Taller de Danza de Caracas. 1984. Foto Miguel Gracia

En 1661 Luis XIV decretó la creación en París de la Academia Real de la Danza. Ese histórico claustro, junto a la Academia Imperial de Danza y Pantomima de la Scala de Milán y la Escuela Imperial de Ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, entre otros fundamentales referentes, sentaría unas bases lejanas aunque definitivas para el aprendizaje desde la praxis y la investigación de la danza escénica, dentro de niveles rigurosamente especializados.

El concepto de conservatorio de danza, que aún persiste en la actualidad, réplica en muchos aspectos del concepto de academia proveniente del siglo XVII, encontró en la universidad como institución un área alternativa de profundización y desarrollo fundamentalmente en el ámbito teórico, aunque también -y es una realidad que trae polémica- en materia de formación artística práctica.

Generalmente, la universidad ha abordado la danza dentro del marco de sus actividades de extensión, convirtiéndose en un espacio idóneo para su difusión en escenarios diversificados. Pero también, el medio universitario ha asumido la formación académica en danza en sus distintas manifestaciones, estilos y tendencias, procurando una equilibrada conjunción entre el desarrollo creativo y técnico inherente a ella, con su conocimiento histórico, filosófico, estético, ético y científico. Asimismo, ha generado procesos de investigación en procura de una profundización efectiva en los distintos procesos creativos que se suceden.

Ballet Nacional de Venezuela. 1965. Pierre Mauguin

Universidades en cinco continentes a lo largo del siglo XX incorporaron la danza a sus programas académicos, de investigación y extensión, y por tanto a su misión institucional. Los resultados, en términos amplios,se ubican entre la concreción cierta de nuevos espacios para las manifestaciones creativas del movimiento en los campos de la formación de bailarines, coreógrafos y maestros, de la reflexión teórica sobre su origen y desarrollo histórico, sus postulados conceptuales y formales, los principios científicos y técnicos que los sustentan, así como de su gestión y producción.

En los modos de vinculación de estos aportes universitarios con la realidad cotidiana del ejercicio profesional de la danza, es al parecer donde se encuentran los mayores puntos de debates y desencuentros. Con frecuencia se argumenta que las universidades no forman intérpretes, desempeño reservado para los conservatorios y las escuelas de educación dancística, y que su verdadero lugar de acción es la preparación de coreógrafos -también hay diatriba en ese sentido- docentes, historiadores, críticos, investigadores, promotores y productores.El posible acuerdo parece estar en una relación complementaria entre la formación inicial e intermedia-avanzada que conduce a la profesionalización de bailarines, y el estadio superior que aborda la creación coreográfica y las dimensiones del pensamiento crítico y la gestión de la danza.

En la actualidad, Venezuela cuenta con educación oficial en danza, desde niveles básicos e intermedios hasta avanzados, estructurada mayormente dentro de visiones integrales y no especializadas de sus distintas expresiones, sin exhibir una necesaria unidad sistémica. En paralelo, nacionalmente numerosas escuelas privadas funcionan dentro de la concepción de educación no formalizada, muchas de ellas evidenciando notables resultados en sus estudiantes egresados que se incorporan con éxito al mundo profesional.

Ambas realidades distanciadas, en algún momento de trayecto llegan a integrarse con distintos niveles de dificultad. Se trata de un tránsito complejo, que corresponde ser allanado.

 


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