La ideología, como la religión, provoca sentimientos y tragedias, con guerras, holocaustos, éxodos, discriminación, odios, fanatismos y caracteres en personas poco equilibradas, además de megalomanías, el creernos únicos e indispensables para la obra de la providencia.

Situaciones que se vienen acrecentando de forma exponencial en los últimos 2 siglos y, como resultado, se viene comprobando que existe más desarrollo hace más de 5.000 años que en la actualidad, esto lo podemos apreciar en la arquitectura, hasta las ciencias, el arte, la cultura, la música, la filosofía, que nos da como resultado personas más humanas, ejemplares, respetuosas de las leyes naturales y entre unos de otros, y del medio que los rodea.

Por otro lado, a estas alturas de desarrollo civilizatorio del pensamiento humano y tecnológico, las personas no siguen ideologías, aunque las ideologías siguen siendo las que dirigen al mundo, para bien o para mal de la humanidad. Así pues, son estos sistemas de pensamiento los que modelan los patrones de conducta humana e incluso la libertad de expresión tanto en lo que se dice como en las estructuras del pensamiento, pues las bases de la sociedad descansan sobre los fundamentos ideológicos, materialistas, místicos y religiosos de la misma.

Sin embargo, el secreto entrañable de la civilización es que no existe ningún secreto mítico de la piedra filosofal, la fuente de la eterna juventud, héroes y todo el abanico de historias pasadas, que son esenciales metáforas, códigos, símbolos que permiten la ampliación de las perspectivas. Mitos y leyendas que pueden dilucidar la historia pasada en el presente, para dejar de observarla como simples falsificaciones, ya que la mismas se encuentran siempre inclinadas al interés de la época, presente o futura; porque el misterio está latente en cada individuo, en cada persona como célula fundamental del todo.

De manera que todos quieren saber, pero en verdad ese saber es un escapar de los estancamientos de la historia; sin embargo, existen fuerzas opuestas a la liberación y libertad del pueblo de Egipto, ese pueblo que encarna cada ser en la existencia, ya que de esta vida se suele repetir de manera errónea que sólo se sale muerto.

Sin embargo, el drama bíblico, nos revela que no es así, no todo es materia y es este pensamiento el que viene a lo largo de los siglos develando los misterios de la naturaleza, abriendo un rayo de luz en las frías catedrales de la religiosidad y de la ciencia, para penetrar los secretos del átomo y de las nuevas tecnologías en el hombre.

A toda esta sentencia inexorable existe la salida, un escape, descrito en muchas obras clásicas del pasado, como por ejemplos en El conde de Monte Cristo, y esa brecha es la senda espiritual de la redención y del perdón, pero no una ruta física como se suele confundir, ya que esto también es una quimera; sino un camino íntimo de cada persona en la forma del despertar, sin ningún tipo de compromisos con los fanatismos y arquetipos, y convencionalismos sociales.


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