Para muchos de nosotros, para no decir la mayoría, la vida puede ser en muchas instancias un gran dolor de cabeza. Una especie de migraña que acontece en el medio de un parque de diversiones que sube y baja. En ese trayecto solemos, de alguna de forma, caer del estado de inocencia para percatarnos, sin recordar exactamente desde cuándo, que sí, la vida es ruda; sí, la vida puede ser confusa; sí, todo se termina. Pero hemos de preguntarnos: ¿en qué momento aconteció ese impacto que nos sacó del Edén para caer en un valle de lágrimas? Siddhārtha Gautama, el Buda, volvió esta pregunta el enigma fundamental a resolver. Es posible que si nos aproximamos al problema de la forma más mundana posible podamos obtener una respuesta.

A muy grandes trazos podríamos poner punto final de una vez a este artículo citando a la primera gran verdad del budismo, «la vida es sufrimiento», para luego pasar a la segunda gran verdad, que el «apego» es la fuente de este, y así seguir con nuestro día a día. Pero eso no es lo que queremos, la conformidad a ultranza no es el punto de ninguna vertiente del budismo. La idea es alcanzar un cambio de perspectiva, a través de la reflexión y la experiencia, que pueda liberarnos de penas innecesarias.

Ahora bien, para salir en cierto grado del misticismo que podríamos apreciar en términos como «Samsara» o «Karma», es importante que tengamos puntos de partida claros para poder comprendernos. Siendo prosaicos, vamos a jugar con estas definiciones con base en lo establecido por la Real Academia Española:

  1. Dolor en su primera acepción: «sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior».
  2. Sufrimiento en su segunda acepción: «paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre algo».
  3. Apego en su primera acepción: «afición o inclinación hacia alguien o algo».
  4. Tiempo en su segunda acepción: «magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, presente y un futuro».
  5. Identificar en su primera acepción: «hacer que dos o más cosas en realidad distintas aparezcan y se consideren como una misma».

Coloquialmente solemos tratar al dolor y al sufrimiento como palabras intercambiables, pero esto no es del todo cierto. El dolor es un estímulo natural ante una aflicción y su existencia es necesaria para apreciar al placer como el estímulo opuesto. El sufrimiento, por su parte, se fundamenta en la relación de nuestro intelecto con el flujo del tiempo. Nuestra razón divide al continuo con un trío de ficciones: el pasado que representa a lo acontecido, el presente que engloba a la actualidad y, por último, al futuro como una proyección de aspiraciones o temores.

El problema del sufrimiento radica, precisamente, en que nuestra cognición da por cierta a nuestras propias ficciones. Esas ficciones que en su uso práctico se las ha tomado como sinónimas con la realidad. Sufrimos por un pasado que no es más que memoria. Sufrimos por un presente que se queda chico e insignificante ante el porvenir. Sufrimos por un futuro que es incapaz de llegar a nuestras manos, porque si lo hiciera, este ya sería presente. Sufrimos, en definitiva, por creer que el continuo del tiempo es la disección de un puente que tiene de inicio al pasado, de medio al presente y de final al futuro. Este es el origen del sufrimiento desde el punto de vista «objetivo» en tanto ese choque entre nuestras categorías arbitrarias y el flujo de las cosas.

No obstante lo dicho, el sufrimiento también tiene una dimensión emocional o subjetiva: el apego que nos lleva a sufrir. Lo primero que debemos saber es que el apego no es un conglomerado de sentimientos que estamos llamados a exterminar, sino, por lo contrario, es una afición, una relación cognitiva con nuestras emociones, una relación que busca principalmente dos cosas: la certeza y la permanencia. La certeza es representada dignamente por la ansiedad por el resultado, por ejemplo, nos apegamos a la preocupación sobre si alguien nos quiere o no, porque aspiramos a ser queridos. La permanencia, por su parte, responde a un temor humano primordial: el miedo a la pérdida. Por ejemplo, nos apegamos al principio de un duelo a la negación de que un ser querido ha partido.

Es importante hacer hincapié, cuando hablamos del apego en lo emocional, de que no hacemos referencia ni a la negación de los sentimientos, por un lado, ni a un juicio moral sobre los mismos: si son buenos, malos, aceptables o inaceptables. Esto debe quedar claro porque nuestras emociones son un regalo que tenemos que atesorar y apreciar en su justa y debida proporción. Estando esto claro, si podemos aseverar que el apego en lo emocional es la fijación excesiva con un sentimiento en aras de buscar certeza o permanencia.

Por último, ya haciendo síntesis de los factores externos e internos que dan pie al sufrimiento, nos encontramos con su resultado final: la identificación con todo aquello que escapa del aquí y el ahora y, por ende, la pérdida de la paz que solo se ubica en el presente como único lugar donde podemos desenvolvernos. Este fenómeno se ilustra muy bien si le damos una dimensión mundana a los términos mencionados al inicio: «Samsara» y «Karma». En esta oportunidad, «Samsara» no es un sistema cósmico de reservas para reencarnaciones, sino las vueltas marcadas por el titubeo incesante de orbitar en torno a nuestras propias ideas, perdiendo así nuestro nexo con la realidad. Por su lado, «Karma» no es un sistema místico de causas y consecuencias, sino el sufrimiento derivado del apego hacia una intención de cara a un resultado, ya que, si este no se da, habremos muerto antes de tiempo por perder aquello con que nos llegamos a identificar.

Habiendo dicho todo lo que podíamos decir, nos queda entonces responder a la cuestión sobre cuál es el significado del sufrimiento. Aquí les va, ¿estamos listos?, el sufrimiento no es más que un grandísimo malentendido que conlleva casi siempre a ahogarse en un vaso de agua. El sufrimiento es el resultado cognitivo y emocional de negar a la realidad en su naturaleza relativa, pasajera e, incluso así, eterna. El sufrimiento es inhalar sin exhalar. El sufrimiento es despertar y nunca dormirse. El sufrimiento es querer sentir el calor sin saber qué es el frío. El sufrimiento es el olvido que nos confunde, el olvido sobre aquello que escribió y recitó alguna vez ese poeta y cantante llamado Jim Morrison: «Vivimos, morimos y la muerte no nos termina».

@jrvizca


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