Por años, Pakistán ha sido núcleo de constantes luchas religiosas, políticas y sociales, en la que la desigualdad entre los grupos de poder y sus gobernados son una constante en ascenso en pleno siglo XXI, esta escalofriante diferencia bien nos recuerda las discordancias entre musulmanes e hindúes que a diario viven dentro de las fronteras de esta república, mismas que se acentuaron desde su proclamación de independencia en 1947, siendo el problema de Cachemira el más mediatizado.

En un panorama nada alentador y teniendo como escenario la zona montañosa del norte, Cachemira occidental, el escritor paquistaní Zulfikar Ghose utiliza los temas del exilio, la emigración y la pérdida de identidad para entretejer un viaje detallado y mítico en el tiempo y el espacio en su novela El triple espejo del yo, ocasionando que el mundo observe nuevamente la tradición cultural de esta nación de Asia meridional que se ubica a orillas del mar Arábigo.

A este respecto, existe la falsa creencia que la “tradición cultural” hace solo referencia al ámbito de las artes o a la axiología social, y también el prejuicio de creer que la tradición implica un rescate de valores que perpetua el poder o la jerarquía –muy comunes, por cierto, en Pakistán.

Estas posturas son imprecisas y Zulfikar Ghose así lo hace ver en su obra, ya que la tradición engloba el conjunto de conocimientos de la sociedad y en ella se integran tanto la ciencia, la religión, la pintura, la economía, el gobierno o la literatura, por lo que es un acto que recuerda en su memoria las funciones vitales de la sociedad como bien pueden ser voces, imágenes, inicios, desenlaces.

En El triple espejo del yo, Zulfikar Ghose hace repaso de la historia… su historia, y de la historia como pauta que acumula conocimiento y permite en un mundo devastado la sobrevivencia, los sueños, las pesadillas que nos embargan y se reiteran como obsesiones en preguntas –el cómo, el dónde, el por qué– fundamento de las acciones y las ideas, del cuerpo y las voces en la transitoriedad perenne del tiempo en el espacio.

La escritura de Ghose es un acto que nos vincula a lo plural, a la animalidad que subyace en nosotros recubierta de lenguajes, además nos expone a la intimidad, al deseo que traspasa las ataduras de lo cotidiano y transita en solitario sabiéndose confrontado en los límites de la noche que reposa en sí misma y regresa transformada en lo otro, en un espejo que derruye la costumbre y carcome la seguridad; un acto que persigue su liberación, una búsqueda que deja de lado la censura, el olvido.

Los vínculos que Zulfikar Ghose sostiene, se relacionan con hilos que escapan e intentamos atrapar, simetrías intrínsecas de secretos que no son secretos, son máculas que al ir allá traspasan el aquí y ahora, que están y no están, que simplemente no se han ido, permanecen al acecho como una luz que parpadea, como un fantasma que se arropa en la emotividad de su propio sentir explorando en las formas del lenguaje los horizontes ocultos del ser, y el existir, en la experiencia de la prosa.

El triple espejo del yo nos confronta a quemarropa con el cómo pensamos sobre nuestra identidad nacional cuando nos arrebatan nuestro país, nos mutilan nuestro futuro, nos laceran nuestro pasado y nos extirpan nuestra humanidad.

Su lectura implica un reto al lector, ya que Zulfikar Ghose nunca revela quién es el protagonista de tan inquietante novela, cuya identidad cambia a lo largo de la narración, lo que deja constancia para futuros y amplios estudios filológicos de tan sugestiva e inquietante obra.

 

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