El 27 de diciembre falleció a los 92 años Edward Wilson, escritor y biólogo, pionero científico de la biodiversidad, los insectos y la naturaleza humana. Ganador de dos premios Pulitzer, ha sido llamado el “heredero de Darwin”. “Cuando los biólogos moleculares comenzaron a vislumbrar por primera vez el ADN, las proteínas y otras bases invisibles de la vida” -recuerda el The New York Times– “el Dr. Wilson hizo que el trabajo de su vida fuera poner la evolución en pie de igualdad”. Considerado el más grande experto en insectos del mundo, coleccionaba en su laboratorio de Harvard más de 14.000 especies de hormigas. Wilson estudió su evolución, comportamiento y exploró cómo la selección natural y otras fuerzas pudieron haber producido algo tan extraordinariamente complejo como una colonia de hormigas. Defendió este tipo de investigación como una forma de dar sentido a todos los comportamientos, incluido el del ser humano.

Leíamos su obra The Meaning of Human Existence, cuando nos enteramos de su muerte. A Edward Wilson es difícil clasificarlo. Cuando lo leemos no sabemos si estudiamos las reflexiones de un filósofo o de un científico. Los títulos de sus obras, unas 3 docenas, hablan de esta ambivalencia: The Ants; On Human Nature; The Origins of the Creativity; The Meaning of Human Existence; Sociobiology: The New Synthesis. Desde que terminó su PhD fue profesor de Harvard hasta recibir el honor de Prefessor Emeritus. Una carrera que se prolongó 7 décadas.

Su obra, Sociobiology: The New Synthesis, inició el debate sobre la “sociobiología”, una de las grandes controversias científicas sobre biología del siglo XX, que alentó un debate más amplio sobre la psicología evolutiva y una síntesis moderna de la biología evolutiva. Su trabajo pionero sobre los rasgos de supervivencia de las hormigas provocó una enorme controversia cuando Wilson extendió sus ideas a las sociedades humanas, insistiendo en que características como la agresión y el altruismo están predeterminadas genéticamente y no son producto de experiencias sociales. Los detractores de Wilson, incluidos darwinistas, sostuvieron que el determinismo biológico se remontaba al movimiento eugenésico de principios del siglo XX y al nazismo. No obstante, su obra ha prevalecido.

El heredero de Darwin

Como heredero del legado de Darwin, Wilson extiende la selección natural al grupo social indicando que el objetivo de la selección natural es crear el rasgo prescrito por el gen. El rasgo puede ser de naturaleza individual y seleccionado en competencia entre individuos dentro o fuera de grupos. O el rasgo puede ser de naturaleza socialmente interactiva con otros miembros del grupo (como en la comunicación y la cooperación) y seleccionado por competencia entre grupos.

¿Trata Wilson de explicar las diferencias en el desarrollo entre grupos sociales a través de la selección natural? En su obra, The Social Conquest of the Earth, Wilson argumenta que el nido es fundamental para comprender la capacidad organizativa y el dominio ecológico no solo de las hormigas, sino también de los seres humanos. Las hormigas gobiernan sus micro habitantes y dejan a otros grupos de insectos más pequeños marginados; los humanos son dueños de un macro mundo transformado tan radicalmente que ahora lo calificamos como una especie de fuerza geológica.

¿Cómo obtuvieron esos grupos humanos y las hormigas esos superpoderes? Le pregunta un periodista de la revista Smithonian. “Siendo supercooperadores y los más organizados de los grupos siempre están dispuestos a dejar de lado los pequeños intereses egoístas y en base a un impulso cerebral, unen fuerzas y aprovechan la oportunidad que ofrece una mentalidad de colmena”.

Hay muchos animales sociales en el mundo que se benefician de vivir en grupos de mayor y de menor cohesión. Sin embargo, muy pocas especies han dado el salto de lo meramente social a lo eusocial, donde «eu» significa vivir en comunidades multigeneracionales, practicar la división del trabajo y comportarse de manera altruista, es decir dispuestos a sacrificar al menos algunos de sus intereses personales por los del grupo.

No obstante, los que habitan en esa gran sociedad humana, como la de esos pequeños insectos marginados de las colonias desarrolladas, saben lo difícil que es convencer a un grupo social, no evolucionado, de los beneficios de ese nivel eusocial.

Es difícil ser eusocialista

Los beneficios de una cooperación sostenida pueden ser enormes. La eusocialidad, escribe Wilson, “fue una de las principales innovaciones en la historia de la vida, comparable a la conquista de la tierra por parte de los animales acuáticos, o la invención de las alas o las flores”. La eusocialidad, argumenta, «creó super organismos, es decir el siguiente nivel social de complejidad biológica por encima de los organismos».

“Todas las especies animales que han logrado la eusocialidad, sin excepción, comenzaron en el mismo nivel, construyendo rústicos nidos para defenderse de sus enemigos”. Un hormiguero, una colmena, una fogata alrededor de la cual los niños de la cueva podían jugar. Muchos biólogos evolutivos han sido persuadidos que la selección natural opera en muchos niveles, incluido a nivel de grupos sociales.  “Los grupos con seres humanos de calidad, valientes, fuertes, innovadores, inteligentes y altruistas, tienden a prevalecer, como sostenía Darwin, sobre aquellos grupos que no han desarrollado esas cualidades”.

Esta selección de multinivel o de grupo es lo que favorece la supervivencia de un grupo sobre otros. En opinión de Wilson, la evolución ha creado muchos genes esenciales que benefician al grupo a expensas del individuo. Desde este punto de vista la selección natural favorece solo los comportamientos que ayudan al individuo a sobrevivir.

De acuerdo con la revista Discover, Wilson en su tratado de Sociobiología de 1975 realiza el más poderoso refinamiento de la teoría de la evolución desde El origen de las especies. Mientras Darwin postula un mundo brutal en el que los individuos compiten por dominar, Wilson promueve una nueva perspectiva: los comportamientos sociales, que a menudo se programaban genéticamente en las especies para ayudarlas a sobrevivir, como el altruismo (comportamientos incluso autodestructivos en beneficio de sus semejantes) se encuentra incrustado en los huesos de los seres humanos.

En una de sus últimas obras, The Social Conquest of Earth, se advierte una manifestación de esperanza. Wilson argumenta que para este siglo podríamos convertir el mundo en un paraíso permanente para los humanos. “No la hemos cagado completamente”, le dice a un periodista de SLATE, creo que encontraremos la manera de salir de esto y lo haremos a través de la educación y la ciencia. Sin duda, un precepto moral en el cual podemos ponernos de acuerdo es dejar de destruir nuestro lugar de nacimiento, el único hogar que tendrá la humanidad: la Tierra.

¿Qué no deberíamos hacer? Le pregunta el periodista. “No deberíamos continuar poniendo gente en el espacio con la idea de que ese es el destino de la humanidad. Tiene poco sentido continuar esta exploración enviando astronautas vivos a la Luna, mucho menos a Marte o más allá. Sería mucho más barato y no supondría ningún riesgo para la vida humana explorar el espacio con robots. La idea, comúnmente establecida de que podemos conquistar otros planetas para vivir una vez que hayamos acabado con este, es una tontería.

“Podemos encontrar lo que necesitamos aquí mismo, en este planeta, durante un período casi infinito, si lo cuidamos bien”.

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