Mis solitarios y apasionados lectores, ya están acostumbrados a una narrativa previa en la que les recuerdo la historia y sus personajes. No podría redactar este artículo de otra manera, sin ilustrarlos sobre quién era Procusto.

Procusto, según la mitología griega, era hijo de Poseidón –dios del mar– . A Procusto también se le reconocía como Damastes (es decir, según sus nombres podría ser: Estirador o Controlador). Él era propietario y encargado de una posada en la ciudad de Ática, cercana a Atenas, donde le permitía pernoctar a los viajeros solitarios, en una cama “donde ciertas condiciones aplican”. ¿Me explico?

Su tozudez de no aceptar a quienes tenían diversas longitudes corporales, no adaptadas por su imaginario, le llevó, a “desvirtuar”, tanto la realidad, que decidió, a “motu proprio”, ajustar el tamaño longitudinal de los huéspedes y transeúntes ¡al largo de la cama! La metodología para lograr tan sádica desventura fue aserrar las extremidades de los más largos y descoyuntar a martillazos las uniones óseas de los más cortos. Todo eso para lograr un tamaño ideal según su estándar percibido.

Estigmatizar el comportamiento de Procusto como un sádico es un, muy mal y limitado diagnóstico -de la perversidad interna del ser humano- sin la adecuada circunscripción al pensamiento filosófico y político.

El síndrome de Procusto es un virus presente en los diversos estratos de la sociedad a nivel mundial. Desde el Ártico hasta la Antártida. Desde la Patagonia hasta Alaska. O desde Londres hasta sí misma, partiendo desde el meridiano Greenwich. El temor personal a ser superados en nuestras destrezas, o conocimientos, nos induce a querer igualarnos para no sentirnos inferiores. ¡Eso no está mal!

Insisto, el querer nosotros mismos competir por ser mejores personas, profesionales, o lo que sea que queramos ser, para ser mejores ¡No es problema! No.

El problema es promover la aplicación del Análisis de Procusto para, por medio de una transformación euclidiana, eliminar el pensamiento diferencial social y así lograr el control con un pensamiento único.

Sorry. Excusez moi, o simplemente, discúlpenme la pendejera y la arrogancia. Soy ingeniero. Digamos que al parecer la perversa condición del síndrome de Procusto no solo forma parte de la retórica insípida de los revolucionarios del siglo XXI. ¡No vale!

Es que también en muchos de los dirigentes de una oposición infectada podríamos reconocer las patologías previas a diagnosticar la inoculación de este antinacional virus. Enumeremos algunos de los síntomas.

1.- La intolerancia ante una frase inofensiva, y molestarse porque no es de su agrado.

2.- La generalizada envidia ante una perspectiva “resaltante” de un aliado que esté de su lado. Que los opaque.

3.- La inferioridad notoria, en retórica, en simpatía, en ese contacto social, que concluye en un beneplácito ciudadano. Les hacen sentir, -a los portadores del virus- la superioridad del personal a su mando, como también esa mediocridad propia que los impulsa a obligarnos a ser restringidamente iguales.

4.- La incapacidad para reconocer como válidas las ideas de otros. El miedo a ser superado profesional o personalmente.

He sentido la frustración de muchos en la dirigencia política por estar constantemente evaluándose y autocomparándose. Por tener menos empatía con el pueblo y con sus ciudadanos. He vivido ese loco afán de hacernos iguales. Tanto desde el gobierno, como desde la oposición.

Respeten a los ciudadanos, por favor.

Que los nuevos líderes políticos, sociales, religiosos, estudiantiles, gremiales, sindicales y empresariales revivirán a los nuevos Teseo.

Y no se preocupen los portadores del síndrome de Procusto.

Tántalo los guiará, para que sus almas reciban el castigo de Tártaro.

 


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