Por Equipo del Observatorio Venezolano de Violencia en Mérida (OVV Mérida)[1]

Según los resultados de nuestras investigaciones, por años, el estado Mérida ha figurado como la entidad de Venezuela con la mayor tasa promedio de muertes por suicidio -alrededor de 9 decesos por cada 100.000 habitantes- dentro de un período histórico de registros oficiales que va desde 1950 hasta 2016, aun cuando específicamente desde el 2001 y hasta el 2021, es cuando este territorio se posiciona de manera ininterrumpida en el primer lugar. No obstante, a partir de la década de los años setenta, ya venía mostrando de forma progresiva un comportamiento distintivo y singular en cuanto a la ocurrencia y frecuencia de esta causa de muerte con relación al resto de entidades federales.

Es claro que la tasa del estado representa un promedio histórico regional, por lo que a lo interno entre los municipios que conforman su división político-territorial, se encuentran diferencias en ese indicador. Cardenal Quintero, Pueblo Llano, Miranda, Antonio Pinto Salinas y Aricagua, figuran entre los municipios rurales con las tasas más elevadas del estado y exhiben, además, valores superiores a dicho promedio regional (entre 18 y 13 suicidios por cada 100 mil habitantes). Incluso, los dos primeros, presentan las tasas de mayor importancia estadal. Es así como buena parte de esa singularidad que ha adquirido Mérida, es el resultado precisamente de ese epicentro de violencia autoinfligida (autolesiones, intentos de suicidios y suicidios consumados) que ha sido identificado hacia el noreste de este territorio andino donde se ubican los tres primeros municipios mencionados. Otros como Guaraque o Rivas Dávila también poseen tasas similares al promedio de la entidad, pero se localizan en otra zona rural hacia el suroeste de la misma.

Al estimar el indicador para el ámbito rural y compararlo con el urbano, agrupando los municipios según estas categorías dicotómicas, la distancia numérica observada no es muy notoria -10,6 versus 11,8 suicidios por cada 100 mil habitantes, respectivamente- a pesar que los urbanos en conjunto concentran más del 80% tanto de la población total como del número de casos de muertes por suicidio que acontecen en la entidad. Ello indica una importancia, si se quiere significativa, de la ocurrencia y frecuencia de esta causa de muerte en el espacio rural merideño.

Son múltiples los factores de riesgo que en distintas combinaciones podrían explicar esta situación en estas áreas, los que además pueden evolucionar, extenderse (o no) o exacerbarse (o no) en tiempo y espacio. Médicos comunitarios de la zona del páramo y psicólogos y psiquiatras residenciados en la ciudad de Mérida, señalan, dentro de un plano de conjetura, que entre los posibles factores se encuentran el estilo emocional del merideño del ámbito rural, lo que se refiere a la manera como estas personas pueden reaccionar ante los acontecimientos que tienen un significado afectivo para las personas, que viene a ser el efecto conjunto de los genes del individuo y del entorno donde se desenvuelve.

En otros términos, lo precedente se refiere a la personalidad e incluso cultura del merideño rural, vinculados estos aspectos con la dificultad para expresar los sentimientos negativos. En general, se argumenta que un buen número son cerrados, introvertidos, tradicionalistas y que el machismo en los individuos masculinos tiene fuerte presencia. Al parecer, la mayoría de estos rasgos se observan con mayor ímpetu hacia las zonas rurales y todo lo anterior tiene que ver con el cómo las personas  hacen frente a las situaciones adversas, por lo que es posible que la mayoría vuelquen hacia adentro esas situaciones. Si estas últimas no pueden ser bien canalizadas a través de una comunicación asertiva, se interiorizan, y comienzan los pensamientos negativos que se constituyen como un factor de riesgo de suicidio.

Otro elemento identificado en el ámbito rural es la endogamia, la cual se practica con frecuencia en estas zonas y puede tener alguna relación con la aparición recurrente de casos de perturbaciones mentales. La esquizofrenia o la bipolaridad, son ejemplos de esas patologías que pueden ser heredadas a los descendientes. Asimismo, algunos profesionales señalan que en experiencias de campo, han observado un importante número de individuos (sobre todo niños) que padecen trastornos como el autismo y déficit intelectual, que son trastornos del neurodesarrollo, y que están relacionados con autolesiones o autoagresiones.

