Hay quien en lugar del piccolo, que se puede llevar en el bolsillo de la camisa, prefiere cargar la  tuba que de todos los instrumentos musicales de aire y metal es el más corpulento, primitivo y de sonido pesado y lento. ¡Nadie sabe o puede explicarse por qué alguien prefiere la tuba! Se menciona casi en susurro la palabra «misterio» cuando se habla de la vocación y se clausura de manera tajante el difícil tema de las preferencias. De dónde surge determinada vocación es algo que puede estar o no asociado a la familia, a la educación, a un perturbador impulso de imitación.

No me refiero a la vocación religiosa porque es asunto que solo concierne a la Iglesia. De niño fui monaguillo en la iglesia de San Juan, frente a la plaza de Capuchinos, y sabía de memoria la liturgia latina, cantaba la gregoriana Missa de Angelis y estudiaba tercer grado en la escuela parroquial regentada por los hermanos La Salle.¡Y no me dio por el sacerdocio!

Un día se le ocurrió al hermano Hermógenes organizar un paseo a un lejanísimo lugar llamado Sebucán donde se activaba el seminario. Disfruté toda una tarde aquel bucólico paisaje de árboles seculares, un frío agradable, oraciones, una gustosa merienda con caliente bebida achocolatada y un campo de fútbol cuidado con esmero. Era como si hubiese alcanzado la gloria y al día siguiente le comenté al hermano Jaime que había confesado a mi mamá el deseo de ser un Hermano de la Salle.

Mi mamá comprendió que mi entusiasmo solo era producto de aquel memorable paseo y fue dando largas al asunto; lo que no impidió que el Hermano Jaime al verme llegar todas las mañanas a la escuela preguntara con fingida indiferencia y voz melodiosa, mientras se sobaba las manos: ¿»Qué ha dicho su señora madre sobre su vocación»?

Una vez escuché a Alejandro Otero referir que en su casa de El Manteco una palma del techo estaba pintada de azul, lo que despertó  su inclinación hacia el arte. Jesús Soto negó que la lluvia de Guayana estuviese en el origen de sus Penetrables, pero en una conversación que mantuve con él terminó aceptándolo! De la misma manera, Cruz-Diez declaró que en el sótano de la botillería de su padre las botellas apiladas producían insólitos colores y movimientos visuales que explicarían  sus principios plásticos. arevelaciones que pueden ser ciertas, pero también inventadas.

Descubrí que mi «inclinación» hacia el arte y la literatura (una manera de evitar la palabra vocación que parece arrastrar mas sufrimiento que alegría) tiene que ver con los cuentos que me contaba mi mamá. Seguramente he idealizado a mi madre para impedir que su recuerdo termine hundido en los manglares de mi memoria, pero puedo asegurar que se trataba de una mujer culta, que recitaba sus oraciones en francés por haber estudiado en el San José de Tarbes, lectora de Stendhal, de Balzac, de Flaubert.  Cuando crecí, me sorprendió encontrar familiares a personajes como Hamlet, Romeo y Julieta o Harpagon, el avaro de Molière, porque en lugar de Hansel y Gretel o del algún diablo embotellado (¡que sus méritos tienen!) prefería contarme las historias que se desprendían de sus propias lecturas, No obstante, en el cuarto de mi triste niñez yo adoraba al Tesoro de la Juventud y devoraba las novelas de Emilio Salgari.

Es razonable que un joven sienta brotar en él afición por la política por sentirse comprometido con ella desde la facultad de derecho o sentir apegos militares porque desde pequeño envidió al tío por ser coronel o por la vistosidad del uniforme de gala y las armas relucientes y aceitadas.

Lo difícil de explicar no es que el militar trate a la política como si fuese un trapo y la usurpe despiadadamente porque siempre habrá prepotencia en el mando.

Lo que desconcierta es que sea un civil el que ejerza la tiranía y el despotismo. En este caso, me aparto y dejo que intervenga el psiquiatra para que con austríaco gusto freudiano mastique palabras como psicopatía, sadismo, gusto por la crueldad  y enfermedad o alteración mental como posibles explicaciones.

¡El déspota no toca la tuba! Tortura y manda a la cárcel a quienes se niegan a soplarla; los opositores políticos insisten en pactar con el tirano y se ofrecen para tocarla. Entonces, los países vecinos o lejanos en lugar de encresparse frente a las humillaciones cubanas o venezolanas y socorrer  a las víctimas del desamparo se miran unos a otros, redactan algún texto presuntamente incriminatorio  y luego ríen tapándose las caras con las manos como  mediocres actores de opereta y se celebran a sí mismos echándose los tragos en el club que los soporta como miembros. El tirano se comporta de la misma manera y sin darse cuenta termina pareciéndose a una tuba: es decir, a un ser antiguo, pesado y de lenta sonoridad.


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