Cicpc pico de botella trillizas
Foto: Archivo

Para los que piensen que la corrupción es un asunto de delincuentes de cuello blanco conectados con el gobierno, hay que contarles el cuento de las 36 cestas de queso. De antemano hay que advertir que este editorial dejará un mal sabor en la boca porque revela lo podrido que se puede estar como sociedad. Aunque no hay que perder las esperanzas.

Los caraqueños a veces se preguntan por qué un producto tan sencillo como el tradicional queso blanco puede costar tanto, y lo que es peor, aumentar todas las semanas. A veces pierden de vista que los productores venden la leche por una ínfima cantidad, centavos de dólar, y que para hacer un kilo de llanero hacen falta 8 litros de leche. Por allí va la cuenta aumentando.

Pero lo que realmente cuenta no es la labor dedicada del productor, mucho menos las sabias manos del que hace el queso que no puede faltar en la mesa de los venezolanos, sino lo que cuesta transportarlo. La gasolina o el gasoil al precio que las mafias los quieran vender es lo que ha dado pie a esta gran corrupción, un negocio que la mayoría de las veces está en manos de los “uniformados”.

Después, los “dueños de alcabalas”. Así llaman a los oficiales que regentan la vaca que más leche da en esta Venezuela rojita. Si el comerciante viene con su camión desde Barinas hasta Caracas, tiene que pagarle a una veintena de guardias nacionales el monto que le pidan. Si se niega, la cosa va subiendo de precio, pero usualmente ceden porque es preferible pagar 10 o 20 dólares que perder la mercancía. Vaya sacando la cuenta, amigo lector.

Pero el cuento de las 36 cestas de queso agrega un foco de corrupción más. Usualmente los “dueños” de las alcabalas son del Ejército o de la Guardia Nacional. Pero en este caso fue un grupo de agentes del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas que, con la excusa de buscar drogas, se robaron la mercancía. No se iban a quedar atrás, como no tienen puestos de vigilancia, se inventaron un “procedimiento” para entrar en el juego corrupto.

¿Qué quiere decir todo esto? Que la corrupción está hasta en los tuétanos, sí. Pero, además, que la pelea por la mejor tajada se está dando entre los mismos cuerpos de seguridad, esos que teóricamente deberían brindar protección a la sociedad pero se valen para delinquir de su uniforme o credencial.

Hay que aclarar, no todos los oficiales, agentes o uniformados son corruptos. Aunque sea un pequeño grupo debe estar asqueado de que la situación haya llegado hasta el colmo de montar un operativo antidrogas para robarse 36 cestas de queso. Y por eso hablamos antes de esperanza. Es un trabajo muy duro, el que en verdad quiera enderezar este país debe comenzar por limpiar los organismos del Estado de esta corrupción, pero también por identificar y premiar a quien se ha mantenido honesto.


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