Por Juan Javier Astudillo López (*)

Los espacios valorativos hacia la consolidación de estructuras mentales conducentes al amplio delta de la invención conforman entornos de máxima esbeltez para iluminar la hermosura de los pensamientos consustanciados con la creación.

De allí que los elevados niveles de conciencia requeridos para que las ideas fluyan y faciliten los ámbitos ergonómicos de la universidad se convierten en las sólidas rocas para construir otras sociedades en la medida que esos estudios aporten soluciones reales a problemáticas inspiradas en las vivencias, pareceres y padeceres de individuos con inspiraciones existenciales.

La universidad es en esencia conjunción de encantamientos, en la medida que sus abiertos espacios se muestren cual reflejo de luces en la más prístina oscuridad, que permita auscultar donde todos queremos observar y ser observados.

La universidad es el entarimado donde podemos apuntillar nuestros pies para levitar hombros y tener ansias de observar más allá de los altos muros lo que aún no se divisa en el horizonte.

Es esa realidad inconclusa donde los elixires de las fragancias más cotidianas obsequian «sabores» por doquier, haciendo del transeúnte un ave de amplio plumaje capaz de arropar a todos, sin que al mismo tiempo nos sintamos poseídos.

El rector con sabia mirada periférica en el paraninfo, urdimbre de serendipia exhibidora de luces ofrecidas como obsequio a la cultura universal, con rocas petrificadas de ética, moral y estética, esculpiendo en lo divino, con sustento terrenal en lo sublime.

Allí se torna visión global y cosmopolita, queriendo ofrecer sus cantos para que otros creadores se escuden en lo soñado, abriendo espacios a la creatividad y a la inventiva.

Es la antesala de la otra universidad posible, que se construye desde el aporte individual haciendo suyo lo colectivo, por cuanto el saber de nadie en particular es objeto.

El conocimiento es colectivo, aun cuando sus procesos creativos puedan ser en esencia resultado de iniciativas particulares, las cuales se nutren de las conexiones que otros han generado, hasta conformar una comunidad de pensadores. Escenario que conocemos por ciencia.

Que no está limitada sino desde sus propias estructuras, que ya resentidas por el cuestionamiento desde sus alforjas permite luces para cambiar hasta las formas en las cuales se han de publicar los resultados que del estudio se concluyan.

Es necesario en consecuencia el principio de la organización para que tantas voluntades se armonicen en mentalidades, que reflejan en su seno la presencia de un conductor o guía.

Surge el rector que obsequia su sabiduría, cual director de orquesta procurando escuchar en armonía las disonancias emitidas por una variedad de instrumentos y ejecutantes, en búsqueda de la anhelada perfección orquestal. Son los clamores de quienes intervienen,  haciendo posible que desde las diferencias surjan las confluencias hasta obsequiar la obra.

Caso similar ocurre con el escritor que va observando en su caminar los elementos del entorno, de la historia, de las vivencias, de las conversaciones, de las ideas, hasta sentarse a mirar en sus neuronas los jeroglíficos que puedan representar una palabra capaz de resumir un sentimiento, una emoción, un evento. Con tal magistratura hasta darle forma al conjunto de párrafos. Y de allí a la obra que se nutre de las habilidades y destrezas que se desarrollan en la medida que los personajes van interactuando. Aparece el sentido del discurso y la narrativa va surgiendo de entre el entarimado de los actos concebidos por el escritor.

O tal vez nos ayude más el accionar de una conversación entre niños en la escuela, donde comienzan por soñar que mañana serán policías, maestros, bomberos, doctores, enfermeras, actores, costureros, cocineros, hasta confundirse en el abrazo que con seguridad sueñan darse toda la vida, convirtiéndose en rectores de sus propios sueños.

En todo su esplendor el paraninfo es el espacio físico y mental desde donde las ideas se entrelazan en ascenso a la sustancia de lo que quita el sueño por una idea que torne posible su construcción.

El rector y el paraninfo conforman la obra perfecta para que lo que se necesita intercambiar como elementos formativos, se haga del escenario soñado para avanzar. Lo cual permite afirmar que rector y paraninfo en esencia representan al niño junto a sueños por llevar su cometa o volador hasta la nube más alta y establecer conversación con el ser supremo en el cual sueñan, y de quien reciben mensajes de armonía para una existencia feliz.

Ambos se complementan en equipos donde la creatividad es el epicentro de su accionar, generando ilusiones desde las realidades a transformar. Entendiendo por estas, aquellas que el hombre observa como necesarias para avanzar en la construcción del conocimiento, sin ataduras a una estructura física, sino más bien concebir algo totalmente diferente que posibilite que el ejercicio del rector tenga mucho que ver con lo cotidiano. Con lo que los ciudadanos valoran y estiman como útiles, para el desarrollo sustentable y sostenido de las comunidades a las cuales sirven.

* Profesor de la UPEL

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