La falta de cohesión ha caracterizado a nuestro país desde los inicios de su fundación. Falta de objetivos y proyectos comunes, organización y una conciencia nacional han llevado a Venezuela a la peor de las catástrofes. Una crisis política, económica y social sin precedentes es la consecuencia de hacer las cosas mal durante mucho tiempo.

Cuando se analiza la gesta emancipadora de nuestro Libertador, se aprecia fácilmente que el principal reto de Bolívar fue convencer primero a los distintos caudillos regionales como Mariño, Páez, Piar, Urdaneta, entre muchos otros que debían estar unidos para conseguir el objetivo común. Luego le tocó convencer a la misma gente de que la libertad de estas tierras del yugo español era más conveniente que permanecer bajo la tutela del rey. Tuvo que llegar al extremo de decretar «Guerra a Muerte» a los «españoles y canarios» y perdonar a todo aquel que haya nacido en este continente para quebrar la dinámica de «guerra civil» que tenía la guerra de independencia, ya que los ejércitos realistas eran formados sobre todo por tropas venezolanas con altos mandos españoles. La desconexión social que había en Venezuela era tal que los pardos, mulatos e indios preferían el yugo español, antes que ser gobernados por los mantuanos. Una de las principales proezas de Bolívar fue justamente haber encauzado por algún tiempo esa mezcla explosiva de odios y rencores que impedían lograr una causa común.

El siglo XIX venezolano, luego de la Independencia, mantuvo la dinámica de la división y la trifulca permanente. Solo Guzmán Blanco logró dar rumbo claro, no por mucho tiempo a un país empobrecido y ensangrentado hasta en su último rincón.

De montonera en montonera llega Gómez al poder, que con el puño firme y la tesis del gendarme necesario; de la que subyace la idea de que en estas tierras es más fácil someter a la gente a través de la fuerza que ponerla de acuerdo.

Y así pasamos de sometedor en sometedor, de caudillo en caudillo, y cuando no hubo uno, la gente lo esperó y lo buscó.

En un momento el país se da cuenta de que debe conseguir una hoja de ruta común. Un proyecto que trascienda a un caudillo o las barreras partidistas. Un proyecto con el que todos los venezolanos se puedan identificar. Y es en ese momento cuando el país no solo consigue liberarse de la opresión, sino en torno a ese acuerdo entramos a la época más próspera a nivel económico, político y social de nuestra historia. No sin errores. No sin defectos. Pero sin duda la más estable, y de esa estabilidad viene el progreso.

Tristemente la corrupción y mirada corta de una clase política junto a la apatía de un ciudadano desinteresado, embriagado por subsidios y los petrodólares, y otro ciudadano marginado, sediento de justicia social y algunos rencores condujeron al triunfo de la antipolítica y la aniquilación de un proyecto nacional. La vuelta al caudillismo.

Esta nueva versión del «gendarme necesario» vino con innovadoras formas de sometimiento y generación de dependencia, acompañada por la mayor bonanza petrolera en la historia del país.

Y continuó el despelote en el que para algunos era mejor y sigue siendo mejor polarizar, dividir que unir. Los cálculos políticos personales muchas veces han estado por encima del interés nacional, empezando por quienes nos gobiernan y terminando por quienes nos oponemos a ellos. A esto se le une el hecho de que desde el gobierno se ha alimentado y se ha fomentado la polarización extrema porque se nutre de ella, sobrevive por ella.

Esa dinámica nos llevó a un país inviable en el que quienes están en el poder no pueden gobernar, y quienes no lo están no pueden acceder a él. El juego político está trancado y mientras tanto la gente se muere de hambre, sin medicinas, y la calidad de vida del que fue el país más rico de la región está a niveles de los más pobres de África.

Siempre nos fue mejor cuando estuvimos unidos. Hoy más que nunca están vigentes palabras de nuestro Libertador cuando dijo: «Seguramente la unión es lo que nos hace falta para completar la obra de nuestra generación».


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