Lo que no hacen las organizaciones políticas, tarde o temprano lo hacen los ciudadanos. Cuando fallan los partidos políticos o cuando el liderazgo pierde la brújula y su capacidad de conducción, es el pueblo el que protagoniza directamente el proceso político. Eso es lo que vemos ahora en Venezuela. Vemos a factores sociales tomando la iniciativa de conducir protestas y reclamos que ponen de relieve dos fenómenos significativos: 1) el venezolano necesita respuesta a sus problemas reales (poder adquisitivo, trabajo digno y bien pagado, salud, servicios públicos, justicia); 2) el venezolano está asumiendo directamente la defensa y promoción de esas demandas sociales.

Son dos aspectos de una realidad más amplia y urgente. El ciudadano está tomando conciencia de que si los políticos no hacen su tarea como mediadores sociales, entonces es hora de tomar el control y organizarse para defender sus intereses directamente. Están prescindiendo de los partidos y de cierta  dirigencia para comenzar a organizar un movimiento social autónomo, cercano, fresco y renovado. Y eso es algo muy significativo.

Pero también es muy alentador. Es un aire de renacimiento, porque es desde las entrañas del pueblo que surgirá la fuerza que finalmente nos liberará de esta espantosa tragedia en la que nos ha hundido quienes gobiernan. Estamos viendo a un ciudadano que toma conciencia de la importancia de su papel en la solución de sus problemas, y eso es algo que, tarde o temprano, se trasladará a la organización política y electoral. Veremos muy pronto este mismo comportamiento en la forma en que las comunidades apoyan sus propios liderazgos comunitarios, el líder natural que está familiarizado con sus problemas y que ha trabajado en su solución. Veremos a esas comunidades exigiendo compromisos políticos verdaderos, y organizándose para hacer uso del enorme poder que tienen en sus manos: el voto.

La esperanza sigue vigente y viva en cada venezolano. Nos toca a todos animarla para convertirla en la motivación urgente para activar el poder cívico. Los próximos procesos electorales tienen que encontrarnos unidos, conscientes y organizados. Solo así podremos convertir cada elección en una victoria que nos abra nuevamente las puertas de la prosperidad y el bienestar.

Estoy segura de que comienza una etapa de liberación, una que recorreremos apegados a nuestra Constitución, convertidos en un movimiento social poderoso y exigente. Los convencidos de que la democracia se defiende con más democracia, tenemos la obligación ciudadana de multiplicar este mensaje para que, con el efecto movilizador y moralizador del voto, logremos, sin dudas, el cambio político que tanto anhelamos, y así comenzar a construir en paz un futuro de nuevas oportunidades.

Así como se han organizado protestas sindicales y gremiales, vamos a organizarnos en cada uno de nuestros espacios, creando grupos de promoción y defensa del voto, que son la semilla de un gran movimiento político autónomo que servirá finalmente para generar movilización y activar la fuerza ciudadana.

Ahora, la principal y más importante de todas las garantías para ganar una elección es que seamos capaces de convertir nuestra indignación, nuestro dolor y nuestros padecimientos en la organización ciudadana más poderosa que se haya visto en Venezuela. Es posible hacerlo. Y una vez hecho eso, orientar todos nuestros esfuerzos en la creación de la conciencia que se requiere para que cada ciudadano sepa que es su voto lo que puede liberarlo.

Que el ciudadano esté decidido a votar y a hacerlo masivamente es la meta, sacar de las entrañas de cada venezolano el enorme poder que les da el voto y usarlo siempre para proteger su democracia y decidir quién debe gobernar y quién debe ser expulsado del poder. Una elección se gana con votos. No se gana dejando de votar, ni votando por cualquier mesías que se crea señalado por la providencia para ser presidente.

Si queremos realmente una nueva Venezuela, primero debemos convencernos de que somos dueños de un poder inmenso, de que el voto es la herramienta más poderosa que tenemos los ciudadanos en las manos, y de que al organizarnos para votar con una cuidadosa movilización que lleve los votos a los centros electorales y se quede allí para defenderlos, podremos ver cómo triunfamos.

La condición necesaria es muy sencilla: trabajar en la construcción de la causa que nos unifique en la diversidad, que nos proporcione confianza y apoyo, encarnada por los voceros naturales de cada comunidad, ese líder que siempre ha estado cercano a la gente. Ellos deben asumir la vanguardia de esta lucha. Nadie mejor que ellos conoce, y también padece, la tragedia que vivimos hoy. Unirnos, y darle paso a líderes que realmente gozan de apoyo popular, significa que estamos pensando en la patria con grandeza y visión de futuro, no en mezquindades particulares.

Lo que ha pasado en los últimos meses es una prueba fehaciente de que la inacción no es la solución. Hay que utilizar esa herramienta tan poderosa que nos ofrece la Constitución para renovar los liderazgos. ¡Es hora de nuevos y verdaderos líderes!

Somos fuertes, decididos y podemos cambiar la historia, solo tenemos que proponernos hacerlo. Por eso la esperanza que vive en cada uno de nuestros corazones debe convertirse en la fuerza de empuje que necesitamos para ser nuevamente libres. Si los partidos políticos tradicionales o si los liderazgos tradicionales no lo han hecho o no pueden hacerlo, es hora de que lo hagamos nosotros mismos.

Tengo esperanzas porque confío en el poder y la resolución de los venezolanos. Mi esperanza se sostiene sobre los cimientos de una ciudadanía que es capaz de organizarse para votar y defender su voto para cambiar las cosas.

Todos somos y decidimos. Cada uno de nosotros tiene en sus manos el poder. Vamos a usarlo.

 

 

 

 

 


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