El triunfo de Petro era casi seguro, no representó ninguna sorpresa para quienes le hacían un seguimiento a las elecciones en Colombia, su larga trayectoria en la política neogranadina dejó claro que habrá un drástico giro en las relaciones Bogotá-Caracas, es lo mismo que Nariño-Miraflores. Pero el triunfo de Petro deja en evidencia que esa mayoría pírrica que le dio la victoria evitó que Colombia cayera en un hueco negro. El pueblo colombiano prefirió el malo conocido, que el bueno por conocer.

Rodolfo Hernández así como era una apuesta en Colombia, para Venezuela representaba un avatar: Su compostura ponía sobre la mesa una serie de incógnitas en las relaciones binacionales más allá de las diplomáticas. En una de sus declaraciones cuando era alcalde de Bucaramanga años atrás, llamó a las mujeres venezolanas “fábrica de hacer chinos (niños) pobres”. Recientemente, ya dentro de la contienda presidencial, afirmó: “De ganar las elecciones retomaré las relaciones consulares con Venezuela”, lo cual no es suficiente, ni la solución a las relaciones entre ambos países. A pocos días de la segunda vuelta electoral, se sabía que el triunfo del candidato marxista, Petro, representaba un nuevo aliado dentro de la izquierda bolivariana, lo cual significa que a Colombia le iría mal, pero al gobierno de Venezuela le iría mejor.

Rodolfo Hernández, sea lo que fuera, representaba una incógnita, al no conocerse en realidad cuál era su agenda en política exterior; qué papel desempeñaba Venezuela en ella; cuál era su posición frente a la guerrilla; frente al narcotráfico; quiénes eran sus asesores en materia internacional; quién podía ser su ministro de Relaciones Exteriores. Hoy sabemos que será Álvaro Leyva, un conservador que tuvo activa participación en las negociaciones de paz con las FARC. Pero la pregunta es: ¿para qué sirvieron los acuerdos de paz? No evitaron la disidencia; más bien les dieron a las FARC espacios políticos, cargos y dinero, para fortalecer los movimientos guerrilleros y acceder al poder; y Petro fue su candidato.

Con Petro se sabrá a qué atenernos, pero con Hernández no se sabía cuál era su verdadero interés en recomponer las relaciones con Venezuela. El lenguaje irreverente, impulsivo y espontáneo de Hernández evidenciaba su falta de moderación, de los principios y cánones diplomáticos. En consecuencia, ante la inexperiencia y falta de conocimientos de Hernández en materia internacional, el único marco de referencia eran sus declaraciones a la prensa y medios de comunicación para tener una primera impresión. De ellas se desprendía que la política exterior y sus relaciones con Venezuela no eran su prioridad, al considerar que “la mejor política exterior era la interior, con esto decía: no meterse con el vecino para que ese vecino no se metiera con él. En varias oportunidades afirmó: ¿Cómo vamos a pretender nosotros ponernos a preocupar por los problemas de Venezuela, cuando tenemos aquí muchos? En conclusión, su posición se alejaba de manera radical del presidente saliente y de sus antecesores, incluso Serpa.

Su política exterior frente a Venezuela era no interferir en los problemas internos del país. «Ustedes allá (en Venezuela) tienen unos problemas, como nosotros tenemos aquí otros, ustedes son los que tienen que arreglar los de allá y nosotros ocuparnos de los de aquí. Ni yo puedo solucionar los problemas allá, ni ellos los de aquí. La mejor política exterior es la interior”. El egoísmo en pasta e indiferencia eran sus consignas “integracionistas”. Lo que parece cierto es que ambos candidatos se acercarían a la administración de Nicolás Maduro por distintas vías

Para Venezuela, ninguno de los candidatos ofrecía garantías reales para la normalización de las relaciones; la inexperiencia de Hernández abría un camino de incertidumbre en las relaciones; mientras que detrás de Petro se encuentra un “paraestado” por los compromisos políticos que le acompañan y que difícilmente por más que quiera se podrá deshacer de ellos.

El pueblo colombiano sabe por quién voto; el pueblo colombiano pareciera que se cansó de las ofertas incumplidas del “establishment” y le dio la oportunidad a uno nuevo, en nombre de ese socialismo empobrecedor que en ninguna parte, ni en Cuba, ni en Nicaragua ni en Venezuela ha dado resultado. Pero la lección también es para aquellos líderes que solo hablan de democracia sin un contenido social. En Latinoamérica se está produciendo un proceso producto de la demagogia que ha sabido penetrar dentro de las minorías excluidas; de los marginados e invisibles. Los pueblos necesitan además de las cifras macroeconómicas, de la inclusión, de políticas públicas efectivas, de un nuevo discurso que les convenza, que les entusiasme, que les haga ver que son ciudadanos de primera, que son importantes, porque no basta con constituciones progresivas, de seguridad jurídica, de inversiones, si al ciudadano no se le da el puesto que se merece y este no asume sus responsabilidades dentro de la sociedad, para producir ese cambio que los mesías promueven cada vez que hay una campaña electoral


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