Nada importa más en este momento que conseguir la ruta para evitar que aumente el desastre que supone el covid-19 en todo el mundo.

Comunicar ideas sobre otros temas, por estos días, es complicado, delicado e incluso arriesgado. Por lo pronto, yo tengo muy poca capacidad de concentración y espero con ansias noticias alentadoras que al menos asomen la salida de esta inesperada e inédita crisis.

Quienes no manejamos asuntos técnicos relacionados con la salud pública debemos ser disciplinados y tomar todas las medidas preventivas que hemos estado escuchando en las voces más capacitadas, pero también en cadenas de WhatsApp, en los ascensores de nuestros edificios y por cuanta vía ha sido posible.

Como ciudadanos nos corresponde eso, por ahora ser disciplinados… pero no olvidar que también nos toca ser solidarios.

Estar atentos a las necesidades de los que tenemos más cerca, de nuestros afectos, y por supuesto, de aquellos que tienen menos recursos para salirle al paso a esta crisis. Esa mano limpia debe estar lista también para extenderla a quien la necesita. En eso estamos… en eso debemos estar.

Pero mientras tanto, la vida sigue su curso y nos encontramos, por ejemplo, con este tuit que nos hace reír y al tiempo nos llama a la reflexión.

 

Nos encontramos entonces con que, una vez más, como en casi todas las crisis de la humanidad, la cultura y la creatividad han tenido y tienen un rol protagónico durante estos días. Sí señor, la cultura, ese sector que ha bregado con tesón un puesto en las empresas privadas. Ese al que Unicef pide que se le asigne al menos 2% de los fondos que se manejan anualmente en los entes públicos.

Resulta que por estos días de cuarentena, distancia social, cautelas, prevenciones y convalecencias somos testigos, como bien dice ese tuit, del rol que la cultura y la creatividad -que no siempre son tomadas tan en serio y menos aún son las protagonistas de las noticias cotidianas- han tenido para los individuos y para las comunidades.

Como casi todo en la vida moderna, esta es una moneda que tiene dos caras.

El mundo pierde por un lado, y vemos imágenes de sitios emblemáticos que jamás pensamos podían estar vacíos.

Conocemos noticias de las cuantiosas pérdidas que supone para la industria cultural esta crisis mundial. Por ejemplo, el Cirque du Soleil ha despachado a 95% de su plantilla y se calcula en más de 3 millones de euros las pérdidas del sector cultural, entre marzo y septiembre de este año, solo en España.

Ni hablar de la cantidad de giras, conciertos, presentaciones de libros, exposiciones, obras de teatro, danza y demás espectáculos que han visto frustrada su temporada por ahora, y que comienzan a asomar la remota posibilidad de reactivarse en el mes de septiembre de este año. El cierre de cines, librerías, galerías de arte y todo lo que lleva asociado esta situación.

Pero por otro lado, el carácter, digamos, humanizador de la cultura hace que por encima de esta adversidad se imponga nuestra condición creativa e inventamos, sustituimos, cambiamos y salimos al paso a la contingencia.

Porque la cultura, entre muchas otras definiciones, es la expresión más sublime de la humanización. La expresión creativa es uno de los principales rasgos que nos distingue como humanos, que permite plantarnos frente a la barbarie, que nos deja expresar, de forma imperecedera además, aquello que nos reúne en torno a ideas, sentimientos, proyectos y aspiraciones comunes.

Es así como, en la otra cara de la moneda, desde la cultura se replantean conceptos, se proponen soluciones, incluso se forjan criterios y opiniones que sirven de argumentos, de respuestas, de asideros para estos días tan complejos.

Y entonces suceden esas manifestaciones de cantos individuales o de todo un vecindario, ritmos y palmas en los balcones de algunas ciudades, arias de óperas y cantos tradicionales que han acercado a las comunidades en torno a emociones y sentimientos compartidos en un momento preciso.

Muchos de nuestros artistas preferidos han trasladado sus giras musicales a la sala de su casa y desde allí, perdiendo además toda la intimidad del hogar, está Fito Páez cantando «Al lado del camino» y tomando un sorbo de su bebida frente a 1 millón de personas en el mundo entero. Reunir a ese millón de personas supone varias funciones de una gira y ahí están, desde lugares remotos del mundo, en un mismo momento, en un salón en Argentina.

O encontramos que la caricaturista venezolana Rayma Suprani ofrece algunas de sus ilustraciones para ser descargadas y coloreadas. La autora venezolana Ana Teresa Torres, que desde hace un tiempo tiene toda su obra literaria disponible para ser descargada de forma gratuita en su sitio web. Los queridos de Desorden Público que dejaron por un par de días su película Venezuela es un Desorden libre para todos.

