Todas las instituciones privadas y públicas internacionales han avanzado opiniones sobre la manera en que la guerra entre Israel y Hamás vendrá a sumar nuevos retos a la economía planetaria si ella se mantiene a lo largo del tiempo.

La situación delicada de los mercados, consecuencia de los coletazos de la pandemia y de la actual guerra ruso-ucraniana, se tornará más frágil aún. China, como actor principalísimo, acusará un golpe frontal, una conmoción impredecible aun, de la que debe protegerse antes que ningún otro actor, sobre todo por el colosal tamaño de la población que tiene que poner a resguardo del efecto pernicioso de esta crisis.

Los frentes de batalla en lo económico siguen siendo los mismos en todas partes: escasez de petróleo y de alimentos que se traducen en una inflación desatada y altísimas tasas de interés.

Ajay Banga, presidente del Banco Mundial, lo define en términos simples: para la banca, se trata de encontrar una vía hacia un “soft landing”. Para los gobiernos, el asunto es cómo enfriar la inflación sin desencadenar una recesión. El nombre del juego en esta hora es ralentización, la que indefectiblemente se sentirá en todas partes. El crecimiento económico en cada región del planeta, el que ya estaba recibiendo respiración artificial, conocerá un nuevo golpe.

Una pérdida de impulso en China, lo que se ve como inevitable tanto por circunstancias internas como por el efecto del desconsumo y de la desinversión internacional, tendrá un eco en cada recodo planetario. Ya el FMI había revisado a la baja dos veces la tasa de expansión del coloso asiático. Y hace pocas horas ha remarcado que 10% de aumento en los precios petroleros provocaría una disminución del producto mundial de 0,15% en 2024. Ahora le toca al planeta entero contener la respiración ante la debacle que podría producir, por ejemplo, la acentuación de la actual crisis inmobiliaria y de la construcción en China. El sector está en su peor momento y este produce 25% del PIB del país: Moody’s redujo las perspectivas de su recuperación de “estable” a “negativa”. Mal pronóstico, además, para toda la banca asiática.

Solo hay nubarrones en el horizonte. La aversión al riesgo que ha sido la constante china en toda clase de crisis internacional será útil, pero solo parcialmente. Es que no estamos hablando únicamente de lo político. La neutralidad diplomática con que China trata de aproximarse ahora al conflicto en Oriente Medio no impedirá un impacto de la nueva conflagración en su economía. Sus esfuerzos para la paz y la estabilidad en la región van a continuar, pero lo que no es posible es ponerse de perfil frente a las turbulencias económicas de la zona.

Los objetivos económicos chinos florecen siempre en los momentos en que la estabilidad es la constante en esta región. Pero en momentos de guerra la situación es otra. ¿Cuál será la actuación de sus autoridades ante sus planes expansivos que incluyen, por ejemplo, 400.000 millones de dólares de inversiones en Irán para las próximas décadas?

En el corto plazo, y en previsión a un desacomodo económico global mayor, China siempre tendrá armas a las cuales recurrir. Es probable que Pekín se encamine a fortalecer su alianza con los BRICS, grupo de países de economías de gran envergadura que albergan 40% de la población mundial. Ello, mientras pasa el temporal.


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