Los venezolanos siempre nos caracterizamos -por lo menos en nuestra historia contemporánea- por la solidaridad, la integración social y por siempre dejar a un lado tanto el racismo como por jamás mirar con desprecio a quienes tenían menos o más dinero que cada uno de nosotros. Siempre hubo un respeto intrínseco donde incluso muchos hijos de obreros, peones, o cocineras en grandes haciendas o casas, fueron profesionales gracias al apoyo económico de los “jefes” o patrones.

Muchos profesionales jóvenes, hijos de la clase trabajadora, fueron apoyados moral y económicamente hasta que de alguna manera integrasen una sociedad empresarial y formasen parte de esa nueva clase media que se desarrolló en el país con nuestra imperfecta democracia.

Nunca los venezolanos sentimos rencor o resentimiento en contra de nuestros semejantes, muy a pesar de las torturas a la que fueron sometidos miles de venezolanos por el militarismo, el caudillismo y la dictadura perezjimenista. Parecen proféticas las palabras de Carlos Rangel en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario cuando acertó:

“Una sociedad venezolana hoy razonablemente moderna, inmensamente más compleja, politizada y habituada a ser halagada por ofertas políticas populistas, realizadas a medias mediante la liquidación acelerada del petróleo, haría forzosa no una dictadura limitada, una dictablanda, como se suele decir, sino una tiranía brutalmente represiva y resuelta a gobernar indefinidamente…”

Con la llegada de Hugo Rafael al poder político, con la decepción de un vetusto liderazgo que no daba muestras de una evolución alternativa en sus cuadros directivos, y con la asesoría interesada, del más ambicioso e inmoral revolucionario de este continente. Se sembró la semilla de una lucha de clases, donde nunca la hubo, y que con los años se convirtió en odio.

En el zenit del liderazgo del comandante y con toda la arrogancia del poder del Estado, y quienes lo representan, se burlaron del dolor ajeno públicamente.

  • No respetaron los derechos de: Iván Simonovis, Lázaro Forero y todos aquellos funcionarios que intentaban proteger a la sociedad civil de la masacre de puente Llaguno.
  • No respetaron los principios y valores de Franklin Brito, quien defendiendo su tierra y su familia murió inmolado a la vista de todos. Incluso se burlaron de ese ciudadano sin dinero, humilde y sencillo, pero pleno de valor y coraje. ¡Hasta cobardes fueron!
  • Jamás sintieron ni respeto, ni tuvieron el más mínimo remordimiento de conciencia, ante las masacres de jóvenes que en su justo derecho, participaban en marchas de manera cívica y pacífica.
  • Nunca les ha importado el derecho a la vida. Se les olvido la humanidad con las torturas a las que fueron sometidos: Fernando Albán y Rafael Arévalo Acosta, por nombrar dos, de los tantos incluidos en el informe de la ONU.

Ni siquiera en su más profundo sentimiento humanitario fueron en defensa de Oscar Pérez. Quien rendido y entregando las armas fue literalmente fusilado. Ni le respetaron sus derechos, ni le respetaron su vida.

Fuese hasta risible su comportamiento, si no hubiesen sido tan perversos. Ahora se ofenden porque 80% del pueblo venezolano se burla de quienes “Dios” ha dado de baja. Pero ni se les ocurre llamar a ninguna eminencia de la Iglesia para que salgan en su defensa. Y es obvio. El mismito Chávez Frías les calificó de: “Demonios con sotana”.

Dejen la hipocresía sobre el discurso ese del “respeto al dolor ajeno”. No hablen de humanismo con las cárceles repletas de presos políticos, sin juicios y sin posibilidad del derecho a la defensa. No mencionen su sentimiento social, cuando han sido cómplices en construir un sistema represivo. Un sistema de padecimiento y sumisión colectiva, sojuzgando a sus semejantes -en su mayoría inocentes-, por simplemente creer que generales, ministros y los líderes nacionales tienen ideales.

Dejen de ser pendejos. Ellos jamás han respetado nada, ni a nadie.

El respeto no se exige, ¡se gana!

@CarluchoOJEDA

 


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