Bolivia
Foto Archivo

Cuando tratamos de escapar de los momentos difíciles, sentimos en nuestro andar que el suelo que pisamos está empedrado de brasas y además, con el sol a nuestras espaldas, que nos empuja a buscar nuevos destinos, porque la tierra que amamos, ya no es segura. Nos convertimos de esta manera en caminantes, buscando afanosamente esa paz que nuestra patria no nos da. Los que huyen de su país, transportan como equipaje los recuerdos de sus vivencias en la memoria, llevan acumulado el aroma de su existencia y trasladan en el corazón el sentimiento almacenado de sentirse ciudadano de esa patria que dejan atrás. Pero el bagaje más importante que cargan sobre sus espaldas, es la vida, como único motivo que los obliga huir de situaciones apremiantes.

Fue en esa vida pasada, que construyeron gracias al esfuerzo y a la dedicación, compartiendo una realidad que les permitía soñar, conviviendo en un país que les posibilitó crecer, participando en una nación que distribuía paz, tolerancia y concordia entre sus ciudadanos; en la que establecieron, a pesar de las diferencias, una relación de confianza entre los hombres y mujeres, en la cual el viento de la esperanza era el que soplaba para las personas que habitaban en esa patria que todos adoraban.

Sin embargo, las circunstancias cambiaron y se buscó la ilusión en otras fronteras, explorando otros horizontes, porque ya en el propio estaba contaminado de soberbia y opresión. Solo trazando nuevos caminos se podía anhelar construir una nueva realidad, una nueva subsistencia.

Se aferraban a la fe, para darle fortaleza a esa naciente aventura, porque además, la vida era el único equipaje que podían sostener sus hombros, lo demás, sería dejado atrás, porque era un lastre muy pesado para cargar. El desterrado no tiene derecho de abdicar, no tiene derecho de cansarse, no tiene derecho de desistir en la búsqueda de un sueño que le brinde una mejor calidad en su existencia, las pausas son solo para tomar agua y ver en la lejanía que el destino anhelado lo está esperando.

El sonido de las lágrimas marca el ritmo de cada paso al deslizarse por sus mejillas, va diseñando en su rostro el mapa que debe recorrer. Cada sollozo, cada lamento, indica que la patria se aleja cada vez más en la medida que los pies van recorriendo el nuevo camino a la tierra prometida. Las huellas van dejando un sendero de ilusión y optimismo, de ese nuevo futuro que fantasean erigir. Lo notamos porque la nueva hierba que crece bajo sus pies nace con la fuerza de la certidumbre que van por el buen camino.

Lo más triste del recorrido es dejar su esencia atrás, aferrándose al eco del llanto para acallar las voces de la nostalgia, para bloquear sus recuerdos, para esconder el sentimiento de las personas que dejan. Sin embargo, no falta ese legado de promesas de un pronto reencuentro, pero no pueden evitar que el recuerdo siga llorando.

El recorrido que falta por hacer ahoga el sollozo de la nostalgia. El caminante no quiere escuchar, hace como el que no quiere oír sus propias lamentaciones. Alcanzar el objetivo es suficiente aliciente para continuar, sin importar que sus zapatos se desgastan, sin importar que sus callos sean de asfalto. Ya no hay risas de buenos momentos, ya no hay risas por los éxitos conquistados, ya no hay risas de la vida lograda en la patria.

Todo se acabó, ese tiempo se acabó. Ahora solo queda la soledad de la carretera, evitando ser atropellado, con la mirada fija en la vía, teniendo en su cabeza una sola idea, llegar. Solo el sonido de las lágrimas es la melodía que acompaña su desamparo, su separación de todo lo que era que ya no es. Solo disfruta de sus lágrimas, de la tristeza infinita que da la pérdida de la nación que le dio todo, pero al mismo tiempo, se lo quitó todo.

Pero a veces, no quiere escuchar sus lágrimas y su sonido o más bien su ruido, no le impide recordar el sol de su tierra calentando su piel, a pesar que las fuerzas se agotan y el tiempo es indetenible, no deja de pensar en su pueblo, en su región, en su nación.

