«En Barinas se derrumbaron algunos mitos electorales. El gobierno aprendió que no son suficientes los recursos económicos, las presiones indebidas, el ventajismo y el abuso gubernamental para ganar unas elecciones. Cuando un pueblo está determinado a generar un cambio por la vía democrática no hay poder que lo impida. Chávez lo logró en 1998». Jesús Seguías.

Es obligatorio referirme, aunque sea de manera sintetizada, a los resultados inesperados y sorpresivos ocurridos en el estado Barinas, este domingo nueve de enero, en las elecciones para escoger el nuevo gobernador de esa región. Ese terremoto político que se produjo en la propia cuna del chavismo mueve todas las piezas del ajedrez político dentro del PSUV y la oposición de la misma manera. Allí se originaron dos elementos fundamentales. Pasar, por ejemplo, de una diferencia de 96 votos —o 110 dicen otros— en las votaciones entre Superlano y Argenis Chávez, a 44.000 como acaba de ocurrir, es capcioso. Esa ventaja tan elevada en tan pocos días, luego de que los candidatos de oposición más destacados fueron eliminados, un poco al estilo del nicaragüense Daniel Ortega, hasta permitir finalmente que Sergio Garrido fuera el ungido, y que este haya ganado de manera abrumadora, también debe ser considerado en las conclusiones.

Asimismo, es importante reflexionar sobre el hecho de que la empresa encuestadora Hercom Consultores realizó una medición para pulsar la opinión de los barineses el 20 de diciembre pasado; pues, en ese tiempo tan corto es muy difícil llevar a cabo un trabajo proselitista que invirtiera el favoritismo, prácticamente, de un día para otro. ¿Qué pudo haber sucedido, entonces? Se me ocurre pensar que el chavismo que apoyó a Argenis Chávez decidió hacerlo en esta ocasión por Sergio Garrido en lugar de apoyar al madurista Jorge Arreaza. Lo interesante de todo esto es que afloró el fraccionamiento que existe dentro de ellos; que, también, ese fraccionamiento subsiste en el resto del país, y se explayará por otros intersticios de los asuntos oficiales del país. A partir de ahora comenzarán a aflojarse algunos tornillos oxidados que, hasta ahora, han servido de sostén al régimen de Nicolás Maduro.

De manera que abrimos las puertas del año 2022 entre éxitos, sombras e incertidumbres. Esto no significa ni puede ser óbice para que se lleven a cabo los cambios profundos, sin parsimonias, sobre la marcha, dentro de los distintos sectores de la oposición democrática. Afortunadamente, hay conciencia dentro de esta oposición de la necesidad de mutar, de cambios a fondo, profundos, que se hagan sentir en todos los rincones de nuestra geografía. Tengamos presente que es fundamental cambiar el régimen; pero que, para logar tal fin, es forzosa la transformación de los grupos y tendencias opositoras.

Sería una aventura mayúscula, por ejemplo, ir a un referéndum revocatorio sin un norte despejado. Sin baquianos que conozcan la ruta, sin inteligencias acostumbradas a pensar. Al mismo tiempo, con un organismo polifracturado, con pedazos regados por todas partes, sin organización, no será posible recoger los más de cuatro millones de firmas que exige la Constitución para convocar al referéndum. Luego de saltar todos los obstáculos que con toda seguridad impondrá el gobierno para la recaudación de estas rúbricas para revocar a Nicolás Maduro, no es suficiente sacar más votos que él ese preciso día. No; el asunto es más embarazoso, porque es preciso obtener ese día un voto más de los logrados el año 2018 cuando Maduro resultó electo presidente. Es decir, más de 6.245.862 votos que según el CNE sacó el ilegítimo. Por supuesto, es factible conseguir los votos para revocar, pero no es una cuestión tan simple como cortar y pegar.

Finalmente, insisto, es una labor imposible de logar, me refiero de nuevo al revocatorio, en las condiciones en que se encuentran los partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil de oposición a pesar de la refulgente victoria de Barinas.

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