Hablaba hace unos muy pocos días con un amigo con quien suelo arreglar el mundo semanalmente, en el acogedor café ubicado en el jardín de una barbería (sic), que ambos teníamos una sensación de que algo, algo sin mucha precisión, podría estar indicando un clima al menos propicio a unas elecciones si no limpias, al menos no tan sucias como las usuales. Ese pálpito venía de los planteamientos conciliadores del candidato unitario llamado Edmundo, bastante acorde no solo con su oficio de diplomático sino con los atributos físicos y psicológicos con los que suele confeccionarse el estereotipo de tales funcionarios: quiere hablar con Maduro, aboga por la paz y la reconciliación nacional, tiene adversarios y no enemigos, la amnistía debe acompañar el tránsito y así. Pero, sobre todo, de un relativo silencio oficial, este realmente sorprendente en un gobierno cuyo signo permanente es el improperio y el garrote, cuando no el exilio, la inhabilitación y el crimen, para todo  aquel que se  atraviesa en su camino. Todavía no habían hecho del diplomático un agente del imperialismo, pisapasito pleno de las más oscuras y terribles intenciones contra la revolución -¿todavía revolución?- y hasta Cabello y Rodríguez parecían hasta pensar antes de vociferar.

Y, por último, tanto del lado de Estados Unidos como de la Unión Europea venían ofertas renovadas de levantar sanciones a cambio de elecciones verdaderas, invocando hasta el cadáver de Barbados, después de que esos acuerdos habían sido enterrados por nuestro parlamento, que lo sustituyó por una caimanera populista, el Diálogo de Carracas. Lula y la izquierda democrática latinoamericana reiteraban en sus buenos consejos, de que las cosas públicas no se manejaban necesariamente a patadas y ellos eran la mejor muestra. Sobre todo Lula que pareciera estar destinado a ser el sumo pontífice del progresismo de este lado del mundo y figura preminente algo más allá.

Pero resulta que la Unión Europea tuvo la ocurrencia de quitarles las sanciones a tres miembros del CNE por su buena conducta, la hazaña de haberle permitido a la oposición tener un candidato, unitario además. Olvidando incluso que el presidente del organismo fue el que inhabilitó a María Corina Machado, la auténtica candidata del pueblo venezolano, demostrado en inobjetables elecciones primarias, donde alcanzó cifras alucinantes. Pero esto levantó de nuevo las furias que mi amigo y yo habíamos supuesto atenuadas y no solo la vieja Europa recibió una andanada de insultos de los cabecillas del gobierno y al parecer la prohibición de venir a fisgonear de las elecciones (la vez anterior que vinieron el informe fue realmente terrible contra los ventajismos y trucos electorales del gobierno, lo cual debe ser la razón de la sinrazón). Y ya se comenzó a disparar contra el sensato candidato opositor, ahora convertido en títere del imperialismo, en un esfuerzo teórico muy original.

Me temo que la semana próxima en la barbería mi contertulio y yo tendremos que hacernos una autocrítica moderada porque una sola golondrina no hace primavera, pero el ataque de histeria tampoco da por decretar la derrota democrática. La duda debe ser metódica, decía Descartes.


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