A pesar de la realidad que lo empujó a salir de su terruño, el silencio que emana de la repercusión de sus lágrimas, no reprime el deseo de volver algún día, pero el lamento, el lloro, no deja de alimentarse de su desamparo, de su melancolía, bajando sin cesar por su rostro esculpido por la fuerza de voluntad de continuar un camino, que a veces es sin retorno.

El caminante se cansó de oír muchas voces, ofreciendo soluciones a todo y a todos, pero nadie se atrevió a dar el primer paso, nadie quiso salir de su zona de confort. Por lo tanto, resurgieron de nuevo las lágrimas, con su andar estruendoso, cada vez que bajan por las curvaturas de un semblante, tallado por la desesperación y el agobio.

El único argumento que entiende el llanto es el dolor, como máxima expresión de la desesperación, cuando una situación no presenta soluciones viables. Entonces, todo a nuestro alrededor vibra por la reverberación del lagrimear, alterando los sentidos de quienes tenemos cerca, porque el llorar nos ayuda a entender lo maravillosa que es la vida. Lloramos para que nos escuchen, lloramos para compartir momentos, lloramos para expresar el amor más sincero. A pesar que no paramos de expresar nuestras lamentaciones, en el fondo sabemos que las lágrimas curan, es el lenguaje noble de los ojos que son el espejo del alma, porque nos ayudan a comprender lo importante que es apreciar lo hermoso de la existencia, a pesar que estamos rodeados de ladrones de felicidad, de atracadores de ánimas, las lágrimas nos devuelven la alegría de respirar cada bocanada de aire, porque cuando recorre un rostro, es para señalar el camino para encontrarnos nuevamente y mostrar las señales para continuar en el tortuoso trayecto de la supervivencia.

Ese es su itinerario que se ven obligados a andar, está señalizado por el desarraigo y las penurias. Empujado por la realidad política, económica y social, que le impiden desarrollar todo su potencial, porque el país, su país, huele a escasez, apesta en carencias y está putrefacto en sus cimientos. Muchos lo llaman crisis, pero más allá del juego de palabras, ya se fracturó la conexión que se moldea con el territorio que los vio nacer.

En cada metro que logran avanzar, no dejan de recordar los escombros de la realidad dejada atrás, pero en la medida que adelantan, están conscientes que su nuevo despertar será en la tierra de los refugiados. Estas almas que deambulan, son el vivo reflejo del fracaso de políticas públicas, de la diplomacia, de aquellos que se tildan decentes y liberadores de los desposeídos y lo que han hecho es condenar al destierro a miles de seres humanos, en el cual muchos pierden la vida en caminos desconocidos con nombres impronunciables, en una geografía irreconocible, en un clima extraño, en un aire difícil de respirar por su falta del aroma patrio. Sentenciados a morir, porque a nadie le ha importado defender sus vidas. Para muchos políticos, no les conmueve que estos seres humanos, sus compatriotas, hayan dejado atrás sus recuerdos y obligados a aventurarse con lo que tenían puesto, llevando solo una maleta llena de recuerdos y añoranzas.

Los caminantes solo consiguen solidaridad en otras latitudes, esos desplazados, que no son inmigrantes, no sólo huyen de la guerra, escapan de sus ciudades imposibles de encontrar mejor calidad de vida, porque la existencia no vale nada, ya que la inseguridad está por encima de las leyes y son los maleantes quienes comandan, a su vez el caos y las condiciones mínimas para existir con dignidad ya no existen, porque el que manda es la muerte, a esto se le suma el miedo, el terror y el horror, en el cual la violencia es la que pauta el día a día, ya que en líneas generales, todo se convirtió en nada, empujando inexorablemente a un éxodo que no dejará de crecer.

Entonces, regresamos de nuevo a oír el sonido de las lágrimas, cuando nuestros corazones se detienen al ver lo bárbaro, despiadado e inhumano que puede ser un hombre, es ahí que comenzamos a cuestionar los sueños, es ahí cuando comenzamos a cuestionar si existe la bondad, es ahí cuando comenzamos a cuestionar la humanidad.

Por lo tanto, el sonido de cada lágrima tiene un nombre, representa una situación, es la expresión máxima del dolor, ante una verdad que no tiene solución, además, manifiesta el deseo de ser lo que es para volver a ser lo que eran, es decir, ellos mismos, hombres, mujeres y niños de su patria.

 

 


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