Difícilmente, se pueden tomar en serio los anuncios que hace Maduro Moros en materia económica, y no solo por el recurrente despliegue de una cínica fantasía que busca amortiguar las deplorables y objetivas condiciones que él mismo ha generado y agravado, sino por la propia informalidad que caracteriza el lanzamiento de unas propuestas luego desmentidas o versionadas. Suelen deslizarse como un comentario adicional y, a veces, jocoso en la prolongada cadena radiotelevisiva que acostumbra, o a través de unos bytes que rellenan el mensaje electrónico que la imagen no copa.

Recientemente, aseguró la colocación  hasta del 10% accionario de las empresas públicas -por lo pronto, telefónica, petroquímica y siderúrgica- en el mercado de valores, muy lejos de las precisiones, incluso, técnicas que la oferta amerita, según el hábito. Notorio, no luce demasiado ávido el mercado bursátil con la noticia, debiendo probar su existencia misma en la Venezuela que apenas reporta como una excentricidad las sorprendentes cotizaciones de ajenas latitudes que, por muy colosales que se digan las empresas, no se atreven a invertir o dejaron de hacerlo en este rincón del planeta.

Burdo ardid publicitario, es de universal conocimiento la fracasada estatización de aquellas firmas que tuvieron un regular o exitoso desempeño en manos privadas, insatisfechos y desesperados sus consumidores y usuarios al constatar la gigantesca e interesada brecha digital que ha abierto, el precio sideral del combustible asombrosamente importado por el país que concibió y contribuyó a fundar la OPEP, o las ciudades de una vialidad desdentada, porque las mafias la despojaron de sus apropiadas defensas de aluminio. Contraída una deuda laboral tan desproporcionada y, acaso, pendiente de las remesas de cantidades que ya compiten mensualmente con los ingresos petroleros,  se extiende el llamado a la inversión, obligada para los tan postergados acreedores o voluntaria para detentadores de bienes cada vez más depreciados, como una emboscada que únicamente podría atraer a determinadas lavanderías capaces de sanforizar cualesquiera divisas.

Cercano al trabalenguas, desestatizado el Estado con su exagerada estatización, las fronteras son las inherentes al socialismo rentístico que ya no soporta los artificios de laboratorio, como el de revender, o, bien ganadas las comillas, “privatizar” las empresas públicas que gozarán de la atención de los tenedores de bonos venezolanos, temiblemente sindicalizados y, a lo mejor, con oficina alquilada en el caserío neoyorkino para gestionar esta u otras fórmulas de salvación de los reales. Innecesaria acotación, mientras intentan correr la fea arruga de una realidad exhausta, los publicistas hacen fiesta sembrando la ilusión de un régimen que corrige el curso de sus actuaciones, y se abre generoso a las posibilidades del libre mercado, experimentando -confiado y audaz- una transición hacia sí mismo para satisfacción y encomio de los visionarios que piden el levantamiento de las sanciones estadounidenses.

Teórico del socialismo rentístico en los ratos libres del duro desempeño ministerial, palpable en los numerosos libros publicados por entonces, el tan injustamente olvidado Jorge Giordani, dijo conjurar los límites del modelo con el de su literal transubstanciación en un socialismo productivo, forzando a Santo Tomás de Aquino con István Mészáros y un par de discursos para toda ocasión de Chávez Frías.  Verborrea de los planes de la patria aparte, conocemos más de las investigaciones ordenadas por la fiscalía helvética a propósito de los ahorros de la suegra del otrora ministro, en Credit Suisse, que de los concretos aportes de Haiman el Troudi en torno al socialismo de mercado: contradictio in terminis, nuestra larga y  amarga experiencia todavía espera por una  atrevida denominación que quizá ocupe a los zafios cazadores de neologismos.

Cuales geógrafos de una perversión inaudita, constatamos los límites inviolables de la confiscación o creación masiva y caprichosa de empresas improductivas únicamente dependientes de la renta petrolera. Esta, exigua o insuficiente, cada vez más cercanos los peligros de unas economías descarbonizadas, una alternativa, estrategia y  modelo abierto y competitivo para el desarrollo, exige de unas convincentes libertades públicas incompatibles con los intereses cuidadosamente cultivados por las camarillas del poder.

Ajena a la profesión, especialización y función de la corporación, la proliferación de las empresas militares en los más disímiles rubros para un mercado imaginario, ejemplifica muy bien los dislates de una nomenklatura que ha ideado   las zonas económicas especiales para vivir del alquiler de porciones considerables del territorio nacional, aunque toma por tales zonas una vulgar réplica a gran escala de Las Mercedes, la urbanización comercial por excelencia, a sabiendas de que no atraerá jamás los más limpios capitales de avanzada tecnología. Acotemos, siendo otra la naturaleza, características y consecuencias del poder político, no le es posible una total fusión con la delincuencia común, por más abyecta que fuese, por lo que el Estado Criminal en su postrera etapa depredatoria, no ha de durar demasiado, suicidándose por aquello de la moneda falsa que no circula sin la verdadera.

@Luisbarraganj


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