Tiene 19 páginas y, como es de rigor entre textos emanados por entes científicos, pone especial énfasis en evitar cualquier especulación y referirse estrictamente al “conocimiento sustentado en evidencia científica”. Hablo de “Estado actual de la epidemia de la COVID-19 en Venezuela y sus posibles trayectorias bajo varios escenarios”, el documento publicado por la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, el pasado 8 de mayo.

Explica el documento, en prosa sobria y absolutamente magra, que la institución ha procurado responder a tres preguntas: (1) Cuál es la información disponible y cuán precisa es la información; (2) Si, con esa información, es posible obtener el número real de personas contagiadas; y (3), cuáles son, siguiendo ciertos modelos, los escenarios relativos al número de personas que se podrían contagiar y cuándo podría producirse el piso de la pandemia en Venezuela.

En lo esencial, es un informe técnico, un artículo científico que no ahorra al lector el uso de fórmulas matemáticas especializadas, referencias a modelos de cálculo y proyecciones. Salvo lectores con formación técnica, la mayoría de las personas no cuentan con las herramientas para sacar el amplio provecho que esta información contiene.

En la sección titulada Conclusiones finales, la Academia recuerda que “los modelos matemáticos y estadísticos son herramientas que permiten reducir la incertidumbre y consienten separar escenarios probables de escenarios poco probables”. A partir de ello, formulan cuatro recomendaciones, siempre en la lengua cauta y precisa de lo técnico. Dice: Hay que aumentar el número de pruebas promedio por habitante; Hay que atender a la cuestión del subregistro, que podría estar entre 63% y 95%, de acuerdo con las proyecciones de modelos científicos, para así hacer una mejor planificación de la respuesta de salud; Hay que preparar al país para un posible pico de la pandemia, que podría ocurrir entre julio y septiembre, donde el número de nuevos casos diarios podría estar entre 1.000 y 4.000; y, por último, sugiere la actuación coordinada de “todos los sectores del país” para afrontar la epidemia e, incluso, para planificar la salida de la cuarentena y la normalización de las actividades.

Cuando Diosdado Cabello usa frases como “están generando alarma” o “ellos dicen que el gobierno miente”, y las convierte en argumentos para proferir amenazas en contra de “los que hicieron este informe”, lo distorsiona todo. Absolutamente todo. Le atribuye al documento intenciones de las que carece por completo (al contrario, es evidente que su prosa hace un esfuerzo extremo por evitar cualquier polvareda). Le inventa un lenguaje que no tiene (no hay nada parecido, por ejemplo, al verbo “mentir” en sus páginas). Y, lo que es peor, intenta empujar a la Academia a los predios de ese espacio de destrucción de la realidad, a esa fábrica de mentiras, de conspiraciones y de acusaciones, que es Con el mazo dando.

¿Por qué entonces Cabello violenta la realidad, hasta el extremo de acusar a una institución de carácter académico, ajena a la política y a sus avatares, de intentar desestabilizar a Venezuela? ¿Qué causa su reacción desproporcionada y por completo ajena a los hechos?

La respuesta está delante de nuestros ojos: el régimen y sus funcionarios han sido tomados por la mentalidad del terror. El terror no es solo un enorme de almacén de instrumentos con los que castigar y perseguir a quienes se les resistan u opongan. Es, por encima de todo, un modo de pensar la realidad, de relacionarse con el mundo y de experimentar la vida cotidiana.

Tal como han demostrado los más importantes estudiosos de los regímenes del terror, una vez que el terror instrumental se pone en movimiento, su crecimiento resulta imparable. Lo que comienza como uso de formas de presión o coacción focalizada en los actores políticos, avanza y crece de forma ilimitada, hasta que se convierte en un modo de comprender la realidad y de reaccionar frente a ella. Así, el terror se aplica a toda la sociedad de forma indiscriminada, y puede incluir en ello, aunque resulte rocambolesco, a una inofensiva institución de índole técnica y académica.

Y es que el motor de fondo, la premisa del régimen de terror, es invariable: todo puede ser doblegado y sometido a la voluntad del poderoso. El poderoso, como Cabello, asume que su poder es absoluto y pleno: puede determinar, no solo las acciones de sus súbditos –bajo el régimen de terror toda persona deja de serlo para reducirse a una entidad entregada a la pura obediencia–; puede decidir qué se expresa y qué no; qué se informa y qué no. El régimen de terror se instala en esta práctica: cualquier pensamiento distinto al suyo se constituye en un delito. Toda opinión disidente debe ser reprimida y castigada.

La pretensión mayor del régimen de terror consiste en imponer una versión de la realidad –en este caso, del estado de cosas en Venezuela–, sin que esa versión pueda ser cuestionada o puesta en duda. Cuando ello ocurre, se activa una respuesta automática: Cabello envía al Sebin, a la FAES, a la Dgcim o a la GNB, quienes están autorizados a amedrentar, golpear, robar y torturar a sus víctimas. Pueden, como demostraron con Fernando Albán, lanzarlo desde un piso 10, para que nadie olvide que el terror siempre está a punto de acabar con las vidas de los que asume como sus enemigos. Es decir, toda la sociedad. Eso sí: mientras todo esto ocurre, el virus continúa su avance.


Ilustración: Leonardo Rodríguez, IG @leonardo_rodriguez_artist


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