Hasta el momento, el cuadro post 5 de enero arroja resultados dispares para el devenir del régimen de Nicolás Maduro. La suerte –con el coronavirus incluido– le sonríe en el plano interno, pues se consumó sin mayores novedades el establecimiento de la Asamblea Nacional impostora, con sus actores estelares y sus actores de reparto, dando un paso firme en el proyecto de imponer una nueva variante dentro del modelo autoritario, esto es, la cohabitación con una oposición elegida a dedo. En el plano externo, en cambio, sus esperanzas de vender la farsa a la comunidad internacional como un signo de amplitud y de avance en el plano de la legalidad y la legitimación, murieron tempranamente ante el rechazo mayoritario de los países libres y democráticos y la ratificación del apoyo de estos a Juan Guaidó.

En el escenario nacional, ciertamente, no hay sorpresas. El régimen está actuando según lo esperado y anunciado: inició el proceso de persecución y enjuiciamiento de los diputados opositores, conformando una Comisión de Investigación presidida por uno de los alacranes (¿no es este otro caso digno de aquella Historia universal de la infamia, de Borges?) mientras que simultáneamente anuncia una nueva mesa de diálogo, lo cual viene a ser  una repetición del libreto, muy de inspiración cubana, que ha aplicado desde siempre (no olvidemos que cada vez que Rodríguez Zapatero venía a dialogar, se producían detenciones y persecuciones a granel).

Más interesante de analizar son los movimientos internos que delata la puesta en marcha de la AN ilegítima: el protagonismo de Jorge Rodríguez –sin duda, la eminencia gris del régimen, si hacemos a un lado a Raúl Castro y los asesores cubanos– reafirma su estrella ascendente y lo coloca en el camino de consolidar su liderazgo interno, pujando seguramente por desplazar a Diosdado Cabello como segunda figura del régimen. Aunque la pequeña cortina de hierro rojita no nos permite hacer más que especulaciones, el hecho de que Cabello haya quedado relegado a jefe de la fracción parlamentaria no puede calificarse como algo adjetivo, sobre todo si, además, damos por cierta la información de su pérdida de influencia en el sector militar, a raíz, particularmente, de la última tanda de ascensos (él conserva todavía, cierto, un poder considerable, sobre todo gracias a la jefatura del partido, pero ya sabemos que este es una entelequia que solo se hace notar en los procesos electorales y en aquellas circunstancias donde se necesite activar su ya exigua capacidad de movilización).

En un régimen democrático competitivo estos cambios podrían considerarse algo normal y hasta cosmético, pero no es este el caso. Lo que se está jugando con el eventual encumbramiento de Rodríguez (así como con el empoderamiento creciente de El Aissami, otro aliado estrecho de Maduro) podría ser un importante cambio en la estructura autoritaria del régimen, pasando de ser una balanceada alianza de grupos de poder de estirpe diversa (económicos, políticos, militares, regionales,  transnacionales, formales, informales, etc.) donde Maduro ha sido una especie de primus inter pares, a un régimen de liderazgo hegemónico o caudillo único, más a la manera de las dictaduras tradicionales,  donde el “hijo de Chávez” concentraría el poder sin mayores contrapesos, pasando los demás grupos y liderazgos a tener un papel subalterno (aunque no pierdan necesariamente la autonomía y la fuerza en sus dominios y ámbitos específicos de acción, en vista de la anarquía de facto que rige a la sociedad venezolana en estos momentos), además de consolidar el dominio cubano. La gran incógnita, de cualquier forma, es si esta hipotética transición podría llevarse cabo sin sobresaltos o si generará tensiones dentro del bloque en el poder.

Así como el régimen –en honor a la verdad– luce cómodo en este momento en el plano doméstico (entre otras cosas, debido a la anulación de la AN legítima por la continuada acción represora, el desgaste del gobierno interino y al fracaso de los intentos de articulación de la oposición), en cambio en el plano internacional su situación se vislumbra aún más difícil y comprometida que en el 2020. La apuesta de utilizar el evento electoral y la entronización de una nueva AN para ganar reconocimiento y desdibujar a Guaidó, fracasó rotundamente. El presidente interino ha salido mejor parado de lo que se podía esperar: no solo Biden le ha dado un espaldarazo a través de su anunciado secretario de Estado, sino que el Parlamento Europeo aprobó pedirle a los países de la UE reconocerlo de nuevo como presidente interino. Y el Grupo de Lima y la mayoría de los países latinoamericanos le ratificaron su apoyo.

Agréguese a esto que  Maduro no solo perdió otro aliado en el Caribe al salir Dési Bouterse del gobierno de Surinam, sino que los países de la región que volvieron a la órbita de la izquierda, como Argentina con Fernández y Bolivia con Arce, apenas le dan han dado un tímido apoyo y evitan a toda costa   comprometerse con él.  La situación del régimen –a propósito del covid-19– es comparable con la de una persona aquejada por una enfermedad sumamente infecciosa: nadie –ni los antiguos “amigos”– quieren acercarse a él. Los cinco millones de inmigrantes venezolanos dispersos por el mundo han terminado generando una especie de cordón sanitario sobre la tiranía que rige el país.

Este aislamiento del gobierno seguirá comprometiendo significativamente su estabilidad en el corto plazo, pues necesita urgentemente recursos financieros e inversiones para intentar salir de la terrible debacle económica y social a la que ha llevado a Venezuela, y sus únicos aliados firmes –China, Rusia, Turquía, Irán– ya renunciaron a conceder más préstamos debido a los atrasos continuos en los pagos y a la eficaz persuasión generada por las sanciones de Trump. Mientras tanto, Maduro ha puesto todas sus esperanzas en ese esperpento antinacional y depredador que es la la Ley Antibloqueo, que, con suerte, ayudará apenas a recatar oscuramente alguna que otra empresa del estado, pero que a todas vistas no servirá ni remotamente para reactivar el aparato productivo nacional.

Este es el complejo y contradictorio escenario que tendrá que enfrentar este año la oposición democrática. Aparte de coraje y paciencia para capear la anunciada arremetida represora, deberá enfrentar esta coyuntura con resiliencia, adaptándose al nuevo escenario internacional que se crea con Biden en el poder, repensando con cuidado sus objetivos y estrategias, y flexibilizando, de ser necesario, sus líneas de acción, teniendo en adelante como único mantra el mantenimiento de la unidad y el acompañamiento al pueblo venezolano en la protesta, la participación y la resistencia proactiva.

@fidelcanelon

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!