A todo lo anterior, se le adiciona la aparente frecuencia con que se presenta la depresión también como trastorno mental. Diversas investigaciones desarrolladas en diferentes países del mundo (Canadá, China, Costa Rica, Estados Unidos, España, Irán, México, Paraguay, entre otros) han logrado establecer una posible relación entre distintos trastornos mentales, la intoxicación por agroquímicos (empleados en las zonas rurales de Mérida especializadas en agricultura vegetal) y la exposición prolongada (durante años) a estos productos, mientras que otros estudios han logrado revelar la aparente correlación existente entre el uso de agroquímicos, la aparición frecuente de trastornos mentales, ideación suicida y la ocurrencia de suicidios. De manera que esto podría ser una realidad no diagnostica en el espacio rural de Mérida.

A todos estos factores, por un lado, se suma también el consumo de alcohol como sustancia psicoactiva y elemento predisponente a conductas agresivas, impulsivas y que puede agravar situaciones de estados depresivos, por ello guarda relación con muchos casos de intentos de suicidio o de suicidios consumados, y que según lo indagado, tiene fuerte presencia en las zonas rurales de la entidad, por el otro, se suma el uso de agroquímicos como método de suicidio a través de su ingesta.

La ausencia de personal calificado y especializado -psicólogos y/o psiquiatras- en la salud pública rural que ofrezca atención permanente para el diagnóstico oportuno de posibles trastornos mentales que esté padeciendo la población; la dificultad de parte de los individuos para acceder a medicamentos de tipo psicofármacos; la agricultura como actividad económica de sustento de muchas familias, labor riesgosa que depende de múltiples factores para alcanzar beneficios (condiciones naturales -clima, agua, suelos-, así como de condiciones sociales, económicas y político-institucionales); el desequilibrio entre los sexos (en estos ámbitos la tendencia es a dominar más en número el sexo masculino debido a la demanda de mano de obra de la actividad agrícola y por la mayor migración de la mujer hacia las ciudades), que en muchos casos obstaculiza la formación de parejas y ocasiona frustración en hombres; la rigidez en la crianza de los hijos y la falta de comunicación entre padres e hijos; poca existencia de espacios y actividades de ocio y recreación; entre otros, entran en la lista de posibles factores que se hacen presente en este ámbito rural.

Es probable que algunos de estos factores conjeturados se hayan extendido y exacerbado por la emergencia humanitaria compleja que atraviesa, y sigue atravesando, el país, la que, según estudiosos del ámbito rural venezolano, ha sumergido a su población residente y a las actividades que forman su base económica (agricultura y turismo), en una depresión socioeconómica. El aumento de: la pobreza; del desempleo por quiebre de negocios y unidades productivas; la inseguridad alimentaria, la emigración y los fuertes problemas con la calidad de los servicios, particularmente lo concerniente a la electricidad y disponibilidad de combustible; impiden el normal desarrollo de múltiples actividades humanas diarias; y es probable que esto haya complejizado aún más la situación de violencia autoinfligida en estas zonas.

En fin, se requiere de investigaciones de campo exhaustivas para tratar de dilucidar con más precisión cuáles son los factores de riesgo que inducen la significativa ocurrencia y frecuencia de muertes por suicidio en el ámbito rural de Mérida, y sobre todo identificar aquellos que más influyen en la aparición de un epicentro importante de violencia autoinfligida en la zona del páramo merideño. Esto permitiría, a su vez, identificar comunidades y grupos de personas vulnerables según sexo y edad, y trazar posibles intervenciones pertinentes según tipos de factores identificados, apegadas esas intervenciones a las directrices emanadas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Coordinación de esta columna a cargo de Pablo Kaplún Hirsz


[1]Este espacio trabaja normalmente temas de medio ambiente. Sin embargo, reiteradas veces hemos cedido el mismo al equipo que hoy firma el artículo, esto porque el mismo está coordinado por un colega geógrafo y, de acuerdo con nuestra visión del ambiente, la interrelación regionalizada hombre-medio es parte de lo que corresponde a una visión holística de lo ambiental. Entre aquello de que  “nada humano me es ajeno” y el hecho de que el suicidio es una parte clave de la problemática social de una región del país en la cual solemos poner nuestras esperanzas de redención como nación porque Los Andes son parte de lo mejor conservado de nuestra maltrecha república, vale hoy escuchar el profundo trabajo que calladamente se viene haciendo en Mérida por comprender algo que no deja de ser ambiental: ¿por qué los merideños tenemos la más alta tasa de suicidios de nuestro país. ¿Existe un determinismo geográfico en torno a este récord del cual nunca logramos desprendernos?


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