En ocasiones, cuando un amigo me relata algún problema, suelo responder algo así: «¿qué divertido eso, no?». Mi querido interlocutor, perplejo ante mi respuesta, puede tener toda clase de reacciones; desde el silencio abrupto hasta el impulso natural de doblar los ojos. Creo que esto ha sido así porque no he sabido explicar qué quiero decir cuando digo eso. Lejos de hacerlo por condescendencia o regocijo en el dolor ajeno, lo digo porque entiendo que menos es más y que hay valor en la experiencia relatada. No obstante, para ninguno de nosotros lo obvio es realmente obvio y, por ello, creo que ya me toca relatar qué he descubierto, tras algunos cuantos tropiezos, al respecto.

Las personas, a diferencia del resto de nuestros congéneres en el mundo animal, tenemos unas nociones que nos son, en cierto grado, únicas: el hombre sabe que es un hombre que está vivo y que, por ende, va a morir. A esto lo llamamos «conciencia». Con base en dicha conciencia, el hombre maneja el concepto del «tiempo» y lo ve como una línea: el recuerdo demarca el pasado, la conciencia activa en el entorno al presente y la proyección o especulación de posibilidades al futuro. Esto ha de servirnos de prefacio para comprender una obviedad de nuestro día a día: el hombre, en contraste con toda criatura, es aspiracional, encuentra significado en la búsqueda de algo que está más adelante y que, al conseguirlo, le dará, como mínimo, placer y, como máximo, felicidad.

Todo esto está bien hasta ahora, ningún hombre en la historia se aparta de dichas nociones ni deja de ser aspiracional, pero nuestro problema radica en lo verdaderamente humano de tal situación: «¿en qué punto de la búsqueda perdemos una comprensión genuina sobre por qué hacemos lo que hacemos?». La cuestión viene al caso porque para cualquier observador sería manifiesto que no se están viendo tantos guerreros resilientes saltando obstáculos con una sonrisa como quisiéramos, sino que se ven muchas almas frustradas sumergidas en modalidades variopintas de impotencia y resintiendo sus propias penas. A esta realidad debemos acercarnos y lo haremos desde dos campos: uno es el racional en lo que a percepción respecta, y el otro, que le sigue por naturaleza, es el emocional.

En lo racional, hay dos formas de entender o percibir nuestras aspiraciones: una se basa en una fijación con un resultado y la otra se basa en una apreciación del proceso que debería llevar al resultado.

El primero es necesario porque constituye la visión de futuro que nos impulsa hacia lo desconocido: anhelamos A o B, aspiramos a ser C o D, queremos tener E o F, etcétera. Ahora bien, el peligro aquí radica en que, por nuestra necesidad de obtener una gratificación rápida, podemos caer en la impotencia al ver que lo que queremos no termina de llegar. Alan Watts llamaba a esto «la ley al revés»: cuanto más una persona afirma desear algo, más reafirma que le falta o que no lo tiene y, por ende, más lo separa de sí. Por ejemplo, al insistir en «querer ser feliz» se admite que se es infeliz, al proclamar «querer ser libre» se admite que no se es libre. Esta exacerbación sobre el resultado deseado genera un espacio infinito entre nosotros y lo deseado, porque lo desplaza perpetuamente hacia donde nunca podremos llegar: el futuro promisorio desprovisto de presente.

El segundo es indispensable porque constituye la serie de acciones que solo pueden darse en el presente para la eventual concreción del futuro deseado. El peligro, en este caso, es que la acción o movimiento se vea suspendido por el miedo o, incluso, el acaecimiento del fracaso. Ante la falta de estímulo, tanto interno como externo, siempre es posible que nos detengamos y que algunas aspiraciones queden siendo solo eso: una aspiración.

Desde el prisma emocional, hay elementos que nos influencian tanto desde lo cultural como desde lo psicobiológico. Desde lo cultural, de una forma u otra, como bien precisa Mark Manson, se ha generado un fetichismo con la felicidad o el júbilo: todos tenemos que ser felices y plenos siempre porque, de lo contrario, somos unos neuróticos disfuncionales. Esto se combina con lo psicobiológico en tanto en cuanto nosotros, como animales que también somos, tenemos a un nivel de base el principio del placer: perseguimos lo placentero, evitamos lo doloroso. Si vemos lo antes mencionado como un cóctel, bien podría ser algo explosivo como una molotov en lo que respecta a nuestra salud anímica, ya que nos lleva a aspirar, de manera fantasiosa, a una felicidad suprema proveniente del menor esfuerzo posible y la máxima ensoñación, dado que los dolores inherentes al proceso de buscar lo deseado son completamente negados. Aquí está, en pocas palabras, el origen de la poca tolerancia hacia la frustración de la denominada «generación de cristal».

En un contexto como este es que se puede entender la sabiduría detrás de esa frase tan sencilla que predica que «menos es más», porque justamente «menos es más» es el encuentro de oportunidades en toda clase de adversidad. Partiendo desde esta óptica hacia todo lo comentado, podemos notar varias cosas. Cuando hablamos de aspiraciones con miras al resultado, podemos ver que la aspiración no es más que la excusa para que entremos en movimiento y esto puede resultar bien o mal; de ser este último siempre se puede encontrar un nuevo camino. Cuando hablamos de aspiraciones con miras al proceso, es entender que el dolor y la incertidumbre son parte del viaje y que retribuyen a la alegría de superar el obstáculo. Todo esto en lo emocional debe llevar al agradecimiento que le debemos a las penas por nuestras dichas y viceversa.

En definitiva, si alguien que me lea y llegue a conocerme, ya sabe que si lo felicito por un mal momento es porque quiero decirle esto: sienta su dolor, pero aproveche la experiencia, hágala edificante, pregúntese qué puede aprender de ella y proponga qué podría hacer distinto en la siguiente aventura. Creo que no tengo una mejor forma de concluir este artículo que con un verso de la legendaria banda venezolana, Sentimiento Muerto:

«Siempre ha estado ahí,

Forma parte de ti,

Nunca se ha perdido.

Tan solo un olvido:

Sin sombra no hay luz»

@jrvizca


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