deja de haber guiños siniestros a la historia. Los palacios remedan la arquitectura fascista, los desfiles y despliegues de masas son una copia de las concentraciones nazis filmadas por el talento repugnante de Leni Riefenstahl, y las batallas con miles de extras son una mirada lejana a los filmes de Cecil B. de Mille. En ese sentido la película pudiera ser reducida a lo que más ha envejecido de la novela inicial. Una proyección a futuro de los conflictos de los sesenta llevados al terreno de la ciencia ficción. Con ese criterio también se podría reducir la película a una lectura del mundo actual y su inimaginable poder destructivo.

Es mejor obviar estas tentaciones y disfrutar Duna como una cristalización del cine como el cine está dejando de ser visto en estos tiempos de plataformas y dispositivos de bolsillo. La película, en su grandiosidad, en su majestuosidad reclama la sala oscura, la pantalla enorme y el sonido Dolby que envuelven al espectador en un mundo de códigos de poder ocultos que hay que ir desentrañando mientras las imágenes –dignas de un John Ford, de un Orson Welles, de un Sergio Leone– nos llevan lejos muy lejos. Es un triunfo de la imagen, un gran filme que enhebra como pocos, el drama político, las apetencias de poder con sus grandezas y sus pequeñeces, con el poder del escenario, la aventura de la cabalgata en las orugas gigantes que penetran las Dunas de Arrakis o las prodigiosas batallas terrestres y aéreas. Uno de los filmes del año.

Duna: Parte dos. EE UU, 2024. Director Dennis Villeneuve. Con Timothy Chalamet, Josh Brolin, Javier Bardem, Charlotte Rampling.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!