La camarilla roja es experta en ocultar eventos cuanto estos no les conviene. También está especializada en montar, magnificar o aprovechar otros para la propaganda, la intimidación y la distracción de la opinión pública. Los primeros días de mayo, en medio de la cuarentena de la gasolina, justificada con el coronavirus, han sido especialmente prolijos en acontecimientos,  sobre los cuales es muy difícil creer las versiones ofrecidas por los voceros de la dictadura.

El país resultó conmovido por la tragedia ocurrida en la cárcel de Guanare donde fueron asesinados cincuenta reclusos, que solicitaban alimentos. Una masacre como esta no ha merecido, hasta el momento que escribo estas líneas, ni un solo comentario de la cúpula roja.  A Maduro y su entorno no le parecen importantes esas muertes. No se establecen responsabilidades políticas, mucho menos penales o de otra naturaleza.

Otros eventos ocurridos en Macuto, estado Vargas, y en Chuao, estado Aragua, los convierte el régimen en una epopeya más importante para nuestro país que la batalla de Carabobo. La vocería recurrente de la dictadura, y su tarifado aparato de propaganda, dedican abundante tiempo y espacio a describir el teatro de la guerra librada por “las fuerzas patriotas” contra las “fuerzas invasoras”.  Nada hay más importante en la crónica oficial de estos días, que estos eventos, donde aparecen actuando pequeños grupos de personas, que según la versión oficial decidieron armarse para venir a nuestro país, para incursionar en eventos terroristas y deponer a los jefes de la cúpula usurpadora.

Por supuesto que los ciudadanos, y quienes participamos de la vida política del país, carecemos de suficientes elementos para valorar exactamente cuál es la verdadera naturaleza de dichos acontecimientos. Más allá de las declaraciones oficiales y la de algunos personajes, vinculados aparentemente con los hechos, carecemos de los elementos de juicio para conocer todos los detalles de la nueva epopeya del falso nacionalismo rojo.

Cada uno de nosotros puede formularse hipótesis, suposiciones,  y de hecho estoy seguro de que son muchos los que cada día meditan sobre lo que verdaderamente ocurrió y sobre las  motivaciones existentes  detrás de dichos eventos. Resulta fantasioso pensar que puedan existir personas capaces de creer que van a deponer con 20  hombres mal armados a una camarilla violenta, aferrada al poder, equipada con un aparato militar y policial, así como con contingentes paramilitares  fuertemente armados.

¿Qué hay detrás de esos eventos? ¿Una invasión promovida por “el imperio” y sus aliados? ¿Una acción aislada de unos venezolanos desesperados, que se sienten capaces de ganarle a un aparato de guerra como el que tiene el régimen? ¿Un evento montado y estimulado por el propio gobierno para construir una historieta de victimas y para hacer propaganda  política? ¿Un evento para capturar ingenuos románticos? ¿Una aventura de personajes opositores que por su cuenta, o bajo alguna dirección, se plantearon esa ridícula operación?

El tiempo nos dirá la verdad. Lo cierto es que luce muy rupestre esa operación, para ser verdaderamente una acción destinada a expulsar por la fuerza a un grupo político y militar que está obsesivamente aferrado al poder. Luce fuera de la lógica aceptar que la primera potencia militar del mundo va a impulsar una incursión con un peñero y veinte personas para hacer el ridículo. Tampoco resulta lógico creer que ese pequeño grupo de personas constituyan una “invasión”

Lo cierto es que la narrativa de los jefes del régimen evidencia el agrado que les produce este tipo de historias. Resulta casi morbosa la crónica de cada vocero, ofreciendo detalles de la epopeya cumplida, y sobre todo, enfatizando los adjetivos de todo tipo, para señalar y descalificar a sectores de la oposición, así como para criminalizar no solo a las personas aparentemente actuantes en dichos eventos, sino a todo el que ellos consideren objetivo político en este momento.

El teatro de la guerra emociona a la camarilla roja. Comunicarle  a la población su “gran victoria”,  la tesis de su invencibilidad, como si se tratase de la batalla de Stalingrado. Aprovechar circunstancias como estas para reforzar esa tesis es una tarea que cumplen con esmero desde las tribunas del régimen. Aquí sí son diligentes, explícitos, detallistas. Resulta una insensatez que en vez de buscar soluciones en el plano de la política, a la tragedia que vivimos, Maduro y su entorno siguen apostando al teatro de la guerra, tentando de esa forma un monstruo muy peligroso.

Pero para explicar la masacre de la cárcel portugueseña son mudos, displicentes y disolutos. Para ofrecer detalles del destino del saqueo multimillonario perpetrado por sus camaradas a las fianzas públicas son evasivos. Para ofrecer respuesta a los miles de interrogantes de los ciudadanos sobre  la catástrofe eléctrica, petrolera y económica no están disponibles. Que nadie les haga preguntas incómodas. Solo admiten que se les escuche su peculiar excusa de “la guerra económica”.

Les molesta que les pregunten por qué han perdido esa “guerra económica”, pero se sienten orgullosos de haber ganado “la guerra de Macuto”.

No faltan los venezolanos deseosos de un cambio político que compran esa  propaganda, y que asumen como cierta la idea de que aquí no hay nada que hacer. Que estamos condenados a ser la segunda Cuba de América. Que la camarilla gobernante será eterna, y que no hay forma, ni poder capaz de lograr el rescate de la democracia.

No tengo duda de que este tipo de acontecimientos, montados o no por el propio régimen, aprovechando las insensateces o  los errores de factores de la oposición, son los apropiados para lanzar las campañas de desmotivación y desmoralización de los ciudadanos que anhelan el retorno a la democracia. Nuestra tarea es recordar la nula credibilidad que tienen las versiones oficiales, han  hecho de la mentira, la manipulación y la impostura su cotidiana forma de vivir.


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