“El tiempo está cambiado” suelen decir los campesinos de mi tierra La Quebrada Grande cuando llueve en febrero y en septiembre, en vez de hacerlo en marzo y abril, y septiembre y octubre, que es como debe ser, pues son dos las temporadas de sequía y dos las de lluvia en la cuenca del río Motatán, desde que las cuicas sembraban sus sementeras con maíz y caraota.

En diciembre se comenzaban a preparar las tierras, antes a mano y coa, ahora con yuntas de bueyes y coa, se sembraba con la última luna llena de febrero para que las lluvias de marzo germinaran las semillas, las de abril y mayo las regaran y se cosechaba entre mayo y junio. En julio descansaban los conucos, para reiniciar el ciclo en agosto y cosechar entre noviembre y diciembre.

A veces el tiempo cambiaba, se retrasaban o adelantaban las lluvias y se adaptaban las faenas, se hacían rogativas a San Isidro para que lloviera o escampara, o se paseaba por los campos al negro San Benito con gaitas de tambora y miche claro, hasta que el tiempo mejorara, o llegaba la ruina, el hambre y las deudas a los pulperos del pueblo.

Pero esto que está pasando ahora no se parece en nada a lo que estábamos acostumbrados. En todo el año no ha dejado de llover por estos lados, y el año pasado también fue muy extraño. Ya la gente no sabe cuándo hay que preparar la tierra, entonces la rutina se trastoca y se van haciendo las faenas a tientas. Y se piensa que cuando pase esta llovezón pues lo lógico es que venga un largo verano, como se le dice aquí a la sequía.

Resulta que ya no es el tiempo el que cambia, sino el clima, pues ambos términos no son sinónimos. El tiempo se mide en días, el clima en años, en consecuencia, el clima de un lugar es más o menos fijo y depende dela latitud o posición en el planeta, la altitud sobre el nivel del mar, dirección de los vientos, distancia del mar y sus corrientes marinas, la exposición al sol y otros factores. El tiempo atmosférico, que se mide en temperatura, pluviosidad, humedad, viento y nubosidad, varía frecuentemente de acuerdo con el comportamiento de esos factores.

Un lugar tendrá estaciones como primavera, verano, otoño e invierno si está fuera de la zona tropical, que no tiene estaciones puesto que recibe más o menos la misma cantidad de sol durante todo el año. El trópico no tiene estaciones marcadas, lo que tiene son temporadas de lluvias y de sequía, que pueden coincidir o no con las estaciones. De allí que el cambio climático tiene que ver con fenómenos planetarios, lo que tiene lógicas consecuencias en los cambios del tiempo atmosféricos en cada lugar, como en los campos donde los sufren nuestros agricultores, y también los habitantes de las ciudades y, sobre todo, los ocupantes de aquellas edificaciones construidas en los lechos por donde deben correr las aguas que caen.

El cambio climático tiene que ver con el proceso de calentamiento de la tierra, como consecuencia fundamentalmente del “efecto invernadero”, es decir de los gases que atrapan el calor del sol dentro de la atmósfera, y que son producidos principalmente por el uso de los combustibles fósiles ―carbón, petróleo y gas―, por la tala indiscriminada de los bosques, la contaminación de las aguas y de los ecosistemas terrestres, el exceso de basura y diversas otras causas, que provocan además del calentamiento de nuestra “casa común”, el incremento de las tormentas, cambios en las temporadas de precipitaciones y en su intensidad ―es decir, lluvias y sequías―, deshielo de los glaciares, incremento del nivel del mar, mutación y desaparición de especies vegetales y animales, aparición de endemias y enfermedades desconocidas, desastres “naturales”, desplazamientos humanos, incremento de la pobreza y entre otras secuelas más o menos graves.

¿Cuál es la causa fundamental de todo este desastre? El incremento desmesurado de la codicia insaciable, que ha roto con todos los cánones de funcionamiento de los sistemas naturales, incluidos los seres humanos como parte del sistema terrestre. Satisfacer las infinitas necesidades humanas con el máximo consumo es la razón de ser de la economía, porque el ánimo de lucro rompió todos los límites y ahora todos pagamos las consecuencias.

Frente a esto hay diversas reacciones, desde las 26 Cumbres del Clima, hasta la carta encíclica Alabado Seas del papa Francisco y la creación en el Vaticano del Discaterio para el Desarrollo Integral, la Agenda 2030 con los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible ―ODS―, hasta la agresión las más emblemáticas obras de arte por fanáticos que buscan llamar la atención. Nada de esto parece detener el poder de la codicia. Menos ahora que se ha disparado la estupidez de los líderes con los juegos de la guerra nuclear, de tal manera que puede estar cerca el día que nadie se preocupe por el calentamiento global, pues todos los seres vivos desapareceremos de la faz de la tierra vueltos polvo.

Mientras tanto, seguiremos esperando que llueva y esperando que escampe, como los paisanos de mi tierra.

 


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