La democracia, antes que un ordenamiento jurídico, es-ha de ser un espíritu, una actitud ético- cultural. Por ello una comunidad política, antes que a través de una simple información, debe cultivarla mediante una genuina educación. Las omisiones suelen pagarse con regímenes autoritarios y dictatoriales.

Nuestra historia republicana ofrece ejemplos. Tiempos de convivencia democrática degeneraron en nominalismos que vaciaron a aquélla de substancia. La antipolítica resultó efecto y se convirtió en causa también de fragilidad republicana. La democracia –alguna vez escribí sobre el tema– es una planta que es preciso regar, podar, abonar; porque como un ser vivo, requiere cuidado. No se la puede abandonar a su suerte ni abusar de ella. En la década de los noventa me parece que se jugó demasiado con la destitución del presidente y la improvisación de candidatos.

La grave y creciente crisis del país en las dos últimas décadas tiene su causa principal en que el régimen quiere imponer un Estado totalitario. Denuncia reiterada desde hace años por el Episcopado venezolano. Baste una reciente: “El régimen se consolida como un gobierno totalitario, justificando que no se puede entregar el poder a alguien que piense distinto” (Exhortación 10 de julio 2020). Pocos venezolanos, también entre los líderes políticos, han sabido (¿querido?) identificar al que tienen enfrente, considerándolo en términos solo de autocracia competitiva y otros maquillados. El socialismo del siglo XXI y su Plan de la Patria no han disimulado sus intenciones, ni disfrazado el tipo de sociedad que buscan construir. De la Constitución hacia abajo, todo lo subordinan a su “revolución” de línea marxista, que condimentan con narcorrupción y otros ingredientes de explotación y dominación. La trágica condición de la gente no quita el sueño a la Nomenklatura.

Antes de cualquier otro elemento de reflexión quisiera subrayar mi convicción esperanzada de un horizonte democrático para el país. Dios creó al ser humano para la libertad y esta, de un modo u otro, abre caminos de liberación en la historia, a pesar de las contradicciones e inconsecuencias de un hombre, que es, no solo limitado y frágil, sino también pecador, hasta que llegue al término de su peregrinar, la plenitud del Reino de Dios. Los “mil años del Tercer Reich” se dieron solo en la perversa fantasía de Hitler, y la irreversible Revolución de Octubre se derrumbó con la caída de un muro. Omnipotente y eterno es solo Dios.

Venezuela acaba de presenciar la gran farsa del 6D, cuyo resultado había sido “profetizado” por el ministro de la Defensa. Para los conocedores de la naturaleza del régimen no constituían ningún secreto las artimañas para asegurar los resultados. ¿Vicios del proceso? Innumerables. Ejemplos: integración monopólica del CNE, instrumentalización del TSJ y de la Fuerza Armada, espada de Damocles de la ANC, expropiación de partidos y símbolos, diputados y líderes opositores en exilio o prisión (en casos, con torturas), chantaje con cajas de alimentos y utensilios del hogar, hegemonía comunicacional, amenazas a empleados. Con todo, el absentismo masivo fue también deslegitimador patente del proceso. Por lo demás, era previsible por la magnitud de las carencias y del malestar de la población.

Sobre la consulta popular he venido hablando de ello desde bien antes del famoso 16J, como apelación necesaria y con plena justificación constitucional. Porque si la instancia máxima de decisión en una comunidad política es el soberano, como lo establece claramente nuestra carta magna (CRBV 5), al mismo se debe acudir, especialmente en momentos de gravísima crisis nacional –como la actual venezolana–, para definir el camino hacia una solución consistente. El soberano tiene, en cuanto tal, un poder que es originario y, por tanto, también supraconstitucional. Por ello las preguntas de la consulta popular que está en marcha se encabezan así: “¿Ordena usted?”, “¿Rechaza usted?”. No se pide una opinión, sino un mandato del soberano.

La ilegitimidad de la llamada “elección” del 6D es manifiesta. Ahora esperamos que el soberano, hacia la tarde del próximo 12, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, haya inaugurado el camino para salir del desastre global en que el socialismo del siglo XXI ha sumido este país.

 


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