Destruir los valores institucionales de la Fuerza Armada Nacional fue uno de los objetivos fundamentales que se propuso Hugo Chávez desde el mismo  momento de su juramentación como presidente de la República. Era necesario, para sus intereses, detener y destruir el largo proceso histórico, iniciado desde principios del siglo XX con una insurrección armada de origen regional, su transformación en un ejército pretoriano, base de sustentación de la dictadura gomecista, y su posterior conversión en una de las instituciones del Estado venezolano de mayor ascendiente en el sentimiento de nuestro pueblo mediante un esfuerzo sostenido de profesionalización, el cual se inició con la inauguración de la Escuela Militar en 1910 y se fortaleció a partir de 1935 con el fin de la dictadura de Juan Vicente Gómez. Una de sus características fundamentales fue el haber podido interpretar acertadamente las circunstancias que rodearon las grandes crisis políticas y sociales de nuestra patria durante el siglo pasado. En todas ellas, con aciertos y errores, siempre tuvieron un papel relevante y decisivo en esos hechos históricos.

La limitación del espacio me obliga a referirme solo a sus recientes actuaciones históricas: los alzamientos militares del primero de enero y del 23 de enero de 1958 contribuyeron decisivamente al establecimiento de la democracia representativa. Los gobiernos provisionales y constitucionales de los presidentes Larrazábal, Sanabria, Betancourt y Leoni tuvieron que enfrentar insurrecciones militares, tanto de derecha como de izquierda, las cuales fueron derrotadas por la acción ampliamente mayoritaria y decidida de los integrantes de las Fuerzas Armadas Nacionales, en defensa de los gobiernos democráticos amenazados. Esas acciones contribuyeron a fortalecer un conjunto de valores militares que podrían resumirse en tres: fiel acatamiento a la Constitución Nacional, apoliticismo de los cuadros militares y subordinación al poder civil. Esta conducta institucional va a permitirle, a su vez, a la Fuerza Armada el reconocimiento por el poder civil de su influencia en la conducción del Estado como factor de poder en aspectos relacionados con la soberanía y la defensa nacional.

Los sectores de izquierda, ante este fracaso, decidieron tomar la vía de la insurrección armada con el respaldo ideológico, logístico y operacional de Fidel Castro. Esta amenaza a la soberanía nacional fue también derrotada totalmente por las Fuerzas Armadas, con gran sacrifico de sus cuadros, al final del gobierno de Raúl Leoni. El triunfo de Rafael Caldera en las elecciones de 1968, por apenas 30.000 votos, produjo fuerte tensión a nivel nacional. Sin embargo, la firme voluntad de Raúl Leoni de reconocer dicho triunfo, con el respaldo de la institución armada, permitió la superación de esa crisis, en absoluta paz y tranquilidad. Durante esos años hubo, además, tres momentos trascendentes para las Fuerzas Armadas: el rechazo a la Hipótesis de Caraballeda en las negociaciones limítrofes con Colombia; el retiro de la corbeta Caldas del mar territorial venezolano ante la eficaz respuesta de las Fuerzas Armadas en la frontera con Colombia y la derrota de las asonadas militares del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992

Hugo Chávez, al juramentarse como presidente de la República, consideró que la instauración de su régimen totalitario requería antes la destrucción de dos de los valores fundamentales que habían caracterizado a las Fuerzas Armadas desde 1958: el respeto a la Constitución Nacional y el apoliticismo de los cuadros militares. Convencido de que esta acción exigía también corromper sus valores morales realizó dos acciones de forma inmediata: rendirle honores en la Academia Militar a Fidel Castro, símbolo de la acción guerrillera derrotada en la década de los sesenta, y establecer el Plan “Bolívar” 2000, bajo la administración de los comandos de guarnición, para entregarles, sin ningún control administrativo, ingentes cantidades de dinero con la clara intención de generar graves hechos de corrupción. A pesar de ello, la desastrosa gestión de su gobierno condujo a la gigantesca protesta popular y a la desobediencia militar del 11 de abril de 2002, las cuales culminaron con su derrocamiento. Lamentablemente, los errores y la irresponsabilidad de la dirigencia civil y militar de ese momento condujeron al fracaso de ese movimiento libertario.

Hugo Chávez entendió después del 11 de abril que era imprescindible avanzar con rapidez en la transformación de la institución armada para convertirla en un brazo armado al servicio de su tolda política. Su primera decisión fue dar de baja a los oficiales que no demostraron su conformidad con ese exabrupto. De inmediato, consideró la creación de los oficiales de tropa para debilitar la presencia en las unidades tácticas de los egresados de las academias militares, empezó una importante penetración ideológica en dichos institutos al modificar los pensum y una muy acuciosa selección de sus profesores y oficiales de planta. Convencido de que la Constitución de 1999 no le permitía realizar las transformaciones necesarias para prolongarse indefinidamente en el poder, presentó ante la Asamblea Nacional una reforma constitucional el 15 de agosto de 2007. En ella se planteó modificar totalmente el artículo 328 constitucional. Al ser consultado el pueblo venezolano, a través de un referendo consultivo, dicha reforma fue negada

Esa decisión popular fue descalificada totalmente por Hugo Chávez, quien, sin tomarla en cuenta, comenzó a modificar la organización y funcionamiento de la Fuerza Armada Nacional mediante la aprobación de distintas leyes orgánicas, totalmente inconstitucionales, para comprometer su sentido institucional. Fue así como creó la Milicia Bolivariana, modificando al mismo tiempo la estructura de la Fuerza Armada al transformar las tradicionales fuerzas, Ejército, Marina, Aviación y FAC en componentes, igualando el nivel del Comando Operacional de la Fuerza Armada al comando de la Milicia Bolivariana. Al mismo tiempo limitó el cargo de ministro de la Defensa a funciones administrativas y estableció la dependencia directa de los dos grandes comandos a la jefatura del presidente de la República. Seguidamente se otorgó, sin mayor control, el grado de oficial de milicia. No satisfecho con estos cambios, comprometió la jerarquía militar al concederles a los suboficiales profesionales de carrera, sin otro requisito que su voluntad personal, la categoría de oficial. Este hecho condujo a que un oficial que hoy era superior de un suboficial mañana era su subalterno.

Estoy convencido de que tantas acciones dirigidas a comprometer la institucionalidad de la Fuerza Armada no pueden haber sido concebidas exclusivamente por Hugo Chávez. Creo firmemente que Fidel Castro, con su amplia experiencia en esos fines, fue su consejero directo. Además, de todas estas modificaciones que, sin duda, tienen que haber debilitado la moral, disciplina, unidad de mando y capacidad operativa de nuestra organización, destruyo también ciertos símbolos que eran motivo de orgullo para los militares venezolanos: me refiero en particular al hospital militar y al círculo militar. Se permitió, sin ningún control, el ingreso a dichas instalaciones de cualquier persona utilizando la manipuladora tesis de la unión cívico-militar. Un caso emblemático ha sido la destrucción del Fuerte Tiuna. Todos los militares formados en dichas instalaciones sentimos dolor al constatar tan perversa acción. No tengo dudas de que el inapelable tribunal de la historia le reclamará a Hugo Chávez, a Nicolás Maduro y a nuestros compañeros de armas que los secundaron en tan criminales decisiones.

 

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