Hoy entonces tenemos acceso, claramente, quienes estamos conectados a esta ruta digital, a los museos más importantes del mundo, podemos pasar la tarde en alguna ópera que se montó en Nueva York o descargar el libro electrónico de alguno de nuestros autores preferidos… y más, de autores que jamás hemos oído nombrar.

Este complejo momento nos ofrece la oportunidad de compartir con los que tenemos cerca, pero también de conectarnos con otros más lejos, para disfrutar del mismo espectáculo en simultáneo.

Y en honor a la verdad, también nos ofrece la posibilidad de perdernos en nuestro silencio, hurgando en los rincones de la prolija y variada oferta cultural en el mundo.

Claro, todo esto, en esta suerte de nuevo formato de «ciudad» que nos está tocando vivir por estos días. Una ciudad muy particular que se reduce a las paredes de la casa y al mismo tiempo, tiene a su merced, buena parte del mundo cultural y creativo. Y que como pocas veces, cobra vigencia en unas líneas de Las ciudades invisibles de Italo Calvino que dice «Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son solo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos».

Eso sí, convengamos que por mucho que tengamos acceso, hoy y en adelante, a todas estas generosas plataformas, la sensación de tener un boleto para el concierto más esperado, o el olor del telón del teatro al subir, la sensación de estar frente a una pintura original en la sala de un museo, incluso el sonido de una hoja de papel cuando pasamos a la siguiente página, jamás serán sustituidos.

Y no porque sea uno mejor que el otro. No. Solo porque, como me dijo esta mañana mi amigo Lenin Pérez Pérez, la cultura nunca pierde… y esta vez no será distinto.

Estas nuevas plataformas que surgen y tantas otras que no hemos nombrado, como Netflix, Youtube, el universo de los videojuegos y más, lejos de debilitar o amenazar a la industria cultural y lo que ella representa en la dinámica de cada país, llegan para fortalecerla y nutrirla, claro, siempre y cuando se orquesten una serie acciones y políticas que apunten en esta dirección, fomenten la capacitación y la creación, protejan la obra de los creadores y blinden los procesos propios de la economía creativa.

Se presenta, pues, ante nosotros, no solo ante quienes trabajamos en la industria cultural, sino ante todos los ciudadanos, una nueva manera de entender la cultura y la creatividad, un modelo inédito y que aún no conocemos.

Igual que muchos aspectos relacionados al mundo y su dinámica, como los hemos entendido hasta ahora, previa crisis por el covid-19, en adelante serán distintos; y hoy resulta un ejercicio prematuro determinar la ruta que seguirán, sin duda nos plantea un reto como ciudadanos que apostamos a un mundo localmente comprometido y globalmente conectado. Un reto que demanda tomar el tiempo necesario para procesar los cambios, descifrarlos, entenderlos y entonces proponer esas nuevas rutas que hay que transitar. Obviamente, no escapa el sector cultural de este nuevo desafío, y mientras en plena crisis va aliviando el alma y el encierro de muchos en todo el mundo, también comienza a plantear esos debates que se abrirán y que enriquecerán lo que a todas luces, es hoy, en buena medida, una tabla de salvación para la humanidad amenazada.

En nuestro caso, en Venezuela, tenemos la experiencia de una oferta cultural que se ha visto reducida desde hace mucho tiempo y aún así ha sabido preservar su espacio, ha propuesto opciones alternativas, ha adaptado su vigencia a condiciones nada favorables y siempre ha acompañado a los venezolanos dentro y fuera del país, en un camino complicado. Sin duda, la reinvención del sector cultural es una novedad para muchos países, aquí hemos sido testigos de la reducción, del deterioro, de los cierres y también hemos sido testigos del coraje, el tesón, la terquedad y la capacidad infinita de nuestros artistas y creadores, ante quienes me inclino con todo respeto y a quienes dejo toda mi admiración.

El desafío que se presenta y los nuevos paradigmas los iremos entendiendo a medida que avancemos en este camino; sin embargo, me permito asegurar, y quizás muchos de ustedes coinciden conmigo, que en adelante podemos reconocer en la cultura uno de los principales activos que tenemos en Venezuela, en particular y en el mundo, en general, para reencontrarnos, reconciliarnos, reconocernos y finalmente fortalecer ese tejido social que hoy es urgente. Países que propicien a través de la cultura la formación de ciudadanos sensibles, creativos, solidarios y comprometidos con su integridad y con la de su comunidad.

Y es que la cultura nunca pierde… esta vez no será distinto.

@albeperez


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