Para Alejandro Ilich Rivas

En las modernas ciudades los automóviles llenan las calles y avenidas y hay una multitud que avanza apresurada entre afiches luminosos y un ruido ensordecedor y todo tiende a hacerse estentóreo porque se ha debilitado la capacidad expresiva de nuestro lenguaje y nos vemos obligados a servirnos del silencio para defendernos de la vorágine. De manera que el silencio se ha convertido en vacío, en la Nada, aunque el compositor John Cage haya insistido en que el silencio no existe porque siempre ocurrirá algo que producirá un sonido. Y para una mujer como Susan Sontag “el silencio continuará siendo, inevitablemente, una forma de lenguaje”.

En el filme The Shawshank Redemption (1994), uno de los protagonistas sostiene que el océano Pacífico no tiene memoria. No sé por qué me gustó saberlo y luego me enteré de que cuando el Cosmos aun no tenía forma, el Caos era un mar tenebroso que oscilaba eternamente de un horizonte a otro, totalmente silencioso excepto por las llamadas de un ave solitaria, portadora de los mensajes de la creación.

Es para creer que Dios nos arrastra hacia una oscuridad que muchos consideran divina y se comunica con nosotros a través de misteriosas maneras; una de ellas, ¡el silencio! porque Frederic Chopin, enfermo,  increpaba a Dios en Mallorca, en la Cartuja de Valledemosa y solo escuchaba como respuesta el rumor de una densa oscuridad y sabemos que de la oscuridad nadie sale ileso.

Se dice que Dios es el más popular de nuestros amigos imaginarios y el más sonoro de los silencios, por lo tanto el silencio es nuestro futuro; lo que no deja de ser sorprendente porque se afirma que Dios no solo es un corpus religioso sino una representación de la lengua. En cualquier caso, afirma Jean Biés, el hombre sin significación puebla el silencio con derivativos sonoros y saturnales del lenguaje únicamente porque el silencio le da miedo, lo pone frente a sí mismo; frente a un vacío desesperado que no es sino la falsificación de la vacuidad espiritual. Sin embargo, las ridículas y tramposas elecciones que practica el socialismo venezolano en lugar de provocar estallidos de cólera producen infelices silencios.

¿Qué  era lo que decía Baudelaire? En este libro atroz he puesto mis pensamientos, mi corazón, mi religión y todo mi odio. Le faltó agregar: también he puesto mi silencio. Se cree que en la obra de algunos artistas plásticos como Malevic el color blanco equivale al silencio.

Además, el silencio del lenguaje y el que se introduce en la música son respiraciones. Los integrantes de la orquesta, pongamos por caso, se mantienen en silencio y también nosotros los espectadores contenemos la respiración a la espera del director que ya va a aparecer en escena. Antes, los músicos afinan los instrumentos y provocan una algarabía que los asistentes al concierto aprovechamos para hablar todos a la vez, apresuradamente, porque sabemos que en lo que aparezca el director tendremos que hacer silencio. El director, en efecto, aparece en medio de aplausos. Luego de saludar al público se da vuelta y se enfrenta a los músicos. Estos mantienen la mirada puesta en el director que se prepara para dar comienzo al concierto. Los músicos, el director, la audiencia se mantienen en silencio y contienen la respiración. El director levanta los brazos y da la señal para que comience el concierto. Es el momento en el que los músicos, sin dejar de ver al director, respiran y su respiración se confunde con los primeros acordes y estos se unen a la respiración del director pero se incorporan también a la respiración de la sala y es en ese instante cuando se produce el milagro: mi respiración, la respiración de la sala, de los músicos y la del propio director se han convertido en música; han respirado los instrumentos, cada uno con sus sonoridades particulares y han respirado nuestros propios espacios. Nos contactamos a través de la música y triunfamos sobre el silencio que precedió a los aplausos que poco antes recibieron y saludaron al director cuando apareció en escena una vez que se apagó el barullo de los músicos afinando sus instrumentos. La respiración venció al silencio. ¡Se hizo música!

El silencio y la mudez deliberada o involuntaria ofrecen diversas significaciones. El silencio anticipa el inicio de una relación mientras que la mudez es un estado que la excluye. Hay reglas en los monasterios que fundamentan en el silencio sus mayores rituales y Dios visita las almas en las que reina el silencio y castiga con la mudez a quienes gastan su tiempo en murmuraciones banales. En pocas palabras: ¡el silencio abre puertas; la mudez las cierra! Y hay doctrinas que consideran al sonido y al silencio como el origen de todas las cosas comenzando por la  luz o  por el aire y el fuego. ¡El silencio es el origen mismo de la música y la música mas gloriosa es el silencio!

Me detengo a ver el mar y en un determinado momento dejo de verlo porque comienzo a verme a mí mismo. El mar hace que me percate dónde estoy; enseña que soy una mínima parte del planeta y lo envidio porque sé que seguirá  estando allí después de que yo me haya ido y el silencio borre mis pasos.

Fue lo que sentí cuando “ví” y “toqué” con mis manos la música de la Cuarta Sinfonía de Beethoven con el Concertgebow de Amsterdam dirigido por Carlos Kleiber. Un precioso regalo que me hicieron Diógenes Rivas y Ninoska Rojas. Alejandro Rivas, por su parte, me dio a leer desde Oviedo, España o desde Londres, posiblemente, su novela Podium, que mas que novela es un denso tratado sobre la música.

¡Y el silencio, al rugir en la sonriente mirada de Carlos Kleiber, también acarició mi capacidad de ensoñación!


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